A unos meses de que Morena escoja a su candidato(a) y comience la batalla rumbo a 2024, la oposición se ha concentrado en pelear la menos estratégica de todas las batallas: culparse y culpar a los demás de la victoria de López Obrador.
“Obrador es tu culpa”, dicen unos. “¡Deberías sentirte avergonzado!”, sentencian otros. Las voces más fuertes de la oposición y sus intelectuales han decidido dedicar su tiempo y energía a regodearse en la supuesta superioridad moral de culpar a todos. Humillar, avergonzar y abofetear. Nada supera el placer que les da repartir culpas.
Pareciera cómico de no ser porque es una tragedia. El tamaño real de la oposición en México es la de una bandilla de bullies de secundaria.
Entre ellos mismos se culpan. “No es mi culpa, yo voté por Anaya”, dijo con cierta timidez el secretario de Estudios del PAN, Fernando Doval. ¡No lo hubiera dicho! Al poco tiempo, el ex presidente Felipe Calderón le respondió: “Claro que tienes culpa! (…) No es solo López Obrador, son ustedes”. Y procedió a culpabilizarlo de haber destruido al PAN. Engolosinado en una viralidad de ataques.
A los periodistas e intelectuales, los culpan también. Pobre del comentarista o analista que se muestre decepcionado de haber apoyado a López Obrador. El resultado será una avalancha de insultos y culpabilizaciones esgrimidas desde las más altas esferas del poder opositor. Hace poco el columnista Genaro Lozano escribió un texto titulado “Decepción”. Los insultos que recibió fueron amplificados a tal grado que el mismísimo ex presidente Calderón los retuiteaba. En efecto, los insultos al periodista cobraban vida desde las redes sociales del ex presidente que acusa a López Obrador de insultar a la prensa.
La oposición reparte culpas a diestra y siniestra. A los votantes, a los ciudadanos y hasta a las mismas personas a las que les pedirán el voto en la próxima elección. La culpabilización les da tanta satisfacción y se vuelve tan viral que, la semana pasada, el escritor Jorge Volpi tuvo que dedicar un texto completo a defenderse.
La situación es preocupante. El que la oposición esté menguada hasta convertirse en una simple bandilla de bullies es reflejo de mucho más que una falta de proyecto. Es reflejo de que no tienen idea de qué piensa o siente la gente a la que le pedirán el voto en 2024.
Fuera de los círculos panistas, en el México de verdad, casi nadie siente vergüenza de haber apoyado a López Obrador. Por el contrario, 65 por ciento de la población quiere que el próximo gobierno le dé continuidad a su proyecto (Encuesta 05/2022) y la evaluación de su gobierno es positiva (El Financiero 05/2023). Incluso entre quienes están decepcionados, el deseo de votar por el PRI es mínimo y las culpas esgrimidas por los militantes del PAN solo ahuyentan aún más al votante.
La realidad es que el PAN se ha decantado por convertirse en la inquisición de los votantes decepcionados, porque en el fondo se asumen como perdedores. Si supieran que tienen alguna posibilidad de atraer votantes nuevos, no los insultarían. Los acogerían y recibirían con ternura.
No es así porque el PAN se sabe derrotado. Transita a convertirse en un partido de nicho donde todos piensan igual y se castiga a quien alguna vez haya pensado diferente. Tal parece que quisieran ser solo el partido de la minoría que siempre ha odiado a López Obrador y que odiará a todo el que no lo ha odiado siempre.
México necesita una oposición digna. El PAN debe cambiar de estrategia.