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  • “Mátalos a todos”: El día que 'El Z-40' y 'El Z-42' desataron la furia en Allende, Coahuila

  • Reportaje
  • Los Zetas habían comenzado una cacería humana contra tres de sus facilitadores para el tráfico de cocaína y lavadores de dinero.
“Mátalos a todos”: El día que 'El Z-40' y 'El Z-42' desataron la furia en Allende, Coahuila
Ángel Hernández
Coahuila /

Era marzo de 2011 y sicarios de Los Zetas azotaron varias ciudades de Coahuila, incluyendo Allende, debido a una traición al interior del cártel. Lo que pocos, o casi nadie sabía, es que Miguel Ángel y Omar Treviño, El Z-40 y El Z-42, las mentes detrás de las masacres y líderes de la organización, participaron personalmente en varios de los secuestros y asesinatos.

“Omar, mátalos a todos”, es la última frase que escucharon una veintena de personas antes de ser asesinadas a tiros por El Z-42, a petición de su hermano, el sanguinario Z-40, de acuerdo con testimonios obtenidos por MILENIO.

Los Zetas están ligados con varias masacres en México 8Diseño. Oscar Ávila).
Los Zetas están ligados con varias masacres en México 8Diseño. Oscar Ávila).

¿Qué pasó con las víctimas de Los Zetas?

Los cuerpos de las personas nunca fueron encontrados. Si acaso, algunos dientes. Lo que sí se puede encontrar en Allende, a 14 años de la masacre, son los edificios con marcas de tiros y otros inmuebles quemados que se mantienen ahí, como congelados en el tiempo.

Una enorme mansión amarilla propiedad de la familia Garza, con las paredes derretidas y completamente destruida, es un recuerdo de la furia con la que actuaron Los Zetas. 

La casa de una de las hijas de Sergio Garza Garza, uno de los desaparecidos, se ha convertido en refugio para personas en situación de calle. 

Los cuerpos de las víctimas no fueron encoentrados (Imagen: Jorge Carballo).

Llena de escombros, muebles quemados y arbustos que comienzan a invadir la propiedad, expulsa un ambiente siniestro con sus paredes negras con ceniza, y sus techos altos.

Cientos de las víctimas siguen en el limbo porque el estado de Coahuila sólo registró las desapariciones de personas cuyos familiares levantaron una denuncia, además, las autoridades locales decidieron, sin avisar a las víctimas, emitir dictámenes de fallecimiento de las personas.

La ciudad, que se encuentra a menos de una hora de la frontera con Eagle, Pass, Texas, Estados Unidos, es ahora un lugar relativamente tranquilo, donde se puede entrar sin que autos con sicarios armados estén vigilando, como ocurría hace 14 años. Pero los pobladores recuerdan aún, con miedo, el asalto.

El día cero para Allende, fue el 11 de marzo de 2011.

“Fue por ahí de la tarde, ahí empezaron, se oyeron los balazos, y en la noche más, casi toda la noche. No queríamos ni salir para afuera (sic). Después se acabaron las balaceras, pero como quiera siguieron llevándose gente”, recuerda un ciudadano local, quien solicitó anonimato por temor a algún tipo de represalia.

Los Zetas habían comenzado una cacería humana contra tres de sus socios (Imagen: Jorge Carballo).

Los Zetas cazaron a sus traidores

Aquel día, Los Zetas habían comenzado una cacería humana contra tres de sus facilitadores para el tráfico de cocaína y lavadores de dinero, a quienes señalaba por haberlos traicionado.

Mario Alfonso Cuéllar, El Poncho; Héctor Moreno, operador de Cuéllar, y José Luis Garza, un aliado que los apoyaba a trasladar cocaína a Estados Unidos. Pero los tres habían huido ya a Estados Unidos.

“Había muchos problemas ahí en Coahuila y pedí ayuda al gobierno de Estados Unidos. Muchas muertes. Incluso comenzaron a matar familias en Allende, Piedras Negras, Múzquiz y Sabinas. También me querían matar”, dijo Héctor Moreno en abril de 2013, en un juicio por lavado de dinero contra Los Zetas.

Según Moreno, los negocios para Los Zetas no iban bien. Habían tenido muchas pérdidas y aseguramientos de cocaína. “Mataron a unas 200 o 300 personas en Allende, Coahuila.”

Pero lo que Moreno no quiso decir, lo sabía su jefe. En abril de 2013, durante su testimonio contra José Treviño, hermano de los líderes Zeta, Alfonso Cuéllar reveló que Moreno y otro narcotraficante habían traicionado a Miguel y Omar Treviño.

“Gente de mi organización comenzó a cooperar con ICE (el Servicio de Migración y Control de Aduanas) y la DEA (la Administración para el Control de Drogas) sobre en dónde estaban algunas cosas y porque había gente que, debido a la confianza que yo tenía en ellos, tenían información y estaban comenzando a cooperar (…) en 2011, compré Blackberrys para todos, porque todo se hacía a través de mensajes. Compré diez para Miguel, uno para Omar, para otras personas, y uno para mí”.
“Para ese momento, Héctor Moreno y José Vázquez le estaban diciendo a la DEA y a ICE sobre eso. Le dijeron a las autoridades mexicanas. Las autoridades mexicanas les dijeron (a Los Zetas) que alguien dentro de mi organización los estaba traicionando”.

Víctimas siguen en el limbo porque autoridades sólo registraron las desapariciones de personas cuyos familiares denunciaron (Imagen: Jorge Carballo)

Operadores de Los Zetas en EU

José Vázquez, El Diablo, un traficante aliado de Los Zetas en Dallas, Texas, y Héctor Moreno, operador de confianza de Poncho Cuéllar, habían comenzado a colaborar con Washington. Entregaron un puñado de los números PIN de Blackberry utilizados por Miguel y Omar Treviño.

En un movimiento erróneo, la DEA transmitió la información a su agregaduría en la Ciudad de México y esta, a su vez, a la Policía Federal mexicana, a través de la Unidad de Investigaciones Sensibles, un cuerpo élite mexicano que había recibido entrenamiento, capacitación y controles de confianza de la propia agencia antidrogas estadunidense.

Pero para entonces, la agencia ya era como un queso gruyere: llena de agujeros. Además de evidencia de que entregaban información de inteligencia al Cártel de Los Beltrán Leyva, el caso Allende evidenció que también cooperaba con Los Zetas.

El Z-40 y El Z-42 supieron casi de inmediato que alguien había entregado los identificadores de sus celulares móviles, y comenzó la venganza.

Los Zetas no preguntaron quién. Fueron contra todos: los Cuéllar, los Moreno y los Garza vivían y tenían sus negocios, familia en Allende, Coahuila, el epicentro del averno.

Policías municipales, bomberos y autoridades fueron advertidas de no intervenir, algunas, como en el caso de la policía local, incluso colaboró en algunos secuestros.

La casa de una de las hijas de uno de los desaparecidos se ha convertido en refugio para personas en situación de calle (Imagen: Jorge Carballo)

Para los habitantes era un día normal, que cerca de las 18:00 horas cambió el destino para decenas o cientos de familias. Gabriela Sánchez se preparaba para salir con sus amigas de la escuela, cuando hombres se llevaron apresurados a su padre, Rodolfo Sánchez.

Al principio creyó que eran colegas del trabajo de su padre, camionero de años; pero cuando escuchó las revueltas en Allende, comenzó a sospechar. Hasta que vio a su padre encima de una camioneta de Los Zetas.

“Al momento de voltear topo la casa de ellos, de Héctor Moreno, y nada más se ve la troca donde iba mi papá. Arriba en la troca es donde iba mi papá y detrás de ellos se miraban varios carros, esa vez eran como cuatro carros negros. Yo me quise parar para saludarlo, pero no hubo tiempo. No sé si me haya visto o no, él le dio derecho y nosotros nos vinimos”.
Después, su papá dejó de contestar las llamadas. “Una señora, esposa de uno de los señores que se llevaron. Ella nada más sale y literal dice ‘ni los esperen, ya no van a regresar’”, recuerda Gabriela.

Después, la ciudad donde vivía, se volvió un cementerio.

A 14 años de la masacre en Coahuila edificios con marcas de tiros e inmuebles quemados siguen como congelados en el tiempo (Imagen de: Jorge Carballo)

Así quedó el lugar tras la cacería

“Entre las calles pasabas y te tocaban, si acaso, las explosiones en las que tiraban las casas, donde andaban corriendo a una que otra persona. No podías salir para nada, era mínimo lo que tenías que salir. Unas cuadras antes de llegar al centro comercial Gutiérrez quemaron una de las casas”.
“Es una pasada casi literal para todos para hacer el mandado (sic). Teníamos que ir a comprar unas cosas. No sé por qué me tocó pasar por ahí y, haga de cuenta: fue lo peor pasar por esa calle. Ver gente tirada, niños, no podías hacer nada. Nada podías hacer. Literalmente fue toda una semana que no sabía ni qué hacer, no podía salir y nosotras seguíamos marcando el número y nada”.

El único error de su padre había sido trabajar para la empresa de transporte de Los Moreno.

“Arrasaron con todo. Hasta al albañil que hizo tal casa, se lo llevaron. Si tú fuiste el carpintero de ahí, si tú fuiste y les hiciste el portón a quien fuera que tuviera contacto con esas personas, se lo llevaban”.

El Z-40 y El Z-43, con las manos llenas de sangre

José María Guízar Valencia, El Z-43, estuvo presente en una de tantas masacres. En agosto de 2021, durante el juicio contra Hugo Román, un operador de Los Zetas, recordó aquellos sanguinarios meses en Coahuila. Como uno de los hombres de mayos confianza de los hermanos Treviño, los acompañó en varias de sus fechorías.

“Días antes del 20 de marzo, Omar Treviño, Z-42, ya había matado a varias personas relacionadas con Poncho Cuéllar. Vecinos de donde la esposa iba al gimnasio, los dueños del gimnasio, los dueños de ese restaurante (donde Poncho Cuéllar iba a comer), los dueños del lugar a donde la esposa iba a comprar ropa. Cualquier cosa que tuviera que ver con Poncho”.

Lo que atestiguó Guízar ocurrió, según narra, a las 21:00 horas, en un campo de soccer en Allende.

Ahí, había cerca de 30 camionetas de los Zetas, con un centenar de sicarios armados hasta los dientes. Frente a ellos, había unas veinte personas con los ojos vendados, en una línea.

Eran personas que, alguna vez, habían tenido contacto con Alfonso Cuéllar. Había mujeres, jóvenes y hombres. Los sicarios les preguntaban sobre Poncho Cuéllar, pero para entonces, el hombre ya había huido a Estados Unidos, encontrando un refugio en la DEA.

“Y como Miguel no se dio cuenta de que en realidad ellos no tenían buena información para ellos, solo dijo a Miguel, su hermano: ‘Omar, mátalos a todos’. Y cuando la gente escuchó esa orden, empezaron a llorar y gritar. ‘Por favor, no tenemos nada que ver con Poncho. No nos maten, por favor. Tengo una familia. Tengo hijos.’ Y se abrazaban entre ellos, se tiraban al suelo. Y Omar ordenaba que los levantaran. El comandante Peluchín y El 20 los levantaban. Y ellos lloraban, y se abrazaban y se recostaban uno sobre otro”.

—“¿Y los mataron?”, —preguntó un fiscal—.

“A todos. (Omar) tuvo que recargar su arma de fuego dos veces. Había tantos que tuvo que recargar dos veces”, recuerda Guízar.

También recuerda que vio cómo saquearon ranchos y propiedades de Cuéllar en Zaragoza y Nava, Coahuila.

En el último municipio, Poncho tenía una casa de 5 millones de dólares, enorme, con obras de arte dentro. Los Zetas pasaron días destruyéndola con maquinaria pesada.

“Miguel (Treviño) iba cada día a comer tacos cerca de ahí, en la calle, para poder monitorear la destrucción. Eran hombres de destrucción. Les gustaba destruir”.

Miguel Ángel y Omar Treviño, El Z40 y El Z42, detrás de la masacre de 2011 en Coahuila

Pasaron días y meses en Allende

Fue incluso más de un año de terror constante. Wilibaldo Sandoval, desapareció en marzo de 2012, un año después del inicio de la agresión contra Allende. Primero fue detenido por policías municipales, quienes lo entregaron a Los Zetas y lo llevaron a un campo de exterminio, de donde pudo escapar.

Días después de que pudo liberarse, fue recapturado por sicarios junto a su hermano, Luis Ángel.

“Sacan a Wilibaldo. Dicen que lo sacaron a rastras de adentro, se lo llevan y ya no lo vuelvo a ver, en todo el día. De repente, ya estaba tardecillo, ya estaba fresco, me acuerdo. Y me dicen que parecía que había llegado. Y trato de salir y me avientan la puerta, y era Luis Ángel. Cerró la puerta, le faltaban pedazos de piel, estaba todo quemado. De los ojos le brotaba la sangre, donde traía hematomas fuertes. Todo torturado, quemado. Las costillas quebradas y me percato de que va y lo deja la policía municipal”, cuenta Ana Sandoval, madre de los hermanos.

Esa vez, sólo había podido escapar Luis Ángel, pero Wiliberto, convaleciente de la reciente golpiza, no pudo más. 

“Ya no lo busques, a mi hermano lo mataron (…) a él le dieron con un tablón en el cerebro. Se empezó a desvanecer y solo me dijo ‘jálate hermano, que yo ya no puedo más’”, le dijo Luis Ángel a su mamá.

La tragedia de Los Garza

El clan de los Garza era uno de los más grandes en Allende. José Luis, uno de los adultos Garza en la región, se había involucrado con Los Zetas en el negocio del tráfico de cocaína.

“Mi primo José Luis, Huicho, estaba con otros dos involucrados en negocios con Los Zetas y se habla de que ellos huyeron, dieron información, se llevaron dinero, y al momento de huir y hacerse testigos protegidos de la DEA Los Zetas se enojan y la manera de vengarse era acabar con todo lo que tuviera que ver con ellos”, cuenta Silvia Garza, hija de Sergio Garza, quien era dueño de una empresa de telefonía móvil y otra de mantenimiento en Allende.

Los Garza fueron la familia más afectada, con 18 secuestros en total. Tíos, sobrinos, primos, esposos, padres, hermanos. Solo pudieron rescatar a un recién nacido, casi tres años después.

El padre de Silvia y su hermano Sergio fueron secuestrados y desaparecidos.

No ocurrió de inmediato, habían logrado huir tras la primera agresión de Los Zetas, pero decidieron volver confiados en su inocencia y en que todo había acabado. Primero privaron de su libertad a Sergio Garza Garza. Más de un año después, en agosto de 2012, fue secuestrado su hermano Sergio.

“Era un Garza (mi papá) y por ser Garza lo agarraron y lo entregaron, la misma policía lo entregó a Los Zetas”, revela Silvia.

En marzo de 2011 sicarios de Los Zetas azotaron varias ciudades de Coahuila (Imagen de Jorge Carballo).

Sin cuerpos, sólo certificados

El gobierno estatal, quien se encargó de las investigaciones a pesar de que el gobierno federal prometió atraer el caso, decidió concluir los casos como asesinatos e incineraciones.

En 2015, sin que las familias lo supieran, se emitieron decenas de certificados de defunción, sin evidencia, solo testimonios, de que las víctimas habían sido asesinadas.

Los reportes forenses y criminológicos sólo muestran cenizas y algunos dientes que fueron encontrados, por ejemplo, en un rancho de la familia Garza, a las afueras de Allende, que habría sido utilizado como campo de exterminio.

A la señora Yolanda Moreno, esposa de Rodolfo Sánchez, le llegó la noticia hasta casi 2022, cuando intentó sacar copias de documentos de su esposo en el registro civil local.

“Ella (la funcionaria del registro civil) empieza a checar, y dice, ‘si ya tienes una acta de defunción aquí’, y digo, ‘¿cómo?’, dice ‘sí, aquí la tienes’, y digo ‘no, pues no sabía’, y dice ‘bueno ten, te la regalo’, y ya vengo con el acta de defunción, y yo digo, por qué un acta de defunción si yo no he recibido ninguna notificación o que me digan aquí hay cenizas de tu esposo. Lo que sí hicieron, llenaron varias cajitas de cenizas, fueron otras personas, yo no fui”.

Miguel Ángel y Omar Treviño Morales fueron detenidos por la Marina en 2013 y 2015, respectivamente, y en febrero de 2025, entregados al gobierno estadunidense para enfrentar cargos por crimen organizado y narcotráfico.

Su traslado podría representar una esperanza de justicia para las familias de Coahuila, pero también una oportunidad para que la justicia americana obtenga información que ilumine aquellos crímenes.

RM

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