No quiero que me gane la naturaleza humana hoy. Hay demasiadas cosas deprimentes como para permitir que los hechos violentos que hoy rodean la muerte del director y su esposa, Michele, se conviertan en la parte más visible de su legado e historia. No cuando hemos pasado décadas viviendo las historias que llevó a la pantalla con una capacidad única para conectar con lo más humano, emotivo, entretenido y brillante de quienes somos.
Y, sin embargo, hay una grieta imposible de ignorar. Una película: Being Charlie, escrita desde la experiencia personal por el hijo de Rob y Michele, sobre la adicción y el reto de intentar atravesarla en familia. Rob la dirigió en 2015, y hoy, solo de recordarla, siento escalofríos tan profundos que me cuesta respirar.
Nick Reiner fue arrestado bajo investigación por la muerte de sus padres. Falta mucho por saber y esclarecer; es una verdad dolorosa: a veces no hay amor suficiente para salvarnos de nuestros demonios. Suena oscuro porque lo es. Pero también habla de la clase de ser humano que fue Rob Reiner. Y lo digo sin titubeos: fue alguien que lo intentó todo para bien. Por eso quiero cerrar esta columna desde el agradecimiento, desde la certeza de que su legado cinematográfico no se borra ni se reduce a una tragedia, por devastadora que sea.
¿Cuántos crecimos con Stand by Me y recuperamos la esperanza en el amor con When Harry met Sally? Y gritamos con Jack Nicholson: “You can’t handle the truth”, en A Few Good Men, nos aterramos con la locura de Kathy Bates, en Misery, y descubrimos la sátira documental con This Is Spinal Tap.
Reiner ha estado en nuestras vidas. Cuando la tragedia deje de ocupar titulares, todo lo que nos contó durante años seguirá ahí: en la memoria, en el lenguaje común, en el corazón. Como la bendición que será su recuerdo.