Xavier Quirarte
Ciudad de México
Fue una tarde mágica en Tepoztlán. Llegamos a la pequeña casa de Chavela Vargas y advertimos que no había signos ostentosos de que ahí viviera una gloria de la canción mexicana. Nada de fotografías, diplomas, discos o trofeos, porque sus recuerdos –gozosos unos, dolorosos otros– los llevaba en el alma y esa tarde los compartió con quienes tuvimos la fortuna de acompañarla.
Meses atrás había grabado el disco ¡Por mi culpa!, un encuentro conmovedor con La Negra Chagra, Mario Ávila, Eugenia León, Lila Downs, Jimena Giménez Cacho, Pink Martini y Joaquín Sabina. Con 91 años y una vida plena a cuestas, Chavela volvía a nacer, como diría ella misma, y se iba a presentar en la X Feria del Libro del Zócalo de la Ciudad de México. Y esto gracias a María Cortina y Discos Corasón, empresa que Eduardo y su mujer Mary Farquharson habían puesto a disposición de su talento sin par.
Veo una fotografía de aquella ocasión y sonrío al ver en el centro al querido amigo, quien desde septiembre del año pasado ya no nos divierte con sus anécdotas luego de haber dedicado su vida a registrar y difundir la música que nos reconcilia con el mundo. En la imagen, por su mirada evocadora pareciera que recordara aquellos lejanos días de 1971, cuando viajaba a pueblos y ranchos de México para capturar la música tradicional en su hábitat. O tal vez pensaba en sus viajes a Cuba y sus registros del contagioso son o sus encuentros con la música en la África Occidental.
Nada de eso. Eduardo vivía –y bebía y fumaba y gozaba– en el presente. Disfrutaba del regalo que nos ofrecía Chavela, a su lado, sentada en su trono –que no en una silla de ruedas–. Animada por el guitarrista Humberto Zavala, interpretó algunas canciones a las que se unió con su guitarra Juan Carlos Allende, también registrado en la foto. Eduardo, en primera fila, animaba a la Vargas, bromeaba con ella, la hacía sentir querida, admirada y animada a seguir adelante con su carrera. Tal era su oficio: alentar la creación de música que viene del alma, ya fuera México, África o Cuba, para grabarla, producirla y después enviarla al mundo a través de Discos Corasón. Más que una empresa, es un proyecto de amor a la música, un vehículo para lanzar misiles de creatividad sin fronteras, al que Eduardo dedicó su vida. Donde quiera que esté sabe que la disquera está en buenas manos, en las de su mujer, su cómplice, la mitad de su ser, dispuesta a seguir partiéndose el alma en su cruzada por llevarnos a mundos musicales que la gran industria mira con desdén.
Y además
Homenaje al productor de Discos Corasón
El sábado 29 de abril a las 19 horas se realizará un homenaje a Eduardo Llerenas en la Sala Ponce del Palacio de Bellas Artes con la participación de invitados presenciales y virtuales de México, Londres, Washington D.C., Cuba y Tamaulipas, así como música en vivo. Al día siguiente se le recordará en el Museo Nacional de las Culturas Populares a las 12:00 horas con la participación de Los Camperos de Valles, Soraima y Evelin Acosta.