Podría decirles muchas cosas respecto a la experiencia que fue la primera edición de los Premios Metropolitanos de teatro el pasado martes en la noche pero lo primero que quisiera recalcar es la enorme alegría, verdaderamente enorme, con la que tantos miembros de la industria en Ciudad de México recibimos esta iniciativa de un miembro de nuestra comunidad muy querido y respetado: Sergio Villegas. ¿Por qué? Por lo absolutamente incluyentes que resultaron y el profesionalismo con el que se llevaron a cabo. Después de haber asistido a todas las ceremonias de premios grandes en Estados Unidos y algunas en Gran Bretaña, puedo decirles que no hay nada que haya vivido en ellas que opaquen lo que pasó en el Teatro de la Ciudad esta semana.
Los ganadores ya los reportamos, y francamente, para arrancar no diría que fueron lo más memorable de la noche en sí. Amo la intención de los Metro porque lo que buscan es promover todo tipo de teatro, para todo tipo de audiencia y hacer de CdMx un destino turístico por motivos teatrales. Nuestra cartelera es tan extraordinaria que bien podría sustentar eso y mucho más. Y el nuevo público potencial está ahí, por eso y por lo extraordinario que estuvo, una ovación de pie para la conducción de Chumel Torres en este evento. Sí bien su deseo de “convertir la Juárez en el Broadway de México”, que cantó aún está lejos de suceder es un gran principio.
¿Qué les digo? Siempre me ha gustado Chumel, hasta (o más) cuando se ha burlado de mi. Pero ayer no vi a un YouTuber en el escenario, vi a un hombre que realmente lo domina, lo proyecta y que se aventó un par de números con diferentes miembros de las compañías de los diversos musicales que ni los Tony los tienen. Sobre todo por el corazón con el que se hizo, el trabajo en equipo y los textos tan divertidos que nos aseguraron que no estaríamos ante algo sobrio y tenso las próximas horas. Fue todo lo contrario. Y realizado con un rigor brutal.
Me toco estar en el backstage y ver a los estudiantes voluntarios enloqueciendo, pero triunfado, sacándonos a los presentadores de nuestros lugares, sentarse en ellos y llevarnos al “Green room” a esperar. Primer mundo. Un ligero caos tras bambalinas y todo limpio sobre el escenario. Créanme, he oído los gritos de la producción durante el Oscar, aquí a pesar de ser su primera vez, sabían lo que estaban haciendo.
Quiero compartir con ustedes un momento alucinante porque si no lo pongo sobre papel, si no lo comparto, pensaré que no ocurrió. Pero en lo que esperábamos para presentar el número de Billy Elliot, en su última vez sobre un escenario mexicano, era de risa loca ver a todos los Billys, los Michaels, las niñas … de todos tamaños porque a esa edad dan el estirón … echarle porras a sus compañeros y amigos que podían ver en la pantalla. Pero era imposible recordarles que estaban abajo del escenario. Que no podían gritar y las carcajadas nos las contagiaban a los adultos. Igual no se escuchaba nada. De pronto, sentada con el protagonista del eventual ganador de la obra del público, Poncho Herrera (La sociedad de los poetas muertos) viendo la ceremonia y tratando de no reír más con los Billys voladores, de pronto me di cuenta que pasaba frente a mi Madame Thernadier y Eponine. No es broma, yo alguna vez tuve un sueño así. Billy Elliot se había convertido en Les Miserables y yo tenía que correr al escenario. Por suerte, a diferencia de mis sueños, sí tuve ropa cuando aparecí ahí. Y si pude decir mis líneas. Y si se me salieron las lágrimas de ver a representantes de todo este gremio del que estoy tan enamorada frente a nosotros en uno de los teatros más hermosos del mundo. Vi pasión. Sonrisas. Lágrimas. Y me acordé porque es tan importante nuestro trabajo de hacer que la gente nunca deje de lado la cultura, el buen entretenimiento y el teatro en general. Bravo. Bienvenidos premios Metropolitanos.
@SusanaMoscatel