Comen santos y escupen demonios, dicen por ahí. Y Alberto Fernandez, el expresidente de Argentina, lo ejemplifica a la perfección.
En el éxtasis del poder mantenía su aura de “el primer feminista del país”, como solía autonombrarse en los tiempos en los que era vitoreado y la Marea Verde lo arropaba con cánticos de ‘Alberto presidenta’, mientras él exclamaba: “Quiero reivindicar mi compromiso de luchar contra las violencias que sufren las mujeres en nuestro país”
No obstante, al interior de la Casa Rosada la realidad que la entonces primera dama Fabiola Yáñez vivía era otra. Una realidad paralela de golpes y maltrato psicológico, a manos de ese presidente que mientras decía estar feliz de ponerle fin al patriarcado… le ponía una golpiza a su esposa.
Esto se ventiló en el marco de otra denuncia por corrupción. En el proceso de esta causa se hizo confiscación de celulares, lo que permitió acceder a evidencias fotográficas de la violencia ejercida por Fernández, obtenidas del peritaje del teléfono celular de María Cantero, la exsecretaria del otrora presidente. Ante la existencia de esta evidencia y la imposibilidad de abrir un proceso sin la denuncia de la violentada, el juez decidió abrir un expediente paralelo e involucrar a la oficina especializada en violencia de género del Poder Judicial de la Nación. Fue entonces que esta dependencia contactó a Yáñez y le ofreció formalizar la acusación contra Fernández. Fabiola al inicio se negó, pero posteriormente accedió y no solo por violencia, sino también acoso e intimidación para evitar la denuncia.
El resto es historia. Se abrió el proceso, un escándalo internacional y el aventar culpas y bullas de bando a bando se hizo presente. Pues no se dejaron esperar las burlas y reclamos al feminismo sobre la falla de su causa.
Pero el feminismo no le falló a Fabiola. Falló, eso sí, el populismo feminista que se ha dejado sentir a últimas fechas y que termina por convertir en blanco de ataques a la causa, debido a los disparates y yerros que se cometen en nombre de la agenda por la igualdad.
Pues si bien el feminismo, de acuerdo a las Naciones Unidas, es un movimiento que defiende la igualdad de derechos sociales, políticos, legales y económicos de la mujer respecto del hombre, no es una moneda a cambio que se entrega a políticos para que lo conviertan en simples arengas electorales o mucho menos debería de ser la justificación para que activistas consigan fondos o favores comprometiendo la causa.
No, el feminismo no ha fallado. Se han corrompido dirigentes, se ha cambiado la lucha en el afán de “romper techos de cristal”, lo cual en ocasiones no termina sino en abrir brecha para beneficio personal. Lejos ha quedado la convicción de luchadoras como Florentina Gómez Miranda, quien decía: “públicamente todos los políticos son feministas, pero los elogios no se traducen en lugares para las mujeres”.
Así es, no es a base de cánticos, de sumarse a políticos ni de colores que lograremos la igualdad. La verdadera marea del cambio es la que lucha contra todas las violencias sin comprometer la voz con ningún beneficio.