Después de soñar por años con la oportunidad, se me hizo escapar a Roma dos días, tras un viaje de trabajo. Pedí, como clásica turista sin imaginación, que me hospedarán en algún lugar cercano al Coliseo. Culpo un poco a Kirk Douglas y a Russell Crowe, ¿pero qué le vamos a hacer? Cuando en Roma...
Pues les tengo noticias, este lugar, que en algún momento fue el imperio más poderoso del mundo, arde de nuevo, pero con la manía de los selfie sticks.
Ya sé, me dirán que cualquier lugar turístico que uno decida visitar en el mundo esto va a pasar. Que es completamente imposible contemplar la Fuente de Trevi, por ejemplo, sin ver los monopiés apuntando al cielo y tapando la vista con sus teléfonos, ocurre en todos lados. Pero aquí la invasión va más allá de lo normal. Y hay una razón.
Resulta que, como en cualquier país, hay migraciones de personas que llegan y no necesariamente saben de qué van a vivir en esta nueva gran ciudad. Y nunca falta el empresario brillante que les da una respuesta: "¿En Roma? selfie sticks para la banda de Bangladés". Y créanme, ¡es una banda numerosa!
Entre toda esta locura y uno que otro accidente, vi a un compadre parado con su viejita cámara Polaroid observando la locura y sobre todo a los rebeldes que, como yo, insistían en no comprar semejante palo ridículo (el mío lo rompí, no pregunten cómo, pero era estrictamente una herramienta de trabajo).
El señor con la antigua cámara me preguntó que si quería una foto, con mi propio teléfono frente al Coliseo. Lo hizo a pesar de recibir una serie de frases que solo puedo interpretar como mentadas en bengalí por parte de los vendedores. Me di cuenta que el tipo hablaba español, era de Nicaragua, y me dijo que el prefería ayudar a los turistas solitarios, como yo, que apoyar la invasión que lo había dejado prácticamente sin trabajo.
Medí la probabilidad de que saliera corriendo con mi teléfono y me arriesgue. Buena foto. Pero como tengo la firme idea de nunca pedirle a un fotógrafo profesional que me tome imágenes con mi aparato de comunicación, entonces le pregunté qué cuánto cobraba por su "instantánea". "Lo que tú quieras pagar, principessa, los latinos estamos para apoyarnos. ¡Y mira!, dos latinos en Roma!" Ehhh... En lugar de evocar lo que mi maestro de historia describía como "latino", estando donde estaba, acepté (distraída quizás por la referencia a Roberto Benigni) y con gusto le di una propina amable a mi nuevo amigo. Una propina con la que seguro me hubiera podido comprar un selfie stick de Bangladés sin problema. ¿Pero de eso a una Polaroid de Nicaragua en Italia? ¡Caray!, esas son decisiones. Una muy mala, por cierto, porque yo me veía completita, pero lo que se veía de fondo bien pudo haber sido en la colonia Roma, de la Ciudad de México. En fin, ¿de qué sirve viajar por primera vez a un lugar si no te ven la cara y te dan la foto para recordarlo, por un momento? ¡Eso es entretenimiento!
¿En serio?
¿Aún no ven los muy extraños documentales que hizo la brillante y grandísima loca de Chelsea Handler para Netflix? ¿Qué esperan?
¡Que alguien me explique!
¿Que en México no tenemos discusiones sobre la diversidad en los medios? ¿Pensamos que solo hay un tipo de persona?, ¿que solo un estilo "vende"?, ¿que no hay otras ventanas que día a día están demostrando lo contrario?
@SusanaMoscatel