Camila no llegó a ser modelo; hombre que la asesinó tenía historial de abuso sexual

La niña de 9 años fue acechada por el ex velador de la colonia, Marciano Cabrera Romero, quien la introdujo a un cuarto donde los vecinos le daban permiso de vivir. Ahí cometió su tercer crimen sexual.

Camila no llegó a ser grande porque un depredador sexual la atrapó. (Paola Macedo)
México /

Camila no llegó a ser grande porque un depredador sexual la atrapó mientras jugaba afuera de su casa. Estaba tronando cohetes. La niña de 9 años fue acechada por el ex velador de la colonia, Marciano Cabrera Romero, quien la introdujo a un cuarto donde los vecinos le daban permiso de vivir. Ahí cometió su tercer crimen sexual. Antes había violado a una adulta mayor y a una prima menor de edad, en su natal Puebla, donde purgó una sentencia de 8 años.

La familia de la niña que soñaba con ser modelo no sabía que el ex velador había sido despedido por denuncias de acoso sexual. El jefe de seguridad de esta zona enclavada en el Cerro del Marquez, en Valle de Chalco, no les avisó. Ni a ellos ni a los demás vecinos. 

“Me da mucho coraje porque después empezaron a salir señoras y chavitas a decir que él las acosaba, pero antes se callaron”, reprocha Lupita, madre de Camila, quien lamenta que no existan programas que den seguimiento a este tipo de agresores cuando salen de la cárcel, a pesar del riesgo que representan.

La víctima de aquella noche del 31 de diciembre de 2018 fue Camila, pero pudo ser otra mujer de la colonia. Su muerte fue considerada el primer feminicidio de 2019, un año en el que otras 443 mujeres fueron asesinadas en el Estado de México. La Red por los Derechos de la Infancia (Redim) ha informado que en los últimos seis años más de 500 niñas y adolescentes han sido víctimas de feminicidio, principalmente en Edomex (17.4 por ciento) Veracruz (8.85 por ciento) y Jalisco (7.4 por ciento).

Valle de Chalco cuenta con dos alertas de género, una por violencia contra las mujeres (2015) y otra por desaparición de niñas y adolescentes (2019). Este municipio padece las condiciones que generan y reproducen la violencia en casa: tiene 391 mil 731 habitantes, de los cuales el 64 por ciento es Población Económicamente Activa y 25 por ciento son jóvenes de entre 15 y 29 años (Censo 2020). No cuentan con fuentes de empleo ni escuelas de educación media y superior suficientes, deben trasladarse hasta seis horas al día en transporte público, expuestos como en una ruleta rusa a los asaltos con violencia que las autoridades no pueden o no quieren detener.

Entre el remolino de malas noticias hubo una que le ofreció un respiro a la comunidad: Marciano Cabrera Romero fue sentenciado a prisión vitalicia en febrero de 2020.


Una vida interrumpida

José y Lupita llegaron a vivir a la colonia Poder Popular cuando Camila tenía dos años. Era un asentamiento irregular que al paso de 15 años tuvo los servicios básicos. Los vecinos bardearon el barrio para protegerse de la violencia exterior. Hacían coperacha para el salario de los veladores que debían cuidar que no ingresaran extraños.

La familia rentaba unos cuartos en la planta alta de una casa, al fondo de la calle principal, la única pavimentada, enfrente de un callejón donde los líderes de la colonia construyeron habitaciones que rentaban o usaban como bodegas. Jamás imaginaron que un agresor sexual con antecedentes penales cometería un crimen en aquel lugar.

José Manuel actualmente es teñidor de ropa de mujer, antes fue taxista y sacaborrachos de antros. “Antes era un desastre, andaba de parranda, en los tugurios”, confiesa. La violencia no le es ajena. “Por eso (el día del feminicidio) rogábamos para que no encontrara a ese tipo. Lo hubiera matado y hubiera sido mucho peor”, interviene su esposa.

A Guadalupe Mendoza la atormenta la culpa. Si no la hubiera quitado de ayudarla en los preparativos de la cena, si no hubiera puesto a su hermano para practicar la equidad, si no le hubiera dado permiso de salir a jugar, si se hubiera asomado por la ventana; si hubieran demolido esos cuartos, si el violador no hubiera salido de prisión. 

Los recuerdos de los momentos con Camila siguen a flor de piel. Cuando su padre regresaba de trabajar la llamaba con un silbido que sólo ellos reconocían. La pequeña salía corriendo a echarse a sus brazos para luego volar muy alto, porque José Manuel Espinoza mide 1.87 centímetros. Ella iba a ser médico para curar el asma a su mamá y policía federal para complacer a su papá. 

“Voy a estudiar lo que ustedes digan, pero también voy a ser modelo”, advertía.

Nació en el seno de una familia cristiana que no acostumbra fiestas ni celebraciones. Le tocó insistir y rogar para que le concedieran sus pequeños gustos, como comprarle zapatillas, vestirla de pastorcita o disfrazarla para Halloween. 

“Disfrázame mamá y te juro que va a ser la última vez que te lo pida”, le insistió en octubre de 2018. Camila siempre ganaba. “La disfracé de Catrina y ese día anduvimos por varios lugares pidiendo dulces. Y fue la última vez. Sí lo cumplió”.

Fue una bebé muy apreciada, sonriente, de carácter independiente. En cuanto pudo, quiso comer y vestirse sola. Si tenía hambre abría el refrigerador y preparaba algo, no esperaba ni pedía que la atendieran. Sus maestros de cuarto año de primaria, de la escuela Ollin Topiltzin, le dijeron a su madre que además de inteligente la niña era muy madura para sus 9 años.

“No necesitaba de nosotros, ni había que insistirle para hacer la tarea”, refiere su madre.

Portadora de una gracia innata, a Camila le gustaba arreglarse, llevar el pelo largo y suelto, vestir bien, sentarse con la pierna cruzada. “Tú, mamá, no puedes sentarte como yo”, revive Lupita con risas discretas. De hecho, las fotos de ella sonriente, chapeada, con un dejo de complicidad, existen porque ella se las tomó a escondidas con el celular de su padre.

Constantemente se medía y marcaba su estatura en una pared. “Mira papá, ya crecí más. ¿Si voy a ser alta como tú verdad?”. Medía lo mismo que su hermano Mario, tres años mayor, y calzaba del 23.

Cuando cantaba o modelaba para una imaginaria sesión de fotos, sus hermanos Andrés y Mario le hacían bullying, pero si se trataba de jugar futbol, andar en bicicleta o patineta, trepar al árbol de capulín afuera de su casa, ellos eran sus fieles camaradas.

No había diferencias entre los hermanos porque les gustaba jalar juntos a las posadas, las fiestas. “Cuando (Mario) iba al tianguis a vender sus juguetitos, siempre se llevaba a su hermana”, relata José. “A los tres les daba lo mismo, no hacía distinciones. De hecho, el domingo (previo) anduve con mi’ja recorriendo todo el tianguis hasta encontrar sus botas”.


Camila tenía la mentalidad de una niña más grande, dice su madre, porque entendía cosas que otras niñas no, como el acoso. Tuvo la confianza para decirle que una persona la veía de forma incómoda, por lo que fue a reclamarle y el fulano paró esa conducta. En 2017, cuando sucedió el feminicidio de la niña Lupita, se indignó mucho y preguntaba frecuentemente por ella. “¿Qué pasó mamá, ya los agarraron? Ojalá y hagan algo por ella”.

Una niña que se supo amada

En los días de la tragedia, a José le tocó ser el fuerte y no tuvo tiempo para su duelo. Ahora atraviesa ciclos de depresión. El diagnóstico para Lupita es que tomará antidepresivos toda su vida. Sin embargo, hoy es un día bueno: les da gusto saber que el documental “Camila: la justicia posible” fue finalista en los premios de periodismo que otorga la Fundación Gabriel García Márquez. Poco después sabrían que la pieza audiovisual que retrata la vida de su hija está entre los ganadores del Premio Alemán de Periodismo Walter Reuter.

“Camila quería ser famosa y sí lo hubiera logrado. No me hubiera gustado que a mi hija la conocieran de esta forma, pero Dios así lo dispuso”, dice su padre.

Su motivación para aceptar la propuesta de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México (Codhem) para realizar un documental es que la muerte de su hija no sea en vano, que no sea una niña asesinada más, sino que genere aprendizaje sobre el feminicidio infantil, que la gente abra los ojos, las familias aprendan a cuidar a sus hijas e hijos y se arroje luz sobre los violadores. “Puedes tener a un asesino, violador o secuestrador como vecino, por eso pido a las autoridades que hagan algo”, dice José.

La familia se mudó a unas calles del lugar del feminicidio. El municipio les ayudó a construir una pequeña casa de concreto en la propiedad de la abuela. Lupita destinó una recámara para su hija, pero un año después la convirtió en una salita de estar, pintada de rosa, con fotos de toda la familia y cortinas con cordones, como le hubiera gustado a ella.

Se permite sacar los cuadernos de su hija, mostrar sus tareas, cartas y poemas. La psicóloga les dijo que sus dibujos reflejan a una niña que se supo amada. En un video canta “con zapatos de tacón, las nenas se ven mejor…”. Reviven las ironías. En una ocasión hablaron de la muerte. Lupita le dijo que a ella le tocaría enterrarla. Camila reviró que ella moriría primero. Días después le entregó una inesperada carta de despedida a su madre: le pedía cuidar a su papá e imaginarla de viaje. Camila siempre ganaba.

“Como cristianos que somos, no era para que estuviéramos en cenas y ese día no sé por qué se me ocurrió”, dice Lupita.


A principios de noviembre, el municipio de Valle de Chalco les informó que planean construir un memorial en honor a Camila. Regresaron al callejón para mostrar donde quedará. Identifican el balcón desde el cual despedía a su papá. “Adiós Papita (así con “a”, así le decía), que Dios te cuide”. Le es doloroso saber que su hija se preocupaba. Aún recuerda que ese día pidió que le llevaran un taco.

“Una de las cosas por las que no puedo aceptar esto es que mi hija era muy madura y se cuidaba… (Quisiera) saber cómo fue que la engañó, si llegó por ella, si la llamó, cómo se la llevó”.

El vacío que queda

A José Manuel la figura de Dios le funciona. “Al principio sí me enojé con él y le reclamé. ¿Por qué si ella era una niña que te amaba mucho? Cada semana iba a misa, no le fallaba. Me he hecho una esperanza: si Dios quiere y existe, voy a volver a ver a mi’ja y ese día le voy a preguntar por qué me la quito”.

Sus hermanos Andrés y Mario, pese a sus terapias, viven la tragedia en silencio. “Los veo con mucho dolor. El chico no entra aquí (la salita), evita hablar de Camila, no la menciona. El grande es más duro, trae un rencor, una impotencia de que no pudo hacer nada por su hermana”, explica su padre.

¿Por qué a los hombres les cuesta más trabajo hablar de sus sentimientos?

—Por como uno es criado. En mi familia había muchos problemas, peleas, vicios y ese mismo ambiente te hace ser más duro. Hay burla entre los varones. Uno empieza a hablar de sentimientos o de amor y ya dicen que eres gay o afeminado.

Guadalupe ya no siente rencor. “Lo que siento por él es tristeza. Tuvo que ser una persona muy infeliz y haber tenido una vida muy triste para llegar a ser ese tipo de persona”.

El memorial no estará en la colonia Poder Popular, por ser irregular, quedará enfrente de la escuela Emiliano Zapata, donde ha habido episodios de violencia contra las niñas, aclara Elvia Hernández, titular de la Oficina de Enlace Municipal de la Alerta de Violencia. Será un jardín con un oso enorme, como lo ideó la mamá de Camila, con una caseta de vigilancia de la Policía Municipal de Género que preste ayuda cuando sea necesario.

La familia ha recibido ayuda de particulares e instituciones, de su iglesia y su psicólogo, pero también los hieren y re victimizan. Algunos rumoran que lucran con la muerte de Camila. “Todo lo que ahora tenemos, como una casa y un trabajo, es producto del esfuerzo. Con gusto les cambiaría mi lugar si eso regresara a mi niña”, dice José Manuel. Una falsa licenciada, Alejandra Martínez, representante de una agencia de publicidad, ofreció donarles productos en especie. El colectivo Ojos de Perro contra la Impunidad —realizadores del documental— pagó los fletes, pero la ayuda nunca llegó. Fueron víctimas de fraude.

ledz

  • Concepción Peralta Silverio
  • Periodista de investigación enfocada en temas de justicia social, derechos humanos y corrupción, egresada de la carrera de Periodismo por la UNAM y de la maestría en Periodismo y Políticas Públicas por el CIDE.

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