"Dictablanda" mexicana

Ciudad de México /

Durante muchos años sociólogos, historiadores y escritores del país y del extranjero desarrollaron investigaciones y análisis sobre el sistema y régimen político mexicanos que, si bien significaron aportaciones para su comprensión, dejaban puntos oscuros e insatisfacciones en otros estudiosos. Un buen día, sin embargo, alguien dijo sin mayores pretensiones “es una dictablanda” y marcó nuevos derroteros en la investigación social.

Y en efecto, el sistema emanado de la Revolución Mexicana, el que dominó los escenarios nacionales durante seis décadas: desde el cardenismo hasta el fin del siglo XX, a la vez que mostraba comportamientos propios de una dictadura contenía componentes distintivos de una democracia, lo cual hizo siempre complicada su comprensión y valoración.

Para unos se trataba de una dictadura, para otros de una democracia social avanzada; algunos aseguraban que era una simulación muy bien orquestada a diferencia de los que sostenían que se trataba de una democracia sui géneris, “a la mexicana”; no pocos lo calificaban como autoritario y despótico, mientras que muchos lo llamaban progresista y popular, etc. El término dictablanda, cuando llegó, permitió integrar en una sola expresión lo uno y lo otro, tal como era esa realidad, porque el objeto en cuestión contenía rasgos y características encontradas y contradictorias: era autoritario y despótico, y a la vez popular y flexible; era represivo e intolerante, y también reformista y negociador.

Paradójicamente, transcurridas varias décadas y no pocas modificaciones en el escenario internacional, en la correlación interna de fuerzas, clases y actores políticos y sociales, en las estructuras legales y políticas de gobierno, se ha hecho más difícil explicar a los jóvenes nuestro pasado reciente y las distancias que guarda con el poco amable, pero distinto, presente. Cuando hablamos del México de hace 50-60 años, de sus cualidades o de sus lacras, no es sencillo explicar a los jóvenes la magnitud, gravedad o importancia de lo que decimos.

Al descontextualizar la trama que presentamos, las palabras quedan sin sustancia: “grande”, “pequeño”, “duro”, “terrible”, “represivo”, “autoritario”, etc., pierden sentido.

Y el presente no ayuda para nada. Desolador, injusto, incierto y carente de perspectivas sólidas, estimula nostalgias e intentos por embellecer el pasado, específicamente el priato, pero con miras muy actuales.

Por ello, en ocasiones para salir del embrollo, lo que necesitamos es simplemente presentar casos concretos.

Así, cuando nos referimos a la intransigencia gubernamental del pasado reciente frente a los movimientos independientes, fueran de derecha o de izquierda, a la vez que analizamos la amplia base social que daba sustento al régimen, los rejuegos y presiones que se presentaban al interior de ese bloque de fuerzas, y que eran aceptados y permitidos, un simple ejemplo puede ilustrar lo que era y hasta donde llegaba la intolerancia.

Va uno que, de paso, descubre la cara oscura de la “dictablanda”.

Un reporte confidencial de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales de la Secretaría de Gobernación, que era una de las dependencias gubernamentales que realizaba tareas de espionaje político, fechado en Campeche el 7 de mayo de 1961, relata la detención de tres panistas: Arquímedes Ak Solís, Miguel Uk Morayta y Francisco García Gómez cuando invitaban a un mitin relámpago contra el Gobernador del Estado:

(…) el Gobernador del Estado, personalmente se presentó a la cárcel y ordenó que fueran sacados uno a uno al patio, y en su presencia, fueron rapados totalmente, llegando la saña con que lo hicieron a grado de cortarles las pestañas y los vellos de la región púbica y anal; se dice que fueron arrancados con pinzas.

Y eso que eran ¡opositores legales!

Enrique Condés Lara

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