México ha impuesto aranceles a un largo listado de productos importados de países con los que no tenemos tratado comercial.
La lógica, según plantea el secretario de Economía Marcelo Ebrard, es evitar que empresas mexicanas quiebren por no poder competir con los productos que están introduciendo empresas extranjeras.
Los aranceles son interesantes, pues replican estrategias de desarrollo similares a las que en su momento implementó Asia del Este, Alemania e incluso el propio Estados Unidos con buenos resultados.
El problema es que, por la forma en la que se están planteando los aranceles en México, la política parece conllevar tres riesgos importantes.
El primero y más inocuo es el riesgo de cambiarlo todo para no cambiar nada. Según comentó el propio secretario, solo se impusieron aranceles a importaciones que pueden ser fácilmente sustituidas por importaciones de países con los que México sí tiene tratados comerciales.
Si es el caso, lo que esta política realmente logrará no es una sustitución de importaciones por producción doméstica, sino algo mucho menos ambicioso y puramente político: un cambio en el país de origen de las importaciones. Es decir, las empresas mexicanas todavía podrían quebrar, pero en vez de hacerlo por no poder competir con China, lo harán por no poder competir con cualquier otro país con el que sí tenemos un tratado comercial.
El segundo riesgo, más grave, es que los aranceles lleven a la descomplejización de la economía mexicana. Muchos de los aranceles se impusieron a productos poco complejos como manteles o servilletas. La intención del gobierno es que se generen nuevos empresarios mexicanos capaces de producirlos.
El problema es que, si no se crean políticas específicas para desarrollar esa nueva camada de empresarios, lo que puede suceder es que empresas preexistentes, que actualmente producen textiles un poco más complejos, comiencen a invertir en hacer manteles simples para satisfacer la nueva demanda que habrá por ellos.
Así, existen escenarios en los que, en vez de que se generen nuevas empresas, simplemente se desperdicia la capacidad productiva en producir bienes menos complejos. Esto es grave porque la menor complejidad de la producción está asociada con bajo crecimiento económico.
Finalmente, un tercer riesgo de la política arancelaria es repetir el error que se cometió el siglo pasado cuando se sustituyeron las importaciones por productos mexicanos, pero de menor calidad. Esto sucedió porque el gobierno no creó los incentivos adecuados.
Los tigres asiáticos sí los crearon. Obligaron a las empresas protegidas a comprobar que sus productos eran suficientemente buenos como para ser exportados. Si no lograban serlo, los beneficios les eran retirados. A esta política se le llamó “disciplina exportadora” porque disciplinaba a los empresarios a que no fueran flojos o malhechos mediante la imposición de objetivos concretos y ambiciosos de exportación. A los aranceles mexicanos quizá les falta un poco más de disciplina.