Hacer comedia es una de las cosas más difíciles de lograr con éxito en estos tiempos. La incapacidad de tantos de distinguir de quién se está burlando un chiste es cada vez mayor. La capacidad de entenderlo, pero aun así pretender que no fue para “ofenderse” es aún más recurrente. Lo más grave para los mejores comediantes hoy en día es ese terrible descubrimiento que se multiplica con los algoritmos que deja claro que millones prefieren el sabor de la indignación al de la risa.
Aun así, Saturday Night Live (SNL) cumple medio siglo al aire y jamás ha sido más visto, comentado, querido y odiado en el mundo entero. Ya se la saben, “el humor gringo es tonto”, dicen los grandes sabios que prefieren el desdén. Aquellos que quizás jamás han pensado que de las tonterías vienen muchas de las más inesperadas risas. Y el humor político, pareciera que ahora solo es un pretexto más para odiarnos en todos los países; han logrado dividirnos en bandos, en lugar de en ciudadanías que tienen opiniones distintas de lo que consideran valioso y de lo que les hace reír.
SNL ha navegado eso y estrenó su temporada 50 a un mes de sus elecciones más caricaturescas de la vida, a sabiendas de que gracias al streaming y en especial a lo que ahora sí suben a YouTube, el mundo entero estará viendo.
Los que siempre hemos sido fans del programa, que lo hemos tratado de replicar, tropicalizar, idealizar o explicar llevamos ese tiempo comprendiendo algo que el resto del mundo está confrontando: lo que hace reír a unos puede enfurecer a los demás.
Hay que ser muy temerarios estos días al opinar, satirizar y ridiculizar porque eso genera más enemigos que las verdaderas consecuencias del objeto de la burla.
Por eso, 50 años, y con un enorme inicio de temporada, SNL es para que festejemos los que creemos en el poder curativo de una buena carcajada.