Ahora fue YouTube el que aseguró a través del blog del encargado de seguridad y confianza de la compañía de Google que hará esfuerzos extra para combatir el odio, especialmente aquel que es dirigido a los grupos vulnerables y que suelen ser las presas tanto de ciertos contenidos como de muchos comentarios alrededor de los mismos. De hecho, dijeron que ya bajaron 16 millones de comentarios que violan sus políticas antiagresión en el último trimestre del año. ¿Pueden imaginar eso? 16 millones de veces que alguien o algo se tomó el tiempo para responder de manera agresiva a algo que seguramente no le afecta en la vida real. Leyendo todo esto al cerrar el año he visto cómo muchos amigos que se dedican a crear contenidos para esta red y a monetizarlos viven tratando de estar al día con las reglas, y es que es cierto, en muchos casos la comedia es subjetiva y sí a veces tiene que ser ofensiva para que cumpla su misión de una carcajada. Considerando que estamos en la era de lo políticamente correcto, los intentos de manifestar esto en las redes no podrían ser más complicados. Ni delicados. Porque al final del día. ¿Quién está decidiendo qué ofende y qué no?
Y aquí les va nuestro caso de la vida real de esta semana, que es pertinente porque el arte suele ser trasgresor. Usualmente debe ser iconoclasta. Romper esquemas e incluso dogmas. Eso indudablemente va a ofender. Y lo vimos en Bellas Artes el lunes con la exposición de La Revolución de Fabián Cháirez. Comprendo que todos tenemos diferentes puntos de partida y educaciones quizá con prioridades muy distintas, pero mientras ciertos grupos de la Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas se sintieron ofendidos porque se realizó una interpretación de un Emiliano Zapata con actitudes femeninas, su respuesta fue la violencia. Claramente, a mí el arte no me ofende. Lo que sí me duele es que le parezca tan ofensivo a tantas personas, porque como mujer no siento que estén denigrando a nadie ni a nada por interpretar a un ícono con características de femeninas.
Pero sé que cada uno reacciona según su realidad. Por supuesto que no puedo aceptar que la respuesta ante esto sea la homofobia, sé que se está tratando de provocar, pero dudo esto. Es provocar ideas. Discusión. Diálogo. No insultos y golpes. Así que ahora que las redes están cuidando tanto lo que se dice y no en sus espacios, me pregunto cómo vamos a manejar este tipo de confrontación social para que no tenga que llegar a insultos y golpes, o a mensajes y videos desaparecidos del ciberespacio.
Si eso es solo un caso en nuestro país, imaginen las disonancias culturales en el mundo entero. ¿Quién va a terminar siendo la policía de lo que se queda en el registro digital para siempre? ¿YouTube? ¿Twitter? ¿Facebook? (Que quede claro que no hablo de ataques personales ni amenazas de muerte, esa es otra vertiente).
Tristemente, en casos como este las agresiones son parte de la historia. Y dejarlas de contar cambia el recuerdo colectivo. No estoy diciendo que han dejado de hacerlo, sino que estamos en el momento en el que, como colectivo, denominaremos una naturalidad para lo que es aceptable y no que se quede en las redes, y me pregunto ¿Será posible que encontremos la fórmula para combatir y educar respecto los insultos y no solo silenciarlos en esta nueva era digital?
susana.moscatel@milenio.com