Podría llenar esta columna y miles más recordando los mejores y grandes trabajos del fantástico James Earl Jones, pero me queda claro que prácticamente todos tenemos nuestra propia relación con esta estrella de cine, que se fue a los 93 años, pero que nunca se va a apagar en nuestras memorias.
Es difícil describir la magia de un hombre que fue la voz de Darth Vader y de Mufasa. También la voz de CNN en el momento en el que las noticias de 24 horas a escala mundial revolucionaron el mundo de la información.
Hizo maravillas con Stanley Kubrick y fue una institución teatral. Vaya, hasta quedó por siempre en nuestros corazones como el rey Jaffe Joffe, padre de Akeem (Eddie Murphy) en Un príncipe en Nueva York.
Y sí, lo acabé haciendo. Nombrando algunos de los trabajos que siempre estarán en nuestro corazón, pero la verdad es que James Earl Jones tenía algo más. No solo su épico talento, tampoco solo el hecho que tuvo una de esas historias de origen legendarias (era tímido y tartamudo).
Creo que era su sonrisa. Se sentía como “casa”, ¿no? Como un padre o un viejo y entrañable amigo de la familia. Personalmente siempre recordaré ver El rey león con mi padre (Sí, ya estaba grandecita pero así ocurrió) y verlo gozar del trabajo de este hombre, aunque “lo había obligado a ir a ver una caricatura”.
James Earl Jones ha sido una constante presencia en nuestras vidas y eso no creo que cambie con su ausencia física. Permanece la relación que tenemos con sus personajes, con su capacidad de convertirse en lo que fuera necesario y, por supuesto, en las historias que nos contó, que se seguirán contando y que, sin la menor duda, son parte de las pocas tramas que aún tenemos en común entre tantas generaciones, quienes usualmente no tenemos el mismo idioma.