En un mundo tan convulsionado social, económica y políticamente, el piso bajo el cual se construían las relaciones humanas ha dejado de existir. En 1995, cuando la Conferencia General de la UNESCO aprobó la Declaración de Principios sobre la Tolerancia, advertía cómo ese piso mínimo para todos comenzaba a desquebrajarse: “Alarmada por la intensificación actual de los actos de intolerancia, violencia, terrorismo, xenofobia, nacionalismo agresivo, racismo, antisemitismo, exclusión, marginación y discriminación perpetrados contra minorías nacionales, étnicas, religiosas y lingüísticas, refugiados, trabajadores migrantes, inmigrantes y grupos vulnerables de la sociedad…” Esa alarma sonó y, al año siguiente, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó el Día Internacional de la Tolerancia, para celebrarse el 16 de noviembre de cada año.
A casi tres décadas de tal decisión, las Naciones Unidas continúan pasmadas por el exponencial incremento de la intolerancia, la discriminación y otras formas de violencia y exclusión contra diversos grupos étnicos, religiosos y de otra índole. Ninguno de los esfuerzos ha sido suficiente para frenar el odio y esos sentimientos hostiles contra los otros, contra los vulnerables.
La pregunta es inevitable: ¿por qué? Porque no hemos podido entender que el respeto es la única respuesta para evitar la discriminación y exclusión de los más vulnerables. Aunque no hay una respuesta única, una posible línea de análisis nos llevaría a entender que existe una serie de factores que explicaría cómo la falta de respeto nos está llevando como sociedad a la extinción de los derechos del otro, pero resalto que uno de los elementos fundamentales es que la sociedad no ha entendido la tolerancia como sinónimo de respeto. Para muchos, la tolerancia es el límite del odio que un ser humano es capaz de tener contra otro ser humano, muchas de las veces sin tener una razón “justificable” para tener ese odio. Pienso, por ejemplo, cómo en redes sociales alguien que no conoce a otro grupo, es capaz de exponer una serie de afirmaciones bañadas de odio, incitando al odio, en las que principalmente evidencia la deshumanización de ese grupo o de esas personas. Esto sucede cada vez más en las redes sociales, pero también en los espacios públicos. En este ejemplo, quien incita al odio no ha entendido que el respeto es fundamental para convivir de manera pacífica con los otros y, en cambio, entiendo que debe “tolerar” al otro hasta donde su propio odio se lo permita.
Desde este punto de vista, la tolerancia se ha convertido en una palabra cuya práctica materializa una concepción negativa del concepto. En cambio, si entendemos que la tolerancia es sinónimo de respeto -tal y como quedó establecido en la Declaración de Principios sobre la Tolerancia-, no tendríamos tantos problemas de discriminación e intolerancia. En efecto, en la citada Declaración quedó establecido que: “La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos… La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia […] Tolerancia no es lo mismo que concesión, condescendencia o indulgencia. Ante todo, la tolerancia es una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales…”
Así que, como sociedad, debemos de transitar y entender la tolerancia como respeto absoluto. No hacerlo nos llevará a destruir todo lo que permite la convivencia pacífica entre los seres humanos.