• Los autodefensas y la caída de un ‘santo’ le pusieron fin a los capos Templarios

  • Reportaje
  • En las antiguas escrituras del crimen quedará escrita la historia del tercer cártel más fuerte de México. Para los Caballeros Templarios el dinero era Dios y la extorsión su credo.
Ciudad de México /

Hace diez años, en los caminos que cruzan Tierra Caliente, entre los estados de Michoacán, Guerrero y Estado de México, campesinos y narcos desarrollaron el extraño hábito de hincarse a media vereda. Entre la maleza, inocentes y criminales se persignaban y depositaban una ofrenda sobre la tierra antes de continuar su camino: semillas y flores o dólares y carrujos de marihuana.

El punto de genuflexión lo indicaba una estatuilla de cerámica cocida en la región purépecha. A veces eran altas de un metro, a veces pequeñas de unos 50 centímetros. Lo que nunca cambiaba era la imagen: un hombre joven con barba de candado y la cabeza cubierta por un manto dorado, cuyas manos sostienen una espada sobre una pechera con una cruz escarlata. Esas temidas figuras eran conocidas como “Nazarios”.

Las estatuillas de cerámica eran veneradas en los caminos de Tierra Caliente | Especial

El grupo criminal de Los Caballeros Templarios, nacido en 2011, había sembrado estratégicamente las estatuillas por toda la región. Decían que estaban hechas a imagen y semejanza del primer santo vivo y narcotraficante en la historia de México: Nazario Moreno González, su jefe, su líder, su Dios. Y quienes se topaban con un “Nazario” en el camino estaban obligados a arrodillarse y venerar la imagen o sufrir las consecuencias de su herejía, fueran creyentes o no.

Antes de ser asesinado en junio de 2023, el autodefensa Hipólito Mora contabilizó que sólo él había destruido una treintena de Nazarios. Otros de sus compañeros habían encontrado más estatuillas, escondidas en cuevas, peñas y casas de seguridad. El mensaje era claro para quienes intentaban combatir al crimen organizado enquistado en Michoacán: Nazario Moreno o San Nazario, el gran capo de las drogas local, era omnipresente y todo lo veía. Nada escapaba a su mirada, ni siquiera en los rincones más íntimos del estado.

Insignias de Los Caballeros Templarios | Redes sociales

Pero sus rezos llegaron a oídos sordos: años después ya no queda vestigio alguno de los “Nazarios”. Nadie se postra en esos espacios, todos pasan de largo sin pagar obsequios poniendo en práctica ese refrán que dice: “santo que no es visto, no es venerado”.

Lo que queda es el relato de sobrevivientes que cuentan el paso de este grupo criminal con formación religiosa –que llegó a ser el tercer cártel más poderoso del país–; que fue el primero y único en su tipo: buscó la vida eterna a nivel nacional, pero acabó en una prematura extremaunción. Al morir desató a decenas de demonios que hoy acechan a Michoacán y sus alrededores. En los Templarios está el origen del mal.

Su nombre significaba “El que viene de Nazareth”


En el mundo del narcotráfico, el nombre de Carlos Rosales Mendoza dice poco. Casi nada. Tal vez, si hubiera nacido en algún estado fronterizo, o en Sinaloa, sería tan reconocido como Joaquín El Chapo Guzmán, pero el azar lo hizo nacer a las orillas de Tierra Caliente, en el municipio de La Unión, Guerrero. Ahí, a medio camino, entre Zihuatanejo y Lázaro Cárdenas, la ubicación le impedirá ser un capo de talla mundial, pero sí fundar uno de los cárteles más sanguinarios, hoy convertido en múltiples brazos armados.

Cuando era un veinteañero, en los años setenta, Rosales Mendoza notó que el narcotráfico estaba dividido en dos grupos: los más poderosos en el Pacífico y en el Golfo. Nadie importante operaba en otro lugar, menos en su natal Guerrero o en su vecino Michoacán, a pesar de que ahí también se daba la marihuana y la amapola como la sal en el mar.

En Tierra Caliente había sólo dos prominentes familias dedicadas al narcotráfico: los Valencia y los Rosales. La lejanía de esos clanes con el Río Bravo los orillaba a vender su cosecha a otros criminales más grandes: los primeros eran proveedores de los sinaloenses, mientras que los segundos abastecían a los tamaulipecos. Tenían menos dinero, pero eran igual de ambiciosos que cualquiera, dispuestos a lo que fuera por fama y fortuna.



Rosales Mendoza estudió y aprendió pronto el modelo de sus socios del Cártel del Golfo: tenía que formar un grupo de traficantes con una misma identidad. Hacerlos sentir orgullosos de algo que compartieran entre ellos, como su origen. Si los narcos del norte decían ser hermanos, él integraría esa relación a un nuevo membrete criminal: así empezó a germinar en su mente la idea de una tercera vía en el crimen mexicano.

Para garantizar la supervivencia, Rosales necesitaba una mano derecha. Su elección recayó en un vecino de Apatzingán, Michoacán, con una personalidad arrolladora: un dealer de marihuana capaz de convencer a los incrédulos de que era un enviado de Dios con permiso para matar. Un líder carismático.

Ese hombre era Nazario Moreno González, cuyas particularidades quedaron asentadas en el expediente 483/2008 de la entonces Procuraduría General de la República: el ungido no perdía oportunidad alguna para recordarle a la gente, como infancia es destino, que su nombre significaba “El que viene de Nazareth”.

La Familia Michoacana nació en la división del feudo

Nazario Moreno coordinó el tráfico de drogas de la organización delictiva michoacana desde Estados Unidos | Araceli López

Como muchos michoacanos en los ochenta, Nazario Moreno migró a Estados Unidos en busca de una mejor vida, pero a diferencia de quienes se fueron a trabajar, él se asentó en McAllen, Texas, para mover la droga que le enviaba Rosales Mendoza.

Desde el extranjero, el joven fue testigo de los cambios en el panorama criminal: el nacimiento del Cártel de Sinaloa en los años ochenta, el surgimiento de Los Zetas a finales de los noventa, el arresto del mayor de Los Valencia y el de Osiel Cárdenas Guillén en 2003. Pero el evento decisivo en su vida ocurriría en 2004, cuando su mentor Rosales Mendoza fue aprehendido en Morelia.

Nazario Moreno vio una oportunidad de oro, así que dejó Estados Unidos y volvió a Michoacán para llenar ese vacío. Creía que sería un candidato único a la sucesión, pero se encontró con otros tres líderes que querían el puesto de su maestro: ahí estaban El Chango Méndez, El Kike Plancarte y Servando Gómez La Tuta. Para impedir que el grupo criminal volara en mil pedazos, los cuatro dividieron Michoacán en regiones y se dedicaron a su feudo. Pero Nazario, soberbio, no quería compartir el poder, así que siguió el manual de los caudillos y dividió a los michoacanos en dos bandos: los malos y los buenos.

Servando Gómez Martínez, 'La Tuta', está recluido en el penal del Altiplano | Archivo Cuartoscuro

Los primeros se someterían a la violencia de Los Zetas que buscaban expandirse por el estado y los segundos estarían moralmente obligados a sumarse a la resistencia. A esos últimos, los bautizó como La Familia Michoacana.

Para que el mensaje calara hondo, Nazario Moreno machacó el concepto de “justicia divina” y aplicó castigos a Los Zetas que interpretó a su modo de textos acerca la Santa Inquisición, como azotes, mutilaciones y decapitamientos. Y cuando vio que la retórica religiosa funcionaba bien, se dedicó a escribir su propio libro sagrado, en forma de diario, Pensamientos, con el que comenzó a ahondar en su complejo divino.

De pronto, dirigía centros de estudios bíblicos en improvisadas aulas que también servían como bodegas de armas y drogas en Apatzingán y sus cercanías; luego, usaba esos espacios para reunirse en secreto con sus seguidores y ordenar el asesinato con extrema crueldad de algún traidor. En la mañana enseñaba el perdón y la misericordia a jóvenes con adicciones y, por la noche, predicaba con la ira y la venganzaHablaba de Dios, pero se comportaba como el Diablo.

Nazario pedía a su gente que contaran a las masas que cargaba un rosario con una mano, mientras gatilleaba con la otra. Así se ganó el mote de El más loco. De pronto, se volvió el líder criminal más visible del estado. El más fuerte de los cuatro, porque no tenía subalternos, sino acólitos que juraban lealtad a La Familia Michoacana.

Los Caballeros Templarios se volvieron implacables con la extorsión

Nazario Moreno murió –la primera vez– el 9 de diciembre de 2010. El gobierno mexicano, a cargo entonces de Felipe Calderón, aseguró que fue abatido a tiros en Apatzingán, pero que su cuerpo había sido recuperado por sus sicarios. Alejandro Poiré, vocero presidencial en materia de seguridad, pidió un acto de fe a los mexicanos: creer, sin pruebas, que El más loco ha dejado de existir. Palabra de funcionario público.

Pero en Michoacán, la gente contaba otra historia: que Nazario Moreno seguía vivo y que se paseaba por las montañas cabalgando burros y ataviado con largas túnicas blancas, armado con pistolas cortas y granadas, repartiendo folletos con sus ideas extremistas y dirigiendo el narcotráfico estatal, como lo hacía desde varios años. Tan real como un fantasma que tocaba sus puertas y se sentaba a cenar con ellos para luego exigirles dinero.

Sólo que el muerto estaba vivo. Y la confusión del gobierno federal sirvió a Nazario Moreno para afianzar su leyenda. Él mismo iba a las rancherías y se presentaba como un resucitado. Y para darle la bienvenida a su nueva faceta acuñó su apodo más conocido, San Nazario, que coincidió con la aparición de las estatuillas de cerámica por Tierra Caliente.

El líder criminal repartía por Michoacán sus folletos con ideas extremistas | Especial

Esta etapa de su vida lo marcó tanto que decidió separarse de sus viejos aliados en La Familia Michoacana, por considerarlos mundanos, y renombró a su grupo criminal como Los Caballeros Templarios, en honor a los cruzados de Jerusalén. Su discurso incendiario provocó una sangría en la Familia, que perdió fuerza hasta casi extinguirse.

Según los testimonios de autodefensas entrevistados, San Nazario no ofrecía sólo enfrentamientos por dinero, sino una guerra santa. Bajo su mando, los sicarios se volvieron soldados sagrados, sus reglas se transformaron en mandamientos y la cruz templaria se consolidó como su marca escarlata. Su meta, aseguró, era la “batalla ideológica” para la defensa de los “valores de una sociedad basada en la ética”. Una cruzada que necesitaba del diezmo de la gente, así que los Templarios se volvieron implacables con la extorsión: a empresas mineras, refresqueras y automotrices, lo mismo a los aguacateros y limoneros, todos debían hincarse o ser acusados de herejía.

Sólo de la extorsión a los aguacateros, obtuvieron unos 12 millones de dólares en 2012, de acuerdo a los cálculos de Global Initiative Against Transnational Organized Crime. Sumando a sus demás víctimas, la cifra se elevaría fácilmente a unos 100 millones de pesos cada año. Con tanto dinero en las bolsas, Los Caballeros Templarios creyeron que, como Nazario Moreno y Dios, su reinado no tendría fin.

Las autodefensas nacieron hartos de la violencia de los Templarios


José Manuel Mireles, líder de autodefensas en Michoacán | Archivo

Los primeros “Nazarios” destruidos fueron hallados en 2014. Un grupo de agricultores, hartos de la violencia de Los Caballeros Templarios, decidió organizarse al margen del Estado y provocó un levantamiento civil armado contra San Nazario y sus sanguinarios beatos. Líderes como José Manuel Mireles e Hipólito Mora llamaron a ese movimiento Las Autodefensas de Michoacán.

Entre las primeras acciones fue recuperar el terreno perdido y cientos salieron a las ciudades, campos y ejidos a hacer arrestos ciudadanos y también ejecuciones al margen de la ley. Cada cierto tiempo, entre cerros y grutas, encontraban “Nazarios” colocados caprichosamente a la orilla de las veredas. La mayoría de las estatuillas terminaban hechas añicos a balazos; otras, desterradas con trascabos y otras quemadas y apagadas con orines.

La destrucción de las estatuillas fue un mal augurio: Nazario Moreno murió –por segunda vez, la definitiva– el 9 de marzo de 2014 cuando sus guardaespaldas, hartos de su errático comportamiento, lo entregaron a las autodefensas. De acuerdo al periodista Ioan Grillo en su libro Caudillos del crimen, le aplicaron las mismas torturas medievales que enseñaba y luego entregaron su cuerpo al Ejército para que esta vez no hubiera duda de su muerte.

Hipólito Mora, fundador de las autodefensas michoacanas en La Ruana | Archivo

Su fallecimiento precipitó la ruptura del cártel que llegó a considerarse el tercero en importancia en México, luego del de Sinaloa y el Golfo: seis meses más tarde La Tuta fue detenido, un año después El Chango recibió una sentencia de 45 años de prisión y, al cabo de tres años, Kike Plancarte fue abatido. Michoacán parecía que viviría, por fin, en paz. Los Caballeros Templarios estaban acabados. Los Zetas habían renunciado a sus pretensiones de invadir la tierra del general Lázaro Cárdenas, los Valencia estaban casi borrados del mapa y las batallas de la frontera norte se libraban tan lejos que ni los balazos se escuchaban.

Los Autodefensas de Michoacán habían triunfado en su misión de pacificación, hasta que se convirtieron en lo que juraron destruir: un mal día de febrero de 2016 aparecieron mantas en puentes e iglesias de Zamora, Sahuayo y Jacona, con un anuncio escalofriante: de las astillas de los “Nazarios” había nacido La Nueva Familia Michoacana.

El mal había vuelto a andar… como Lázaro.

El ‘Pez’ y la ‘Fresa’ son los herederos de la bota de Nazario Moreno

La Nueva Familia Michoacana | OFAC.gov

Pelear contra los fieles no era sencillo. Su base social era amplia y esparcida por el estado. Para ganarles había que sumar a tantas personas como fuera posible y, para eso, las Autodefensas de Michoacán crearon un concepto que fue su salvación y su condena: Los Perdonados, criminales a los que se les dio la oportunidad de unirse al movimiento civil a cambio de la promesa de traicionar a Los Caballeros Templarios.

Cuando la feligresía de Nazario fue derrotada, los perdonados quedaron sueltos. Acostumbrados a robar y asesinar, se volvieron falsos autodefensas para seguir asolando al estado. Unos se hicieron llamar Los H3 o La Tercera Hermandad. Algunos otros, Los Blancos de Troya. Y otros más, como los hermanos Sierra Santana, adoptaron el mote de Los Viagras por su afición a peinarse con el cabello en picos engominados. Otros más surgieron del caos y la corrupción: Los Pantanos, Los Tenas, Los Revueltas, Los Reyes, Los Señores del Camarón y más. Cada uno con su propio líder, sus propios intereses y sus propios agravios incapaces de ser aplacados por gobiernos municipales infiltrados por el crimen organizado.

Pero la escisión más conocida es La Nueva Familia Michoacana, un revoltijo de viejos templarios, exautodefensas, nuevos criminales y lavadores de dinero que, de acuerdo al Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, están al servicio de los hermanos Hurtado Olascoaga, los temidos Johnny y José Alfredo, apodados Pez y Fresa, respectivamente. Hoy son objetivos prioritarios en México por su afición a asesinar policías, masacrar civiles y hacer masivos envíos de fentanilo a la frontera norte, donde ya les esperan cargos criminales.

A los hermanos Hurtado Olascoaga y a sus colaboradores ya les esperan cargos criminales del otro lado de la frontera | OFAC.gov

Además de controlar los principales mercados negros en 18 municipios michoacanos de Tierra Caliente, manejan la vida de millones de personas a través de la extorsión en el sur del Estado de México y el oeste de Guerrero. En total, tienen 35 municipios bajo su bota, donde todos los productos de la canasta básica son más caros que en el resto del país, pues pagan un impuesto criminal tolerado por las autoridades locales.

Si un municipio necesita arena para la construcción de un puente, se le debe comprar a los negocios afiliados a los Hurtado Olascoaga; si una iglesia requiere sillas para una fiesta patronal, las debe rentar a la mafia local; si una familia quiere comprar refrescos para una boda, sólo los pueden adquirir en abarrotes “autorizados”; si alguien quiere comprar llantas seminuevas para su auto, está obligado a comprarlas a los criminales. Quien no lo haga es secuestrado, torturado, desaparecido o asesinado.

La Nueva Familia Michoacana ya es lo único que queda del legado de Rosales Mendoza y Nazario Moreno, pues sus nuevos integrantes ya no tienen ese tufo pseudorreligioso. Tampoco están dispuestos a hacer treguas, como cuando en 2012 guardaron las armas por tres días durante la visita del papa Benedicto XVI a México.

En las antiguas escrituras del crimen quedará escrito que, lo que alguna vez fue el tercer cártel de México, sufrió su propio apocalipsis y terminó engendrando a decenas de brazos armados cuyo único Dios es el dinero y la extorsión es su credo.

Y que, como los demonios, son ingobernables e impredecibles.

GSC/ATJ

  • Óscar Balderas
  • Oscar Balderas es reportero en seguridad pública y crimen organizado. Escribe de cárteles, drogas, prisiones y justicia. Coapeño de nacimiento, pero benitojuarense por adopción.

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