En tiempos de corrección, lo de Paquita no fue rebelión sino declaración de guerra.
Hace unos días, Francisca Viveros Barradas falleció. En esta ocasión las redes no se llenaron de snobs tarareando sus canciones como usualmente acontece cuando fallece un escritor de esos considerados de culto. Los que entre más enredados sean sus textos y más libros para entender su obra se necesiten leer, dan más prestigio. Pero Paquita no daba estatus. Era como su nombre artístico lo decía, la del barrio.
La historia de Paquita era precisamente eso, la de una mujer como cualquier otra, de las que hay en cualquier estrato social, una historia de maltrato. No obstante, su historia pertenecia al sector de mujeres más vulnerables donde la violencia de género se combina con la pobreza.
Ella llegó a la Ciudad de México desde Veracruz, huyendo de los malos tratos de un marido que le doblaba la edad, en compañía de de sus hijos. Con pocos recursos se instaló entre la colonia Tepito y la Guerrero, dos de los barrios más violentos de la capital. Consiguió el sustento a través de un negocio de comidas y lo que era una afición terminó por despegar en 2004, como una carrera artística con su popular canción “Rata de Dos Patas”.
Del barrio, su estilo que ya en la fama se volvería su sello y si bien se trivializó, es el reflejo de una realidad que viven miles de mujeres no sólo en Mexico, sino en gran parte de Latinoamérica.
Paquita no se denominaba feminista. Se declaraba defensora de las mujeres de las injusticias, lo cual en sí es la esencia del feminismo, el cual se ha ido corrompiendo hoy en día. Pues la visibilización del movimiento feminista nos ha hecho generar una falsa sensación de un empoderamiento generalizado. Las marchas, los anuncios gubernamentales de que estamos rompiendo los techos de cristal, las páginas en medios promoviendo las caras de mujeres en liderazgos empresariales han terminado por generar un marketing del feminismo que avanza a paso firme. Nada más alejado de la realidad.
La realidad es la de esas mujeres precarizadas, maltratadas, sin refugios seguros ni soportes a quienes acudir para comenzar de nuevo. La realidad es esa, la de las mujeres con trabajos sin seguridad social, a quienes solo un golpe de suerte, no las políticas sociales, como sucedió con Paquita, las saque de la pobreza. No el del feminismo de élites, de mujeres en gobernanza o en cumbres empresariales. El feminismo en el cual las mismas mujeres para poder avanzar en sus carreras han precarizado a otras mujeres para que cumplan con las labores que la sociedad les asigna y puedan ser vistas como madres virtuosas, amas de casa perfectas y profesionistas triunfantes, mientras otras realizan detrás de bambalinas sin ser vistas, sin ser suficientemente bien remuneradas, todas esas funciones.
En definitiva, voces como las de Paquita serán extrañadas, que nos hagan volver a ver a las mujeres esas que no marchan, que no pueden hacer paros porque el poner la comida en la mesa depende de ellas, que volteemos a verlas al grito de “¿me estás oyendo inútil?”.