La obra de Neil Simon fue tan amplia y prolífica que me parecería una injusticia tratar de cubrirla toda aquí. Se le otorga la portada de esta edición a uno de los dramaturgos más importantes de la historia de la comedia moderna por dos motivos: primero, porque nadie lo merece más y hay que rendir tributo a tantas horas que tantos de nosotros pasamos en esas butacas gozándolo. Y la segunda es porque descubro con tristeza que nada es para siempre. No hablo de la vida, todos moriremos. Pero cuando un grande se nos va, siempre está ese extraño consuelo de “al menos nos queda su obra”. Me pregunto si ese es el caso con las generaciones más jóvenes.
“¿Por qué sufres, dices que vivió 91 años?”, me preguntó alguien muy joven, que no podía identificar una sola de sus obras. Empecé a preguntar donde fuera que encontrara gente menor de 30 años y aunque algunos identificaban títulos como The Odd Couple o Sweet Charity, resultaba casi imposible explicarles cómo esa comedia, que nació a partir de comediantes neoyorquinos con raíces judías y un sentido del humor rítmico y oscuro, pudieron influir a tantos miles de comediantes, escritores y simplemente cualquiera que gozara de un gran texto lleno de risas, pero que no prescindía de la inteligencia.
Una de las cosas que más me impresionaba de Simon, más allá del resultado tan efectivo de estructurar su comedia, siempre fueron sus declaraciones respecto a cómo no podía sentirse bien lejos de su máquina de escribir. Cómo su contemporáneo, mi amado Mel Brooks y el un poco más joven Woody Allen (que sigue usando la misma máquina de escribir de siempre), Neil Simon aprendió rápido que el miedo era un gran motivador para hacer reír. Su infancia siempre la describió como infeliz y el día que empezó a escribir su primera obra, narró en varias ocasiones, sentía que era casi como una carrera contra la muerte. Que si no la acababa (y nunca es fácil la primera vez. Ni la última) seguramente ahí acabaría todo y su vida carecería de sentido.
También confesó que “cada vez que escribía una nueva obra” y escribió 40, “es como una nueva vida para mí”.
Hace que uno se pregunte cosas como: ¿Qué significaba para él cada vez que adaptaba una de sus “vidas” para el cine o la televisión?
Dicen en varias tradiciones, incluso es la trama de Coco, que en el momento que desaparece la última persona que te recuerda, entonces verdaderamente has muerto. Está en nosotros, los amantes del teatro, no permitir esto con Neil Simon, ni con todos aquellos que nacieron a principios del siglo pasado y que ahora sus nombres empiezan a desaparecer entre las generaciones del futuro, solo porque nunca tuvieron una cuenta de Instagram. Sí, con todo y sus maravillosas 40 vidas.
¿En serio?
¿Estamos tan aburridos que Carmen Salinas haciendo el Thalía Challange rompe las redes?
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