José Antonio Yépez Ortiz, El Marro, superó la logística de cualquier empresa altamente eficiente. Diseñó todo un pueblo para cometer sus crímenes, vivir rodeado de lujos con su familia, huir de las autoridades, cumplir con labores de beneficencia social… y sembrar el terror en la región.
La comunidad de Santa Rosa de Lima se convirtió en propiedad del líder del cártel que lleva el mismo nombre. No solo por la red de inmuebles que creó para operar y sobrevivir, sino porque se adueñó de todo el pueblo que le debe lealtad y lo protege, incluso, con su vida y la de sus hijos.
El Marro pasó de ser un pandillero a convertirse en el principal ladrón de combustible (o huachicolero) en todo el país y en un criminal sanguinario que secuestra, descuartiza y disuelve en ácido a sus víctimas. En un delincuente que creó su propia cárcel para privar de la libertad y la vida a sus rivales y hasta a elementos de seguridad de las corporaciones locales.
MILENIO recorrió Santa Rosa, la compañía de Yépez Ortiz, donde distribuyó en pocas calles sus casas de seguridad, las viviendas en las que descansaba con todas las comodidades, los inmuebles en los que fabricaba y almacenaba explosivos, así como las rutas de escape para cuando las autoridades decidieran detenerlo. Incluso contaba con una cárcel privada.
Las armas
En la calle Leandro Valle hay una capilla rosa con una virgen al lado izquierdo del camino. Ahí comienza el poderío de El Marro.
Justo enfrente, apenas a unos pasos y detrás de algunos árboles en el camino de tierra San Juan, se esconde una casa verde con un patio frontal detrás de una malla cubierta con plásticos negros, blancos y verdes. Ahí fabricaban explosivos caseros y los almacenaban. En marzo del año pasado sirvieron para que los habitantes se abastecieran de insumos para ayudar al líder criminal.
A solo 150 metros sobre la calle Leandro Valle hay una vivienda amarilla de tres pisos, que en su momento fue usada como casa de seguridad y hoy ocupa un pequeño negocio en la planta baja.
Cien metros metros más adelante, en la acera de enfrente, está la conocida como “la casa rosa”: un inmueble precisamente de ese color y un barandal blanco en el que el cártel de Santa Rosa realizaba sus actos más sanguinarios, pues, según las autoridades, ahí descuartizaba y hasta disolvía en ácido a sus víctimas.
Los arcos
Si se avanzan 200 metros más, la calle Leandro Valle topa y gira a la derecha hasta llegar a la calle Miguel Hidalgo. En el centro de la pequeña comunidad se observa un monumento de arcos que, cuentan, fue construido por el criminal. Del lado que se vea forma una M, la inicial de su apodo.
Está justo frente a la iglesia y a unos cuantos pasos, del lado izquierdo, la sección de labor so-
cial de El Marro: una vivienda que se distingue por estar rodeada de elementos de las fuerzas de seguridad del estado, que ahora la usan solo para ir al baño.
Desde afuera pareciera un inmueble sencillo, con pequeñas ventanas cubiertas y un portón viejo. Pero adentro tiene un jardín con lugares para estacionamiento y baños para hombres y mujeres. Una casa al fondo anaranjada, que según las investigaciones, era el color favorito del criminal.
Tiene tres recámaras repletas de ropa regada; sobre el colchón de la estancia principal hay fotografías de fiestas, diplomas de enfermería y hojas de solicitudes para becas del gobierno de Guanajuato. Afuera, del lado derecho se ve una segunda casa en obra negra.
Según explica la comisionada de la Unidad de Análisis y Estrategias para la Seguridad Ciudadana de Guanajuato, Sophia Huett, ésta es una de las armas que José Antonio Yépez usaba con mayor frecuencia para mantener el cobijo social: prestaba la casa a sus vecinos para realizar fiestas y cuando buscaba ser más espléndido les daba la comida, la música en vivo o el vino.
Las celdas
A tres minutos de ahí, partiendo desde la virgen en la capilla rosa, al fondo de un camino de terracería, conocido como “El Altiplano”, el líder del cártel creó su propia prisión para encerrar a algunas piezas claves que pudieran darle información privilegiada.
Cuando fue decomisada a mediados del año pasado, las autoridades pudieron liberar a seis personas, entre las que se encontraba un policía de Celaya.
Las celdas, con puertas de barrotes, cerrojos y candados como en cualquier prisión, tienen una silla giratoria y están rodeadas de un terreno con montañas de tierra, luego de que las autoridades tuvieron que excavar durante semanas en búsqueda de cadáveres, pues esas eran las historias con que torturaban a los secuestrados.
En contraesquina está la casa más grande decomisada hasta ahora en esa comunidad. Con un gran jardín, una alberca que se aprecia incluso en mapas satelitales, con amplias habitaciones, cantina y zona de juegos, donde El Marro descansaba luego de martirizar a sus víctimas.
Fuera de esta red de inmuebles que le permitían a Yépez Ortiz moverse en lapsos de uno a tres minutos para escapar de las autoridades, ya en Celaya, comienza otra sección de la compañía.
La “empresa”
En camino de terracería y rodeada de sembradíos, hay una bodega que El Marro usó para una empresa fachada que creó su familia: Logística López.
Ahí se encontraron algunas de las relaciones de contabilidad en las que el cártel registraba gastos por medio millón de pesos en el traslado de vehículos y mercancía robada a Tijuana y Sonora, principalmente. Con ganancias que superan los mil millones de pesos.
Cuenta con cuartos con decenas de bolsas ecológicas, una oficina con pisos movedizos en los que escondían drogas y armas, así como un sistema de vigilancia. En la planta alta hay una sala, una recámara y un baño con spa.
Como el resto de los inmuebles tiene una segunda salida que daba a una de las casas más costosas del líder criminal, conocida como ‘Casa albercas’, por una piscina de siete secciones, con barra a nivel del agua, un puente, esculturas de leones y una chimenea en el centro.
La otra salida de esta casa da a una calle desolada que en pocos minutos podría llevar a José Antonio Yépez a la carretera Salamanca-Celaya o al aeropuerto celayense.
Exclusividad
A dos minutos, en Celaya está el exclusivo fraccionamiento Álamo Country Club, donde El Marro vivió con su familia. Con casas vanguardistas, cocheras con autos último modelo, una escuela primaria dentro y amplios jardines.
En la calle París, número 134, está una vivienda que desentona del resto, pero que es del clásico color naranja que le gusta al criminal. Con interiores en amarillo y una chimenea azul, acabados de aluminio y madera, amplias recámaras, sala, cocina, comedor, zona de recepción, una parte trasera con juegos y un cuarto.
Así, entre Celaya y Villagrán, El Marro ha podido escapar en el último año del operativo Golpe de timón sin una red de túneles que conectaban sus propiedades de manera subterránea como en un primer momento se llegó a decir, pero con lugares estratégicamente distribuidos.
Sigue la búsqueda
El fiscal general de Guanajuato, Carlos Zamarripa, asegura que el operativo no ha reducido su fuerza y que siguen trabajando para desarticular al cártel.
Al preguntarle directamente cuándo cree que podrán capturar a El Marro, refiere que “es algo que está en investigación”.