Morena tomó la decisión política de que Clara Brugada fuera su candidata para CdMx. No fue el criterio de género el que le dio la victoria. Si así hubiese sido, la beneficiada del criterio habría sido Sasil de León, de Chiapas, una candidata con un puntaje más competitivo con respecto a su contrincante varón.
Esto ha llevado a muchos a argumentar que Clara fue impuesta por López Obrador. Fue Obrador, dicen, el omnipotente controlador de Morena quien le dio la victoria a su favorita.
No pienso que sea así. El argumento, no solo no se sostiene lógicamente, sino que nos impide comprender la complejidad de lo que realmente está pasando dentro de Morena. Lo que está pasando es mucho más interesante que un presidente dando órdenes. Estamos atestiguando el surgimiento de un nuevo entramado de poder. Me explico.
El argumento de que Obrador controla las decisiones del partido de forma férrea al punto de imponer a Brugada no se sostiene lógicamente por una simple razón: la forma tan desordenada e improvisada en la que la imposición sucedió.
Si Obrador controlara al partido y Clara fuera su candidata, ésta habría sido impuesta desde un inicio sin chistar. Se habría obligado a Omar G. Harfuch a retirarse, se habrían modificado las encuestas a modo, o de plano, se habría creado un criterio de género distinto, uno con el que Clara de verdad ganara. Es decir, la nominación habría salido fácil.
Nada de eso pasó. Por el contrario, lo que atestiguamos fue un Morena que tuvo que negociar y que al hacerlo sufrió, crujió y se agrietó.
Me parece que más que un partido cuyas nominaciones están determinadas por Obrador, lo que estamos atestiguando es el fascinante y doloroso proceso de búsqueda de identidad de Morena. Una especie de “gender reveal”, pero ideológico, en donde Morena se enfrenta a una gran disyuntiva de escoger qué partido quiere ser.
Morena tiene dos opciones: volverse un partido de izquierda o un partido “cacha-todo”. En la ciencia política llamamos “cacha-todo” a los partidos cuya única misión es obtener la mayor cantidad de votos y para ello diluyen su ideología al mínimo a fin de proponer cualquier cosa que le resulte atractiva a la mayor cantidad de votantes. Un partido de izquierda, en cambio, tiene una ideología clara y férrea.
Lo que estamos observando es que Morena está decidiendo caso a caso.
En aquellos estados donde existe un electorado de izquierda organizado, Morena no está pudiendo convertirse en un cacha-todo. La base del partido y sus movilizadores se rehúsan a aceptar candidatos de perfil cacha-todo y demandan candidatos que apoyen una agenda de izquierda. Tal es el caso de Ciudad de México. La nominación de Clara fue una decisión política que se tomó en deferencia a la militancia organizada de izquierda. Por eso fue tan torpe, lenta y de último momento. Fue un legítimo despertar de la izquierda que tuvo que oponerse a su propio partido.
En estados en donde no existe una base movilizada de izquierda, sino solo políticos de carrera en búsqueda de la mayor cantidad de votos, Morena se está volviendo un cacha-todo. Estos son la mayoría de los estados. Así, tenemos el caso de las nominaciones de Alejandro Armenta de Puebla, quien militó en el PRI hasta 2017, Eduardo Ramírez de Chiapas, quien militó en el Partido Verde hasta 2018, o Joaquín Díaz Mena de Yucatán, quien lo hizo en el PAN. En estos estados la agenda de Morena tendrá un contenido menos ideológico, y será más pragmática, simplemente centrada en atraer votantes.
Tengo la impresión de que en el largo plazo Morena se decantará por ser un cacha-todo por dos razones. La primera es que el votante mexicano no suele estar ideológicamente movilizado. Son pocos los votantes que se identifican con la izquierda o la derecha, la mayoría son de centro o no saben. La segunda es que en México hay muchos políticos de carrera que a nivel local pueden amenazar con irse a otro partido si no son seleccionados por Morena. Estos políticos logran tener poder por encima de cualquier ideología y son muy poderosos.