Cancelación

Ciudad de México /

La metáfora que se dibuja dentro de mi cabeza es la de un río delgado que serpentea entre dos enorme montañas habitadas por gente que, por razones arbitrarias, se niega a cruzar esa breve frontera de agua. Una decisión que ciertamente no tiene que ver con una imposibilidad física, sino mental.

Es ostentoso que para cada población, nada de lo que se diga en la ladera de enfrente merece importancia. Se trata de una decisión tomada en la que los sujetos ajenos son cancelados, lo mismo que los motivos o el contexto que serviría para comprenderlos.

Quien cancela supone que lo sabe todo, o bien que no necesita saber más para tener una idea de quién es el otro. Borda e interpreta sobre sus propias ideas hasta quedar encerrado entre cuatro paredes, monologando consigo mismo.

El ostracismo no es un fenómeno desconocido por el ser humano. Robinson Crusoe sufrió un accidente en el mar que lo condenó a la locura de estar solo. Lo que sorprende, por nuevo, es la masificación del naufrago. Miles y hasta millones de personas que, por voluntad propia, deciden desconectarse de la sinápsis social y con ello de la inteligencia que los habitantes de la otra ladera podrían aportar, aunque sea por el mero intercambio de perspectiva.

La cultura de la cancelación ha ganado terreno y sobre todo justificación. Los jóvenes adolecentes cancelan a sus antiguos amigos, las novias a los ex novios, los habitantes de los barrios a sus vecinos, los nacionales a los extranjeros, los votantes de la izquierda a los de derecha, los medios a las noticias que no les convienen, los jóvenes a los más viejos y así un inmenso universo de personas que se dan la espalda asumiendo que tal cosa está bien.

La cancelación es una práctica perezosa que apaga el interruptor de la empatía. Tuvo como primera expresión un mecanismo que ganó popularidad a la hora de boicotear, o aún más grave, de enviar al congelador a quienes hubiesen incurrido en conductas censurables. Nació como una actitud un tanto ingenua para ignorar a la pareja que causó algún daño. Hay decenas de canciones dedicadas a la cancelación del amor herido. Luego migró, como concepto, para convertirse en un acto de resistencia frente a personas que en la vida privada cometieron actos censurables suponiendo que podían escapar a la rendición de cuentas.

Por el ojo del huracán de las cancelaciones han atravesado personajes tan diversos como Pablo Picasso, Kevin Spacey, Jeffrey Epstein o Harvey Weinstein. El movimiento feminista #MeToo encontró igualmente en la cancelación un arma pública para la denuncia contra hombres depredadores. Por más que se hayan querido desestimarlas, las listas –tendederos– con nombres de estos sujetos, dieron visibilidad a las prácticas patriarcales que mayor dignidad roban a las mujeres.

El movimiento cancelacionista no sólo ganó terreno entre las personas más jóvenes, también fue adoptado por el extremo conservador del horizonte político. No es equivocado señalar el fenómeno Trump como uno basado en la cancelación. El magnate ha decidido cancelar conceptos que gobernaron el mapa cultural estadounidense por muchas siglos. En consonancia, con su ideología “anti woke,” canceló fondos públicos que pudieran estar favoreciendo a “la ideología de género,” o bien principios como la equidad, la inclusión o la diversidad.

En la misma línea se ejerce la cancelación contra las personas adversarias, las disidencias políticas, las identidades migrantes, o de plano contra quien piensa, dice y actúa de manera contraria. Aquí es dónde la cultura de la cancelación evoluciona para anular de plano la existencia de los que se encuentran en la montaña de enfrente.

Una fórmula socorrida de la cultura de la cancelación es el silencio. Como quien toma el control de una televisión para hacer callar los sonidos que emanan de ese aparato, así se ejerce “mute” para arrebatarle voz al que se tiene enfrente. Se hace como si no existiera.

¿Cuáles son las verdaderas razones de un migrante para dejar atrás su tierra? ¿Qué reclamo social llevó al adversario a protestar frente al edificio del gobierno? ¿Cuáles son los motivos de la huelga emprendida por los trabajadores de una determinada industria? ¿Por qué el voto opositor creció mientras el de los correligionarios se vino abajo? ¿A qué se debe el cambio de postura respecto a determinado tema?

La cultura de la cancelación llega a ser tan aplastante que ni siquiera da lugar a que se formulen preguntas. El ostracismo ya tiene respuestas porque interpreta sin alimentar la cabeza, más que con los referentes propios. No hay dato, razonamiento, pieza de información ni experiencia ajena que sirva para mover a quien es víctima de esta cultura tan estrecha.

Por eso quien cancela suele sonar repetitivo. No es que su discurso parezca un disco rallado, es que en sus surcos sólo existe una canción. Este es un fenómeno muy común entre los políticos, pero también entre quienes ejercen el periodismo. Son los que transcriben la misma cantaleta en incontables ocasiones. Los que publicaron diez y veinte veces la misma noticia, cambiando a penas el orden del sujeto y el predicado.

Los canceladores tienen a su público dormido y frecuentemente soñando una pesadilla. Para ellos la verdad no importa, aún menos la justicia, tampoco los datos, las sumas, las restas o las multiplicaciones. Se han quedado como el ser que eran la última vez que su nariz respiró aires distintos.

No vaya a creerse que la práctica de la cancelación viaja en una sola dirección. Por lo general es un fenómeno que se expresa de ida y vuelta: cancelan los de una ladera y también los que habitan la de enfrente. Por eso el río que les divide es cada día más estrecho y cada montaña más ciega de lo que ocurre a penas se cruza la orilla.


  • Ricardo Raphael
  • Es columnista en el Milenio Diario, y otros medios nacionales e internacionales, Es autor, entre otros textos, de la novela Hijo de la Guerra, de los ensayos La institución ciudadana y Mirreynato, de la biografía periodística Los Socios de Elba Esther, de la crónica de viaje El Otro México y del manual de investigación Periodismo Urgente. / Escribe todos los lunes, jueves y sábado su columna Política zoom
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