Sonora, un 'panteón clandestino' en el que escarban mujeres en busca de paz

Ceci Flores, Yessenia Ayala, Sinthya Gutiérrez son tres buscadoras que constatan cómo Sonora se convirtió en un cementerio tras la detención y liberación de Ovidio Guzmán; tras el asesinato de Aranza Ramos, narran el olvido en el que viven.

Con pala y pico, las mujeres se exponen en llamadas o mensajes que les alertan del hallazgo de un nuevo cuerpo. (Ariana Pérez)
México /

La detención y posterior liberación del narcotraficante Ovidio Guzmán en Sinaloa representaría un antes y un después en el estado vecino de Sonora, que si bien se vio reflejado en números, según el registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas de la Secretaría de Gobernación, se resintió en las búsquedas de personas que realizan madres, esposas, hijas, sobrinas de desaparecidos, quienes han bautizado a la entidad como “un panteón clandestino”; un cementerio con capacidad para mil 273 personas hasta junio de este año, según los registros oficiales.

“Desde que pasó lo de Culiacán, ahí se desató una guerra en Sonora”, explica Ceci Patricia Flores Armenta, líder de las madres buscadoras en la entidad, amenazada de muerte, y quien se vio obligada a resguardar a su familia y salir de la ciudad el lunes por la noche con escoltas federales, tras el asesinato de su compañera Aranza, aunque apenas confíe en ellos.
“Tenemos que saber de quién nos vamos a cuidar. Porque a mí, en el mensaje que me mandan amenazándome, no solamente me dicen que me cuide del crimen organizado, me dicen que me cuide del gobierno y del Estado”, relata.
Las buscadora detuvieron su búsqueda; el gobierno les pidió "prudencia". (Ariana Pérez)

Mientras se desarrolla la entrevista en su búnker, Cecilia gestiona la entrega de un cuerpo en el municipio de Novojoa... a través de su celular. De inmediato, la red ciudadana, que se extiende por todo el estado en grupos de WhatsApp se ofrece para ir a identificar el cuerpo: “era pelirrojo”, lamenta.

El centro de operaciones es la sala de su casa, tapizada con carteles que anuncian la desaparición de Marco Antonio y Alejandro, ‘levantados’ el 30 de octubre de 2015 en Los Mochis y en Valle de Quino, respectivamente.

“Yo no voy a parar las búsquedas aunque me hayan amenazado de muerte; muerta estoy desde que perdí a mi primer hijo”, insiste Cecilia al recordar con recelo a sus hijos que porta sobre el pecho.
Las autoridades primero les decían que les hacían el favor de ir, al final les decían que era su obligación buscar. (Ariana Pérez)

Para el rescate de “los positivos”, como le llaman a los restos humanos que son encontrados, siempre hay una llamada o un mensaje anónimo, ya sea de un arrepentido o de alguien que quiere sembrar un cuerpo, a ellas no les interesa quién dé “el pitazo”, puede ser por whats o por face; “donde me llamen -advierte- ahí voy a buscarlo, con o sin apoyo a las autoridades”, y ahí es donde queda el reclamo a los tres niveles de gobierno.

“Muchas veces nos niegan la seguridad porque no hay elementos… pero cuando hacemos una localización hasta 20 patrullas han llegado, qué raro, 'pero cuando yo te pedí apoyo me definiste que tenían covid, que no podían venir, pero cuando te decimos que encontramos un campo de extermino', se puede decir, llegaron patrullas de todo el mundo”, al asegurar que suman más de 500 restos los que ha localizado desde hace dos años cuando empezó su cacería.
Hijos, esposos, hermanos...las mujeres buscan a sus seres queridos y un poco de paz. (Ariana Pérez)

Los datos del celular, el cooler, o la gasolina para las búsquedas, los pagan sus yernos, sus hijas y lo que puede ganar vendiendo productos de catálogo Mary Kay y ropa interior, pero eso no importa y se presume obstinada; “si hay que comer o encontrar a alguien, prefiero darle paz a una madre”.

“Ya no nos dicen ‘nos haces el favor’, nos dicen ‘es tu obligación, tienes que buscar tú porque para eso te paga el gobierno’, claro que no, a mí nadie me paga, nadie. Estoy buscando porque tengo una parte de mi corazón desaparecida y los quiero de vuelta en casa… y en el afán de encontrar a mis hijos he encontrado a los hijos de otras”

Pero lo que más le duele es “caminar todos los días en un panteón clandestino como es Sonora”.

En el reflejo de Aranza Ramos

Yessenia Ayala se ve reflejada en Aranza: madre, esposa, y ahora buscadora. No pierde la esperanza de encontrar a Benito Rodolfo, desaparecido el 29 de octubre de 2019.

Las buscadoras tratan de juntar recursos de donde pueden para poder continuar su labor. (Ariana Pérez)

Es una de las mujeres que hacen el trabajo que autoridades, literalmente,  han dejado caer en sus derruidas manos; “nos toca buscarlos con pala y pico”, expone.

Las mujeres viven el abandono del Estado. (Ariana Pérez)

Yesenia se hizo buscadora para encontrar a Benito, y no deja de exigir respuestas. Hoy, pide ayuda para difundir la fotografía que carga en el pecho y que las autoridades la dejen buscar, y a quienes saben algo, que denuncien:

“Que no teman, que hablen, eso hace la diferencia”.

Los últimos mensajes

Sinthya Gutiérrez pertenece a Guerreras buscadoras de Sonora, en Guaymas. Fue la encargada de llamar a los servicios de emergencia al ejido de Ortiz, donde sujetos armados tomaron por sorpresa a su amiga.

“En la noche que me mensajeó y me dijo que había gente afuera de su casa, me dijo ‘ayúdame y no dejes de buscar a mi familia ni a mi esposo’, fueron su últimos mensajes y 'no me marques, cualquier cosa, yo te llamo', y su llamada nunca llegó. Yo pedí ayuda, ya demasiado tarde sólo llegaron por ella”, recuerda.
Retoman la canción de Vivir Quintana y tras las amenazas afirman que el miedo sólo les crece alas. (Ariana Pérez)

Las búsquedas de las Guerreras de Guaymas se detuvieron. Autoridades estatales les solicitaron prudencia, y les ofrecieron un diálogo en Hermosillo, donde supuestamente definirían una ruta y un plan de seguridad para las buscadoras.

“Tuvimos que detenernos por la ola de violencia que se está viviendo, por la muerte de la compañera, le arrebataron la vida a una hermana del mismo dolor… nos sembraron miedo, pero nos crecieron alas”.

DMZ

  • Amílcar Salazar Méndez

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