Mis amigos del medio ya me conocen como la grinch de las quinielas. Ahora que ya estamos en Los Ángeles y listos para cubrir desde cerca todo lo que pasa en la Ceremonia del Oscar, me doy cuenta de que este es un año espectacular para ilustrar por qué ser un fan del cine suele hacerte terrible para esta práctica, ya sea entre amigos, apuestas o simplemente presión social.
Adivinar una quiniela no tiene nada que ver con cuál película consideras mejor. Tampoco, mucho menos, cuál es la que más te conmovió. Tiene que ver con ese juego de adivinanzas sociales que hoy en día trata más con temas políticos que artísticos. Me parece muy difícil imaginar que Oppenheimer no se lleve la estatuilla por muchos motivos, incluyendo la maestría de Christopher Nolan. Y eso no quiere decir que no hubo una tremenda campaña dirigida a los 9 mil y pico miembros de La Academia pidiéndoles por extraños canales que consideraran “el daño que causarían premiando la historia del creador de la bomba atómica”.
Pocos se detienen a analizar que la cinta es tanto sobre la creación, como sobre la inmensa carga de conciencia y esfuerzos para que ya no se volviera a usar por parte del científico, después de Hiroshima y Nagasaki. Por eso también, esta no es una cinta de superhéroes; no hay héroes en temas como éste que no sean tiranos en otras culturas.
¿Ven porque me vuelvo grinch? Con cada película, con cada nominación, estos y mil pensamientos más llegan a mi mente, y a veces no me dejan gozar lo que tengo en la pantalla frente a mí. ¿Qué si Emma Stone lo merece, pero se lo darán a Lily Gladstone porque es la primera mujer nativo-americana del norte nominada? Claro que lo discutimos y pensamos. Y es injusto a madre para ambas. ¿Qué actuación me provocó más emociones? La de Emma. ¿Quién interpretó magistralmente a alguien cuya historia urge ser contada? Lily. Y así seguimos y seguiremos hasta la ceremonia del domingo y mucho más allá.