Aunque no le gustara la sopa, puedo decir sin temor a equivocarme que mi educación cívica, emocional y moral, en los casos que fue exitosa, se la debo a las largas conversaciones que cada tira cómica de Mafalda provocaba en mi familia. El mundo perdió a Quino, generador de sonrisas, pero mucho más allá de eso, de ideas, observaciones y crítica social que, tristemente es más vigente hoy que hace 56 años y dos días que nació Mafalda y su mundo. Su globo terráqueo tan seguido enfermo. Y ni idea teníamos. Me atrevería a decir que en muchos sentidos Quino predijo en qué nos estábamos convirtiendo como especie.
Pero el gran deleite de estos personajes, con todo y lo prototípicos que podrían resultar (en especial mi tocaya, posiblemente la razón por la que nunca quise tener hijos), es que en cada etapa de nuestras vidas tuvimos lecturas distintas de ella. Y cuando salieron los libros de Mundo Quino, aún más. Pero todo funcionaba de maravilla para la niña de 6 años que le robaba el enorme compilado a sus papas, y quería una tortuga solo para ponerle burocracia (ya aprendería), que como a quien les escribe ahora y se da cuenta que cuando leía: “Lo malo es que la mujer en lugar de jugar un papel, ha jugado un trapo en la historia de la humanidad”, no me imaginaba que la observación en realidad era y seguiría siendo una condena tan actual hoy como entonces.
¿Cómo hacerle justicia a Quino? No hay espacio en el que quede. Además, como en más de una ocasión el atormentado padre de la niña más famosa de Argentina replicó: “¡Tus preguntas solo traen problemas, ya las conozco!”. Pero Quino, al menos, sí tenía respuestas.
Twitter: @susana.moscatel