El sortilegio indio

Guadalajara /

No siempre los sentidos se enteran de las cosas al mismo tiempo. Antes de que pudieran comprobar mis ojos que, en efecto, había llegado a Nueva Delhi, la nariz ya tenía toda la información. Un aroma de especias poderosas parecía levantarlo a uno en vilo, apenas daba un paso hacia la calle y dejaba atrás varias de sus certezas previas. Por su parte, el oído permanecía perplejo ante el coro infinito de atentos bocinazos con el cual, contra todo pronóstico, habría de acabar encariñándome. La última en enterarse fue la lengua, no bien el desayuno del día siguiente le dejó semejante cantidad de preguntas que a partir de ese día se decidió a comer sin preguntar. Para qué, si ya nada sería igual.

Hay quienes aseguran que el primer viaje a la India es como un parteaguas del destino. De El hombre que sería rey a Siddharta, había yo cruzado la adolescencia acariciando el anhelo gaseoso de viajar a la India y eventualmente visitar Benarés: la ciudad del primer sermón de Buda, hoy mejor conocida como Varanasi. ¿Qué esperaba? No sé. Supongo que creía, en todo caso, que para conocer otro planeta tenía uno primero que salir de éste, cuando lo cierto es que India te ahorra ese requisito.

De Delhi a Jaipur y de Pushkar a Varanasi, recuerdo aquellos días como un deslumbramiento ininterrumpido. La sola idea de que otro mundo en tal manera diferente al mío pudiera ser posible, y funcionar a ratos mejor que él, era por cierto más de lo que habría esperado en cualquier circunstancia. Pasado el shock de las primeras horas y la primera revolución estomacal, todo cuanto era raro y desconcertante se va haciendo entrañable. Incluso la experiencia de perderse por calles serpenteantes y asimétricas tiene el sabor de esa gran aventura que uno tal vez creyó que ya no viviría.

Ciertamente se sufre un tráfico infernal y un calor que en verano pasa de los 50 grados centígrados, pero una vez que se entra en el idilio incluso las notorias desventajas se transforman en grandes e insustituibles atractivos. Chandni Chowk, por ejemplo, es una zona comercial espantosa, pero basta con internarse entre su laberinto de callejones oscuros para caer hasta el fondo del sortilegio. ¿Y qué decir de Galta, la ciudad de los monos famosos por ladrones que se alza en una orilla de Jaipur? Nada, de todas formas, le prepara a uno para el impacto místico de Varanasi.

No sabría explicarlo. Algo tiene que ver el ritual de cinco monjes que ocurre cada noche a la orilla del Ganges. Y los muertos ardiendo a unas decenas de metros de ahí. Y los santones que a toda hora van y vienen por los famosos y variopintos Ghats. El punto es que al final el parteaguas hace su trabajo: no vuelve uno a ser el mismo, una vez que ha salido de este sueño (súbitamente contra su voluntad) y a partir de ese día vuelve a soñarlo cada vez que puede.


ÁSS

  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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