La semana pasada Trump publicó su “Estrategia de Seguridad Nacional”, un documento extraordinariamente transparente que sentencia con cruda nitidez lo que Estados Unidos busca de nuestro país. Hay terribles noticias.
Los empresarios mexicanos deben prender las alertas. Y con ello no me refiero a los oligarcas que constituyen el nuevo consejo empresarial de Sheinbaum, sino a los de verdad.
El documento establece que Estados Unidos empleará todo su poder económico y político para abrir oportunidades de negocio a sus empresas y asegurar su dominio en los mercados latinoamericanos, incluso obteniendo la mayoría de los contratos públicos. En países dependientes como México, Trump va más lejos y ordena a su cuerpo diplomático exigir contratos exclusivos para firmas estadunidenses.
También señala que Estados Unidos buscará vendernos energía como instrumento de control para “proyectar su poder” cuando lo considere necesario. Además, aunque reconoce la necesidad del nearshoring, declara explícitamente que usará a su servicio de inteligencia para impedir que empresarios no estadunidenses desarrollen tecnología avanzada o productos de alto valor, al considerarlo una amenaza a su prosperidad.
En pocas palabras, Estados Unidos busca que haya la menor cantidad posible de empresarios mexicanos, salvo aquellos dedicados a manufacturas de tan bajo valor agregado que no resulten de interés para las empresas estadunidenses.
Que nuestro principal socio comercial haya optado por una postura abiertamente predatoria es una emergencia nacional. Estamos ante una coyuntura crítica que exige una respuesta unificada del empresariado mexicano: defender sus mercados, acelerar sus inversiones y elevar la complejidad de sus productos para frenar la entrada avasalladora de competidores extranjeros.
Las mentes empresariales más brillantes de México deben enfocarse en cómo resistir el embate económico de Estados Unidos, cómo ampliar su participación de mercado y, si es necesario, cómo construir una economía capaz de sostenerse incluso sin el T-MEC.
Pero no, lo que vemos es exactamente lo opuesto.
Lo que vemos un empresario doméstico retirado, de brazos caídos, enojado, resentido, que considera que no puede expandir sus operaciones, emprender o invertir porque el marco regulatorio actual es más desfavorable que el que había hace apenas unos años.
Y vemos a un empresario internacional hambriento, que hace un ejercicio completamente distinto. Que no compara al México actual con el del pasado —porque comprende que ese pasado ya no es relevante, ni volverá en el corto plazo—, sino que compara a México con otros países. Y en esa comparación, en la actual, encuentra que los fundamentales de la economía mexicana son sólidos y que vale la pena invertir aun si, en efecto, el riesgo ha aumentado.
Por eso hablar con empresarios domésticos y extranjeros es un caso de estudio perfecto de oportunidades perdidas. Mientras los primeros se obsesionan discutiendo escenarios pesimistas, la forma en la que el país ha sido supuestamente destruido y el negro futuro que yace por delante, los segundos están listos para arriesgar un poco más a costa de comerse un pastel que ven, todavía, muy jugoso. Mindsets distintos.
La pregunta para los empresarios mexicanos es si su mindset es el correcto. Si ese mindset los llevará a expandir su market share o a quedarse como espectadores, mirando a la Inversión Extranjera Directa —en máximos históricos— comerse el mercado que debería ser para los mexicanos.
Lo contenido en este texto es publicado por su autora en su carácter exclusivo como profesionista independiente y no refleja las opiniones, políticas o posiciones de otros cargos que desempeña.