Bad Bunny será el artista que el mundo entero podrá ver en el próximo medio tiempo del Super Bowl y, por supuesto, todo mundo está gritando al respecto. Los fans de Taylor Swift, por ejemplo, entienden que su líder no necesita hacer eso y que, si algún día lo hace, será únicamente bajo sus propias condiciones. Pero aun así hay mucho lamento. Ellos son, curiosamente, los más razonables de todos los que gritan.
Ese medio tiempo —que siempre genera suspiros de nostalgia por Michael Jackson— no puede ser superado por pirotecnia ni por promoción. Después del extraordinario y polémico golpe cultural que resultó Kendrick Lamar el año pasado, Apple y la NFL tenían que decidir: irse a lo absolutamente seguro o tomar una postura. Bad Bunny es una extraordinaria mezcla de ambas cosas, y por eso no sorprende que ya se haya confirmado que será él quien encabece el próximo show de medio tiempo del Super Bowl.
No soy fan de su música, pero sí de Benito. El hombre que decidió no hacer conciertos en EU, dejando millones sobre la mesa, con tal de que no hubiera redadas de ICE esperando a parte de su público afuera. Soy fan de su capacidad de reírse de sí mismo y de mover multitudes, muchas de ellas cantando al unísono sus éxitos, aunque no hablen español. Yo hablo español y tampoco le entiendo nada, pero tengo ojos y corazón, y puedo ver lo que provoca en sus fans.
Yo no soy el público de Bad Bunny, pero me encanta que se vista como quiera, que rompa arquetipos y que traiga esa energía de rockstar a los escenarios. Me gusta entender cómo logró salir de los habituales —y seguido misóginos— temas del género urbano para cantar sobre emociones, soledad e identidad. Pero, sobre todo, me encanta que se rompan esos paradigmas de que solo te puede gustar una cosa (el futbol) o la otra (esa música). Los humanos somos más complejos que eso y esta decisión es una forma de demostrarlo.