Los beneficios del plástico son innegables porque es barato, liviano y fácil de fabricar. Por estas características su consumo es muy alto pero el problema radica en que solo una pequeña fracción se recicla, el resto que es alrededor de 8 millones de toneladas, terminan en los océanos cada año, dañando la biodiversidad, la economía y nuestra salud.
Por ello, la ciencia en todo el mundo se empeña en encontrar nuevas tecnologías para lograr productos que sustituyan al plástico, especialmente para la elaboración de bolsas por ser uno de los productos de mayor consumo.
Uno de los desarrollos científicos más innovadores para suplir las bolsas de plástico, es lograr un producto que al entrar en contacto con el agua, conocido como hidrodegradable, se desintegra porque está hecha a base dio bioplásticos, es decir, material que no utiliza ningún elemento derivado del petróleo.
El bioplástico utiliza alcohol de polivinilo (PVA) y roca caliza como ingredientes básicos para lograr un material similar al plástico con las mismas características: liviano, barato y fácil de fabricar.
Los autores de este desarrollo tecnológico son Roberto Astete y Cristian Olivares, ambos investigadores chilenos, quienes afirman que estas bolsas no dañan al medio ambiente porque el alcohol polivinilo y otros polímeros aprobados por la Administración Federal de Alimentos y Fármacos (FDA) de los Estados Unidos, son calificados como bioplásticos porque se degradan en el agua en un periodo aproximado de 5 a 10 minutos.
Sin embargo, al degradarse estas bolsas ¿qué pasa con el bióxido de carbono (CO2) que se libera con la reacción de los carbonatos en el agua? Lo que podría suceder, desde la mirada de la química y la geología, es que cualquier roca caliza, al contacto con el agua, libera CO2; por lo tanto, soluciona el problema de la basura pero produce contaminación atmosférica.
Cabe recordar que el bióxido de carbono es un gas que genera el efecto invernadero y que repercute en el aumento de la temperatura del planeta.
Para tener una idea de lo que esto significaría, podemos calcular que considerando que el biopolímero contiene 44 gramos de roca caliza por cada 226 gramos de biopolímero. Se estarían liberando a la atmosfera alrededor de 1.5 millones de toneladas de CO2 al año.
Una segunda preocupación con los bioplásticos es el endurecimiento del agua por la precipitación de los carbonatos ya que aumenta el Ph y afecta el rendimiento y mantenimiento de las tuberías de cualquier espacio.
Entre otras consecuencias, cabe señalar que generaría daño a los cultivos si se reutilizara el agua del drenaje después de disolver bolsas hechas de bioplástico de manera masiva.
Sin embargo, esta tecnología desarrollada en Chile y que al parecer ya están en el mercado, puede presentar una alternativa viable en el problema como residuo sólido que representan las bolsas de plástico, ya que es posible la captación del CO2 producido en el suelo al ser enterradas o empleando plantas con capacidad para retener el gas bióxido de carbono por absorción en sus raíces.
Por último, es importante pronosticar que, en caso de llegar a un consumo masivo de bolsas hidrodegradables y éstas terminan acumuladas en un basurero, será difícil evitar un daño en plantas y animales porque los carbonatos se precipitan y no habrá permeabilidad en el suelo, es decir el agua no podrá penetrar en la tierra.
Aunque desde un punto de vista geológico, los cambios de temperatura en nuestro planeta han estado presentes a lo largo de toda su historia, la actividad de los seres humanos ha acelerado este proceso que perjudica a todas las especies de plantas y animales.
Sin embargo, no es suficiente la búsqueda de nuevas tectologías para reducir la contaminación por plástico en el mundo, si son sustituidas por materiales que resuelvan un problema, pero generen otro de difícil control.
Por ello, es necesario primero cambiar nuestra costumbre de consumo y lograr una cultura de reutilización de productos.
Si vas al súper, lleva tu bolsa verde. Si compras comida, agua o café utiliza recipientes reutilizables. Aun podemos salvar al planeta.
*Dulce Elizabeth Perea Ortiz, estudiante de licenciatura en Ingeniería en Geología Ambiental y José Ángel Cobos Murcia, investigador de Ciencias de la Tierra y Materiales de la UAEH