De Nicolás Andrés Caletri se sabe poco: que era originario de Guerrero y a mediados de los setenta trabajó en los Servicios Especiales de la Armada de México. Abandonó el ejército a inicios de los ochenta y abrió un pequeño negocio de confección de ropa para mujer. Por esos años, la crisis económica se le vino encima y habría sido estafado por unos empresarios. Entonces unos amigos de su costurera le propusieron asaltar la casa de un comerciante que tenía pollerías y Caletri aceptó. Así comenzaría su carrera criminal.
Conocería al que sería su maestro, Alfredo Ríos Galeana, un cantante de rancheras y asaltabancos, que además era paisano de Caletri. A principios de los ochenta Galeana ya comenzaba a consolidarse como el enemigo público número 1 del gobierno del entonces Distrito Federal, junto con su banda de criminales. Así que, junto a él, en poco más de un año, Andrés Caletri había logrado amasar una pequeña fortuna.
Pero en 1982 fue detenido por la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la antigua agencia de inteligencia mexicana, y encarcelado en el Reclusorio Sur. Cinco años después al ver que Caletri controlaba la prisión, fue trasladado a otro penal, donde rápidamente hizo lo mismo: se convirtió en el amo y señor de Santa Martha Acatitla.
Entonces sucedió lo inimaginable. El 16 de enero de 1992, a las siete de la mañana, el entonces jefe de seguridad se metió a bañar. Tal había sido la sobrepoblación de reos en el reclusorio, que sus superiores le habían ordenado construir un cuartito en el penal para que, día y noche, vigilara desde ahí.
Mientras se enjabonaba escuchó un estruendo, algo parecido al sonido de los cuetes, que le recordó a los fuegos artificiales de las fiestas patronales. Las detonaciones no pararon. De pronto le siguió un ruido ensordecedor: la alarma de la torre principal de vigilancia empezó a sonar y todavía mojado se vistió y corrió a la oficina de los custodios.
Una vez ahí le cayó la noticia: se estaba fugando Andrés Caletri, al que apodaban El Italiano. Se había convertido en el secuestrador más peligroso, incluso se atrevió a plagiar al sobrino de Daniel Arizmendi, El Mochaorejas. Eran los años de la polémica oleada de secuestros en la capital de México.
Esta es una colaboración de ARCHIVERO para DOMINGA, que reconstruye esta historia gracias a expedientes olvidados entre cajones y viejas oficinas públicas. Casos como éste revelan que en México la verdad oficial siempre está en obra negra.
Los reos que se fugaron con ‘El Italiano’ eran pupilos de Ríos Galeana
Aunque han pasado los años, el nombre de aquel jefe de seguridad todavía no se revela por razones de seguridad. Aparece censurado en los archivos con color negro. Sin embargo, sus declaraciones quedaron en los viejos documentos del Poder Judicial mexicano y son testimonio de que, esa mañana de enero, Caletri mandó detonar unos cohetones.
Lo que el funcionario pensó que eran fuegos artificiales eran la señal para iniciar una balacera al interior del penal y un escape con diez reos apoyados por una cuerda de sábanas que habían armado para trepar y bajar los muros de Santa Martha Acatitla, que para entonces parecía impenetrable –aunque ya en 1971 un gringo se había fugado en helicóptero–. Los delincuentes que se escaparon eran asaltantes y secuestradores, pupilos del mismísimo Alfredo Ríos Galeana.
La fuga de Andrés Caletri inició con una balacera en Santa Martha
La declaración de un custodio confirma que el 16 de enero de 1992, a las 6:45 horas, le había tocado hacer la vigilancia en el área cinco de los dormitorios del penal. Notó un movimiento inusual, pues a esa hora los internos solían estar amodorrados. Escuchó el sonido de gente que corría y pronto vio cómo iban hacía él en la caseta de vigilancia.
“¡Hay madrazos!”, un compañero le gritó por la radio. De repente escuchó el sonido del cristal de la casetita rompiéndose, luego recuerda que sintió un líquido caliente que escurría por su cara. Empezó a disociar y, cuando regresó en sí, se dio cuenta de que era su propia sangre. Los reos lo habían herido y escuchó que le gritaban a otros compañeros. “¡No se muevan, si no aquí chingaron a su madre!”. Los despojaron de las llaves del galerón y de las radios. “Después empecé a escuchar algo parecido a unas detonaciones”, diría recordando los cohetones con los que Caletri anunció a todo el penal su espectacular fuga.
Pero los reos no pararon e iniciaron una balacera en el galerón de dormitorios número cinco. Por eso el custodio agarró su rifle R-15 y comenzó a disparar. Dice que los reos empezaron a tirarle directamente, así que tuvo que agacharse. Cuando intentó repeler la agresión se dio cuenta de que no podía: estaba bañado en sangre.
Logró ver que un reo estaba ahí parado frente a él. Tenía una pequeña pistola en la mano. “A este ya se lo llevó su pinche madre”, le dijo ese reo a otro. Dice que lanzó unos disparos, pero ninguno lo mató.
La fuga de Andrés Caletri requirió de luces de fiesta
Un segundo custodio, que había iniciado su turno poco antes de las 7:00 horas, recuerda que cuando los reos terminaron de armar su motín en el galerón cinco, empezaron a correr hacía uno de los muros del penal. La escena es irreal: habían utilizado sus propias sábanas para hacer una especie de escalera con la que se apoyaban los unos con otros para trepar. Otras, eran utilizadas para lanzarlas sobre los alambres de púas y evitar cortarse mientras escalaban los muros de concreto.
Entre la balacera alcanzó a escuchar cuando los internos le gritaban: “¡te va a cargar tu pinche madre!”. El custodio les disparó pero ningún preso paró. Unos 10 reos lograron saltar el muro de Santa Martha. Desde afuera varios sujetos tiraron a los custodios. Cuando alcanzaron a salir, una camioneta y otro coche más pequeño esperaban por los reos. Trató de dispararles, pero se le trabó el arma, así que no le quedó otra que hincarse para cubrirse de las balas que venían desde las camionetas.
Un tercer custodio, que esa mañana estuvo durante la fuga, cuenta que él corrió hacia la puerta principal del penal, donde vio cómo los internos se escapaban frente a tres patrullas de la Secretaría de Protección y Vialidad, las cuales no hicieron nada. Algo que le llamó la atención es que cuando llamaron a más elementos de la dependencia, éstos tardaron 20 minutos en llegar, a pesar de la cercanía con la comandancia.
Dice, además, que esa mañana fue él quien tomó lista a los 85 internos que vivían en los dormitorios número cinco y que el mismísimo Andrés Caletri le dijo “presente”, actuando normal, sin nervios, sin titubear.
Tras la balacera y la fuga quedó una cuerda de sábanas percudidas que sirvió para impulsarse. Faltando treinta metros para llegar a la malla, notó que algo se movía en las hierbas: era un interno con las piernas rotas: “¡No disparen, me rindo, estoy herido!”.
Andrés Caletri y su banda estaban listos para escapar desde el 5 de enero
A las ocho de la mañana de ese 16 de enero de 1992 una patrulla de la policía encontró en la calle Avenida México, esquina con Piedras Negras, en la colonia Santa María Aztahuacan en Iztapalapa, una camioneta abandonada. Lo que llamó su atención es que en la ventanilla del copiloto colgaba una suerte de sudadera con manchas de sangre. Cuando la abrieron los encontraron: siete cohetes de fiesta con vara, los mismos que Caletri utilizó para anunciar su escape.
Más tarde se sabría que los involucrados habían sido Andrés Caletri, Leonardo Montiel Ruiz, Héctor Cruz Nieto, Jorge Rodríguez Sáenz, Roberto Nieves Juárez, Ricardo Arredondo Arguello, Álvaro Darío de León Valdez y Bernardo Guerra Villalobos, y otros dos reos que quedaron heridos y no pudieron escapar. Según las declaraciones consignadas en los archivos, de los implicados que poco a poco fueron capturados con los meses, la fuga realmente se pensaba para el día domingo 5 de enero, a las 13:30 horas. Sin embargo, llegaron a la conclusión de que era muy apresurado.
Caletri esperó y les comunicó el plan un día antes de la fuga, explicó que temprano iban a recibir la señal de que todo estaba preparado y sus cómplices les esperaban afuera: cuando estallaran tres cohetones, sería la hora. Les pidió que llevaran sábanas para descolgarse del muro.
“Nos dijo que haríamos una cuerda formada por sábanas y que al llegar a la torre de vigilancia número cinco las teníamos que colgar”, relataron. “Cuando escuché los cohetes a las 7:00, esperé aproximadamente un minuto y encontrándome en el patio del dormitorio tres me dirigí a la azotea”, cuenta otro de los involucrados del cual su nombre ha sido tachado de los expedientes.
Caletri sería recapturado ocho meses después. Volvió a escaparse en 1995. Luego fue recapturado y volvió a escaparse en 1998. En febrero del año 2000 fue capturado y ahora sí fue recluido en el Altiplano donde aún vive.
GSC/ATJ