Durante buena parte de la última década, Neon fue esa distribuidora indie que aparecía en festivales, entre críticos y cinéfilos, pero que no era todavía una “marca” reconocible para el público masivo. Eso está cambiando. ¿Se acuerdan de Parasite? Incómoda, brillante y demoledora. Esa ganadora del Oscar a Mejor Película en 2020 fue distribuida por Neon, compañía fundada en 2017 que ha trabajado de forma constante alrededor del mundo, sin las campañas habituales de Hollywood. Este año dejó de ser la joya secreta del circuito para convertirse en protagonista de varias de las nominaciones más interesantes de los Golden Globes.
No hay algoritmo ni conglomerado centenario, sino obsesiones humanas muy claras. Neon fue fundada por Tom Quinn, ex Magnolia Pictures; Tim League, creador de las maravillosas salas de cine Alamo Drafthouse; y Ryan Werner, estratega de audiencias. No son románticos ingenuos: saben vender, provocar e incomodar. En una industria saturada de títulos intercambiables, su poder no está en producir más, sino en elegir mejor.
Por títulos como The Secret Agent, Sentimental Value e It Was Just an Accident, están hoy en el radar mundial. Hoy que casi todo puede ser simulado —rostros, voces, historias, prestigio— el cine que duele y confronta se vuelve un acto de resistencia. Neon no ofrece certezas ni fórmulas, ofrece emoción real. Y en una industria obsesionada con el control, eso hoy es lo más disruptivo que existe. También, aunque cueste admitirlo, lo más esperanzador.