Cuando al principio del movimiento #MeToo, el actor Anthony Rapp (Rent) demandó penalmente a Kevin Spacey por abuso sexual, siendo que entonces tenía 14 años y el ganador del Oscar, 26, el mundo y sobre todo la carrera del actor se vinieron abajo.
¿Qué hizo para defenderse Spacey? Sacar un video en el que, más allá de proclamar su inocencia, por primera vez en la vida declaró públicamente ser un hombre gay.
Aquella ocasión, ahora resulta, fue el primer capítulo de “No me ayudes, compadre”, considerando que decidió hablar de su sexualidad ligado a una agresión, ayudando a que las personas con tendencias homofóbicas siguieran relacionando una cosa con la otra. Simplemente, el abuso es abuso, no tiene nada que ver con las preferencias.
Por lo mismo, ahora que ese juicio está llevándose acabó, resultó particularmente desagradable escucharlo denunciar a su padre como un “supremacista blanco, homofóbico y antisemita”, a modo de explicación del porqué no se había pronunciado antes de ese terrible momento al respecto.
Siendo el estupendo actor, porque eso nadie se lo quita, que es Kevin Spacey, me puedo imaginar el impacto que escuchar acerca de su terrible vida pueda o no tener en el veredicto.
La corte lo ha tratado bien, ya que el juez desestimó los cargos de sufrimiento emocional contra Rapp, dejando solo un frente y muchos millones menos que perder.
Considerando que el juicio en esta ocasión es civil y no penal, la ganancia aquí tiene que ver con hacer visible el abuso, no con compadecer a un presunto depredador por cosas que solo dice cuando le conviene hacerlo, sin importar a quién afecte en el proceso.
@susana.moscatel