Cuando Steven Spielberg levanta la mirada hacia el espacio exterior, logra algo poco común: ver un reflejo de lo que somos estos extraños seres que habitamos —y creemos dominar— la Tierra. Lo hizo en 1977 con Encuentros cercanos del tercer tipo, al ofrecernos la esperanza de una compañía con la que, muy a pesar de nuestra naturaleza, sí podríamos comunicarnos. Evidentemente lo hizo con E.T. en 1982, cuando ancló para siempre la añoranza y ese conocimiento puro que tenemos de niños y que casi inevitablemente olvidamos de adultos. Y también enfrentó nuestro mayor terror ante lo desconocido cuando decidió contarnos, a su manera tan única, La guerra de los mundos.
Saber que en unos meses volveremos a sentarnos en una sala para experimentar esa misma maravilla, esa exploración y autorreflexión, gracias a la historia cuyo tráiler acabamos de ver, me hace sentir un poco más optimista sobre lo que se avecina para nuestro amado cine rumbo a 2026. El avance de El día de la revelación, protagonizada por Emily Blunt, no deja claro si la vida con la que estamos en contacto es aliada o némesis.
Lo emocional —mucho más que lo técnico o lo científico— es lo que siempre ha distinguido al cine de Spielberg. Por eso no es casual que sea él quien vuelva al tema de los mundos que nos observan en una época dominada por franquicias que se repiten y algoritmos que imitan estilos. Él nunca ha usado a los aliens para escapar de la realidad, sino para mirarla de frente.
Hoy ya no imaginamos el contacto extraterrestre con ingenuidad ni como un eco de la Guerra Fría. Vivimos saturados de versiones, desconfianza y certezas fabricadas. Tal vez por eso el cine de Spielberg vuelve a importar: porque, mientras la tecnología confunde, sus historias siguen preguntando. Y en estos tiempos, hacer preguntas honestas ya es un acto necesario y solo de valientes.