Siempre ha sido un deporte mundial especular respecto a los famosos pero la realeza, particularmente la de la Gran Bretaña, siempre se ha llevado el pastel de las intrigas. Habrá muchos motivos para esto, pero lo que hemos estado viendo respecto a la ausencia de Kate Middleton desde Navidad, es realmente una muestra de qué tan anacrónica y perdida en la realidad actual está la institución. Vaya, si tenemos que definir de alguna manera a los despachos a cargo de llevar la imagen de los miembros de la casa de Windsor las palabras exactas son: nada profesionales.
El mundo entero especulará y lo hará de manera predecible. No solo es naturaleza humana, sino es prueba fehaciente de que ni ellos ni nosotros aprendemos nada de nuestro pasado. Por lo visto ellos no han aprendido nada del presente tampoco. Mucho menos respecto a la tecnología, lo obvio que es cuando es mal utilizada, y la capacidad de esta de amplificar un problema sin respuesta a niveles estratosféricos.
La reina Isabel se apegaba al concepto: “Nunca te quejes, nunca expliques”, y en nombre de la dignidad monárquica tal vez eso tuvo sentido. Pero una foto mal editada que hasta a las agencias de noticias les dio pena, y la obligación de desaparecerla; un mensaje supuestamente de Kate, que no le creeríamos ni al más novato influencer al respecto, y la conciencia colectiva de que ya todo es manipulable de forma digital abre las puertas para que se hable de “divorcio, infidelidad, depresión y hasta muerte”, con demasiada levedad.
Si el Palacio de Buckingham quiere controlar la crisis, podría empezar por no generar más razones para que el mundo entero, hasta a quienes no nos importa mucho la realeza, nos llame tanto la atención esto como misterio en sí. Ojalá Kate Middleton esté muy bien, y esto pase a la historia como una lección de lo que no hay que hacer al practicar el control de daños.