Crecí escuchando historias de lo peligroso que era Nueva York en los ochenta, especialmente recuerdo una anécdota de mis papás en uno de sus viajes a la Gran Manzana. Saliendo de cenar fueron perseguidos por una pandilla hasta lograr meterse a un hotel y pedir ayuda. Así me imaginaba Nueva York de niña, justo lo que fue en esa década: decadencia, criminalidad, drogadicción, miedo y desesperanza.
En las imágenes de los años setenta y ochenta se observa una ciudad al borde del abismo. Totalmente distinta a lo que conocemos hoy, considerada el corazón de EU, que atrajo a 65 millones de visitantes en 2024 y es uno de los destinos turísticos más importantes del mundo. Nueva York cambió radicalmente gracias a la inversión, gentrificación y sobre todo el trabajo de ciudadanos y gobierno que decidieron sacarla adelante. Recordemos la época del Giuliani como alcalde en los noventa, donde los crímenes se redujeron hasta 50 por ciento con su política de tolerancia cero.
Veo esa transformación y pienso en Monterrey hoy enfrascada literalmente en la crisis de contaminación atmosférica que rebasa los límites permitidos por la OMS. Ayuda entender cómo otras ciudades con grandes retos han podido salir adelante y saber que toda adversidad se puede resolver. Las alertas ambientales ya han sido suficientes, diría que estamos en el punto más grave. De cualquier parte alta de la ciudad se observa la nata de contaminante que estamos respirando; un coctel mortal de partículas PM10, PM.5, azufre, zinc, ozono y dióxido de carbono.
La lucha contra la contaminación es de todos; todos somos parte de la problemática, pero definitivamente se requiere voluntad política y empresarial. Las causas como las soluciones ya son conocidas. Nos estamos ahogando entre la refinería, las fábricas, malos combustibles y el exceso de vehículos, debido a la falta de transporte público eficiente.
La presión a la presidenta Claudia Sheinbaum suma, se requiere su decisión y la de todos nosotros para seguir trabajando en las soluciones. Nueva York se unió como uno solo. En cuatro décadas se transformó de una manera que ni el más visionario hubiera imaginado. Así, Monterrey podría igual tener un cielo y aire limpios.