Pocas cosas son tan incomprensibles para la humanidad como el suicidio, al grado que llega a convertirse en un estigma, al considerársele una puerta falsa o incluso un pecado, “al ir en contra de la voluntad de Dios”.
En una comparación con la salud física, es como si a una persona, a la que le duele mucho el pie a causa de una fractura, le dijéramos que hay que echarle ganas y que sea valiente. Si no hay un tratamiento adecuado, cegada por el dolor, esa persona podría decidir cortarse el pie que tanto dolor le causa, lo que no es una decisión sencilla.
El suicidio, para la gran mayoría de las víctimas, es la vía para terminar con un dolor insoportable, que deriva de la desesperanza, de no encontrar razones para vivir, de ver pasar los días con tristeza y enojo. A diferencia de otras condiciones de salud física, la salud mental “no se ve” y se cree que es cuestión de actitud de las personas, por lo que los estigmas a su alrededor, hace más difícil el acceso a una persona a pedir el apoyo requerido, incluso de su propia familia, de un especialista en psicología y ni qué decir de la temida consulta psiquiátrica.
A las pérdidas mortales que ha provocado el Covid 19, hay que sumar a las víctimas de suicidio, que se estima que han incrementado en un 20%. Hablamos de personas que con una condición de salud mental, no atendida en la mayoría de las ocasiones, perdieron la posibilidad de acceder a actividades que disminuían las afectaciones.
Bailar, hacer ejercicio, pasear o socializar ayudaba en muchos casos a que personas con intenciones suicidas, encontraran en el día a día, la motivación necesaria para seguir viviendo.
La angustia, la depresión, a la que podrían sumarse problemas económicos, consumo de alcohol o incluso drogas, así como las sensaciones de pérdida, durante la pandemia, podrían ser factores que agraven una intención suicida.
Cuando ese deseo se consuma, las consecuencias para las familias son dolorosas y de largo alcance, me atrevo a decir que incluso a las generaciones futuras: se pensará que se pudo haber hecho más, se repartirán culpas, se harán señalamientos sobre “problemas mentales” que más que dar una explicación, provocan un estigma aún mayor.
Es tiempo de replantearnos la importancia de la salud mental. No es momento para visualizar el suicidio como una falta de carácter o de ganas de solucionar los problemas: quien opta por esta opción, no está tomando una decisión fácil, sino la que piensa que puede terminar con el profundo dolor que siente.
Si no comprendemos que se trata de un tema de salud mental y que es el enfoque que debe darse, seguiremos contando casos inevitables, que no importa cuánto esfuerzo hagan las familias y seres queridos, será cuestión de tiempo, momento y método disponible para que el suicidio se cometa.
A las familias y seres queridos de víctimas de suicidio, un abrazo fraternal; después de ese momento doloroso, nada es igual. Lo afirmó porque tristemente soy parte de este grupo.
A quienes han pensado que es en la muerte en donde encontrarán la solución a lo que les agobia, decirles que hay otras opciones serias y que de verdad pueden ayudarles, derivadas del avance de los distintos campos de la ciencia.
No es un tema de “echarle ganas”, sino de contar con la ayuda médica que necesitan para estar bien, tal y como lo haríamos en cualquier padecimiento físico.