Era 23 de marzo de 1994. Mario Aburto Martínez recuerda que fue sacado de las instalaciones de la Procuraduría General de la República (PGR), y todos a su alrededor estaban enfurecidos con él porque el gobierno aseguraba que era el asesino de Luis Donaldo Colosio, el candidato presidencial del partido que había gobernado 65 años.
Lo llevaron a un canal de aguas negras donde fue atrozmente torturado. Ese día murió por unos instantes, dice, pero lo reanimó un médico de apellido Landa Navarro.
En uno de sus testimonios dice que “cuando estás pasando por una situación de tortura el tiempo se te hace eterno. Se crea confusión en tu mente, impotencia [...] Se baja la temperatura corporal y el ritmo cardiaco, estoy colapsando. Entras en angustia, crees que estás muriendo, y bueno, pues Dios, recíbeme”.
Y añade: “Lo que yo experimenté fue una paz increíble porque dejas de sentir. No sientes nada, sólo baja tu ritmo cardiaco, con frío, mucho frío en las manos. Sientes cómo tu cuerpo se empieza a estabilizar, primero sientes pesadez, incomodidad y después se siente flotando como nubes de algodón. Empiezas a ver completamente oscuro”.
Mario Aburto Martínez, acusado de ser el “asesino solitario” de Luis Donaldo Colosio, fue torturado con métodos que fueron utilizados durante las dictaduras militares del siglo pasado. Entre ellos se encuentra la falanga, que consiste en golpear las plantas de los pies con tablas o varas.
Esta práctica, condenada por organismos internacionales y que empezó a ser instrumentada por coroneles que gobernaron Grecia en los años sesenta y setenta, produce que el dolor suba desde los pies, los músculos de las piernas y estallé en la parte de atrás del cráneo. Desgarra al detenido. Lo derrumba. Lo somete.
MILENIO obtuvo el Protocolo de Estambul completo realizado por cuatro médicos expertos en tortura que se registraron los días 18 y 19 de junio de 2021 en el Centro Federal de Readaptación Social, Cefereso número 12 de Ocampo, Michoacán. Las exploraciones físicas y las entrevistas realizadas por especialistas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) durante 13 horas revelan los estragos físicos y mentales generados por la tortura de la que fue víctima.
“Empecé a escuchar voces que me decían: ‘Mario regresa’, decía: no yo me quiero quedar aquí, fue un momento místico porque era algo de fe, no quería regresar, no quería quedarme. Me dijeron ‘no Mario tienes que regresar’ y empecé a escuchar voces de familiares que ‘ya estaba bien Mario, te estamos esperando’. Creo que era en el proceso en que el doctor me estaba reanimando y probablemente las voces eran de los mismos que me estaban torturando”, cuenta sobre el momento en que murió y lo revivieron durante las torturas en las cercanías del canal de aguas negras.
Hoy Mario Aburto tiene 51 años y está a punto de recuperar su libertad. Pero la tortura dejó a un Mario con síndrome de estrés postraumático, alguien que se siente viejo y desmejorado, que cree que nunca se recuperará de sus penas, que ha fracasado como persona, que se siente despreciable y debe ser castigado.
El Protocolo de Estambul aplicado a Aburto revela que, producto de las torturas, tiene estos padecimientos: columna vertebral con cambios visibles en su curvatura fisiológica de predominancia izquierda; hipoacusia, también conocida como sordera de predominio izquierdo; región del hombro, con presencia de dolor en el arco de movilidad.
Las primeras torturas
El Protocolo de Estambul, también conocido como el ‘Manual para la investigación y documentación eficaces de la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanas o degradantes’, de Naciones Unidas, que se le aplicó se ha convertido en el documento más actualizado donde Mario Aburto revela cómo y por qué ocurrió la historia del 23 de marzo de 1994. Ahí se puede leer su última versión de los hechos.
Dice que acudió al mitin porque priistas de la localidad (Tijuana, Baja California) lo invitaron. Vinieron los disparos. El asesinato. Insiste en que desde que lo detuvieron sostuvo que era inocente. Recuerda que fue Raúl Loza Parra, un comandante de la Policía Federal, quien incitó a una multitud enardecida a golpearlo, gritando que había sido Aburto el asesino del candidato.
Posteriormente, en el episodio del canal de aguas negras, Aburto recuerda que estuvo presente Manlio Fabio Beltrones, entonces gobernador de Sonora.
Independientemente de su participación o no en los hechos, Aburto fue víctima de tortura sistémica, que el mismo Mecanismo Nacional de Tortura de quienes realizaron el Protocolo de Estambul para la CNDH, ahora confirman.
“Me pusieron en una posición a fin de romperme la espalda, me daban codazos con las manos abiertas, con las palmas de las manos en la cabeza. Me trataron de asfixiar también con un trapo [...] me jalaban los oídos con fuerza, me pegaban con el puño en la espalda, con el arma intentaron dispararla, pero por fortuna se encasquilló y no disparó, pues la intención era asesinarme en ese momento. ‘Bueno, ya mátalo’, le decía uno al otro de los que venían en la Suburban, diciendo es que se encasquilló la pistola, y así todo el trayecto”.
Fue a partir de ese momento que empezaron los zumbidos y dolores de cabeza, sobre todo del lado izquierdo, que lo acompañan hasta el día de hoy.
Mario Aburto aseguró que desde que lo bajaron de la Suburban, en la que lo trasladaron a la PGR, empezaron los verdaderos traumas físicos. Ya en la Procuraduría se intensificó la golpiza. Los agentes se amarraban trapos en sus puños para darle en el estómago y en las costillas.
“Trataron de dislocarme los hombros en la parte de las clavículas. Quedé dañado de la clavícula izquierda, todavía me duele y siento como un piquete como si fuera una aguja, sobre todo si hago movimientos muy bruscos, por ejemplo no puedo soportar el peso de libros”, explicó.
Una de las torturas más dolorosas que Aburto recuerda, es cuando lo agarraron unos de los pies y otros de cada mano. Con una especie de palo en forma de estaca lo golpearon en la planta de los pies de manera obsesiva.
“Me quitaron los zapatos y los calcetines, me pegaron con el tolete [estaca] en el área del arco de la planta de los pies, en donde se unen los dedos con la planta del pie, pues sí el arco debe tener una profundidad en esta parte pero no sé qué pasó ahí, se rompió tal vez algún tendón o algo, [porque] se ve ya el pie plano, ahorita lo van a identificar ustedes que uno de mis pies es más plano que el otro, eran tan intensos los golpes y créame, nunca me revisaron los médicos ahí”, recuerda al describir el castigo extremo.
Lo que ese 23 de marzo de 1994 le hicieron a Mario Aburto es conocido por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos como la falanga, catalogado como uno de los peores metodos de tortura donde el detenido se desgarra de dolor y que tiene secuelas a largo plazo, de por vida.
Además de los coroneles de la dictadura que asolaron a Grecia siete años hasta 1974, este fue uno de los métodos favoritos de Antonio González Pacheco, alias Billy el Niño, uno de los policías más crueles y sanguinarios de la Brigada Político-Social, la policía política secreta de España durante la dictadura de Francisco Franco, encargada de perseguir y reprimir a todos los movimientos de la oposición.
“También en las costillas me pegaban y en el estómago, esto con la finalidad de causarme problemas internos en el organismo. Me intentaron matar, ya que después de que te golpean te dan agua y truenas, o sea, te mueres, esa es una práctica que se realizaba mucho en aquel entonces, le decían ¿de qué murió, no? Pues muerte natural, es un método de tortura, muy documentado”, explicó Aburto a los médicos.
En aquel 23 de marzo, en la PGR de Tijuana, Mario perdió la noción del tiempo. Los golpes en la cabeza acabaron desubicándolo: “Mi cabeza empezó a divagar, se me iba la vista, había lapsos en los que me perdía, yo veía una oficina y otra oficina, como un laberinto, me di cuenta de que ya mi cerebro estaba fallando”.
Recuerda que cuando lo estaban torturando incluso ingresó personal del Estado Mayor Presidencial, quienes se quedaron pasmados con lo que le estaban haciendo y dijeron: “No lo vayan a matar, porque acabamos de recibir de órdenes de la Presidencia que no lo matemos, porque el presidente Carlos Salinas de Gortari va a hablar con él”.
“Entonces en eso llega el Ministerio Público y dice: ‘Mario, te traigo el teléfono, el presidente de la República está en la línea y quiere hablar contigo, quiere que entres a un trato’, porque ya había una consigna de querer hacerme a fuerzas que dijera que era yo el verdadero culpable. Desde el momento en que me detuvieron yo siempre dije que era inocente, por lo que no accedí, se retiró el Ministerio Público, no sé cuánto tiempo más estuve, me dejaron un rato en paz, no sé a qué hora me sacan de ahí”.
En el río Tijuana
Tal vez uno de los capítulos que más dudas han causado desde que ocurrió el magnicidio es la presunta participación de Manlio Fabio Beltrones, entonces gobernador de Sonora por el PRI. Por primera vez en más de 27 años, Aburto cuenta su versión de los hechos a los médicos que elaboraron el Protocolo de Estambul.
MILENIO transcribe literal el relato de Mario Aburto sobre la tortura a la que fue sometido por el político priista, uno de los más importante en la historia moderna del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
“Ya vendado de los ojos con las manos hacia atrás, siento yo que era ya en la madrugada por que se sentía el frío, me sacan en una Suburban de la Procuraduría General de la República, ya no en la blanca, no es el mismo motor. Dan vueltas y de ahí, ya me llevan a un lugar que me hacen creer que es una playa, pero a donde me habían llevado era a una zona del río de Tijuana, un canal de aguas negras que cruza por Tijuana, donde comúnmente practicaban las torturas en esa época, a algunos detenidos los llevaban siempre a esa área, bajo de un puente, antes de entrar al canal de aguas negras.
"Ponían dos suburban de la PGR, una adelante, para tapar y la otra abajo del puente y ahí es donde realizaban la tortura, por si se les acababa el agua, usaban agua sucia, también llevaban tehuacanes [agua mineral gesificada]".
Es espantoso que te echen Tehuacán en la nariz, te den golpes en los oídos, en la planta de los pies, querían romperte la columna, querían dejarme sin caminar, no sé si en todas las torturas sea igual.
Te sientan y luego te doblan hacia adelante y una persona brinca encima de ti, para dañar la columna vertebral, cuando veía que ya iban a brincar encima de mí, abría los pies para que no se me rompa la columna y pegue en la cabeza.
Me doy cuenta que son dos Suburban o tres, ese lapso se me hace eterno, pasan muchas ideas por mi cabeza, hay depresión, lloro, grito, me da coraje, no soy grosero, pero el momento en que me torturaban, empiezo a decir groserías y a decir mátenme hijo de su (...), cobardes creen que no va a trascender esto que están haciendo conmigo, pero van a caer a la cárcel. Ya cansados dicen ‘vamos a subir la intensidad’, me tenían amarrado en un colchón completamente como si fuera un taco (...), era un colchón de espuma.
Entonces alcanzo a ver al gobernador Manlio Fabio Beltrones. Entonces dije ‘no puede ser’ y empiezo a gritar con todas mis fuerzas le digo‘ya vi que usted es el gobernador de Sonora’, y los que me tienen torturándome, de hecho el que estaba encima de mí, el doctor Landa Navarro él dice ‘cállate no sabes con quién estás hablando, no es él’, pero si era él, no había duda porque lo había visto por televisión.
El gobernador empieza a dar órdenes de la forma de cómo se me haga la tortura, diciendo dénle más, no sé cuánto hayan tardado torturándome hasta que se cansaron. Siento que mi corazón se empieza a detener porque luchando por respirar al momento que me están echando agua, porque ya habían ido por agua del canal de agua sucia, ya se les había acabado las botellas de que llevaban, lo primero que se les acabó fueron los de tehuacanes, después el agua y ya después con el agua sucia.
Entonces ni siquiera me echaron agua sucia, porque en ese momento empiezo a sentir que se me van, ya no tengo fuerzas para luchar y siento mucho frío, me baja la temperatura corporal, el ritmo cardiaco, creo que estoy colapsado.
Escucho al gobernador de Sonora y dice ‘déjenlo ya un rato que descanse porque se puso morado’. De repente mis dedos y plantas de los pies se pusieron morados y descoloridos completamente, fue cuando me perdí entonces, cuando me dio la reanimación, vuelvo en mí y me siento confundido no sé dónde estoy ni con quién, Siento una persona encima de mí que está asfixiándome.”
Mario Aburto asegura que las técnicas de Beltrones fueron tan brutales que fue entonces que decidió aceptar el plan del presidente Salinas: hacerse pasar por el verdadero culpable.
Almoloya: el infierno de hielo
Siguiente parada: el Cefereso No 1 El Altiplano, también conocido como el penal de Almoloya. Mario Aburto recuerda que ahí llegó débil y cansado, con fuertes dolores de cabeza, los ojos, los oídos, la lengua pegada al paladar, sin poder articular palabras, con problemas para respirar y con las plantas de los pies destruidas. No podía caminar.
Pasaron el arco de la aduana y entraron por un portón grande. Recuerda que le quitaron la venda de los ojos, y lo entregaron al personal de la prisión, que empezó a gritarle. Él solo atinó a preguntar “¿dónde estoy?”. En Almoloya, le respondieron. “Yo les digo: eso es bueno”, recuerda Aburto.
“Me dicen ‘está usted en el Centro Federal de Almoloya’, y yo digo ‘mucho gusto’, imagínense nada más, o sea, por qué dije eso, desubicado completamente, porque la palabra de ‘mucho gusto’ no se lo dije retándolos, traté de armar mi lógica que daba en ese momento mi cerebro que no estaba en adecuadas condiciones para tratar de ser lo más cortés con las personas (...), entonces ellos lo tomaron como una burla y se pusieron más agresivos”.
Recuerda que le quitaron la ropa, que se incline, revisión en el recto, testículos, oídos, dientes, lengua. Todo menos las plantas de los pies, la zona donde recibió mayores torturas. Ocultan las lesiones: “Me doy cuenta porque le dicen a la persona que está allá: ‘no, eso no le pongas, no, eso tampoco, no, eso tampoco’, en los reportes médicos no pusieron cómo llegué”.
Durante su reclusión en Almoloya siguieron las torturas. Asegura que, sin embargo, había la consigna que le dieran de comer. Pero eso sí: lo golpearon, los custodios lo pateaban mientras pasaban, le escupían la cara, le tiraban la comida al piso.
Hoy según la revisión del Protocolo de Estambul se reconoce que, producto de las torturas, tiene estos padecimientos: columna vertebral con cambios visibles en su curvatura fisiológica de predominancia izquierda; hipoacusia, también conocida como sordera de predominio izquierdo; región del hombro, con presencia de dolor en el arco de movilidad.
En el pie izquierdo, la evidencia irrefutable de la tortura conocida como la falanga: disminución del arco plantar, reducción en la elasticidad del cojinete talar con presencia de dolor a la palpación.
Los daños psicológicos
El Mecanismo Nacional de Tortura en su informe destacó que a pesar de todo, Mario Aburto se presentó en adecuadas condiciones, higiene y aliño, mantuvo el contacto visual, aunque al inicio de la entrevista su actitud fue de desconfanza.
Se encontró orientado en tiempo, su pensamiento fue lógico coherente y congruente, ya que tiende a elaborar algunos razonamientos complejos y a hilar ideas de manera adecuada. Su memoria reciente se encuentra conservada.
Sus reacciones emocionales también son congruentes con el contenido del discurso, sin embargo, durante algunos lapsos de la entrevista, tenía episodios de llanto contenido, que denotaban un esfuerzo por no expresar sus emociones.
“De acuerdo a la entrevista forense realizada, así como a las pruebas psicológicas aplicadas, hay indicios que sugieren la presencia de síntomas depresivos significativos en la persona evaluada. En efecto, de la escala que le fue aplicada se encontró un indicador de depresión”, explican.
Agrega el informe que encontraron “mayor afectación en lo que respecta a irritabilidad, aislamiento social, indecisión, imagen corporal, capacidad laboral, trastornos de sueño, cansancio, pérdida de apetito y de peso, hipocondría, libido, pesimismo, sentimientos de fracaso, insatisfacción, sentimientos de culpa y castigo, impulsos suicidas, periodos de llanto y alteración en estados de ánimo”.
Aseguran que encontraron una disminución de autoconcepto y autoestima al referir en la contestación de las escalas que le fueron aplicadas. Se encuentra preocupado porque se percibe más viejo y desmejorado, así como supone que nunca se recuperará de sus penas, que ha fracasado como persona, por lo que se siente despreciable, debe ser castigado y se odia a sí mismo.
“Esta constelación sintomática es consistente con lo narrado por Mario Aburto Martínez en el sentido de que los hechos relacionados con su detención el día 23 de marzo de 1994 y los días subsecuentes, representaron para él un estrés negativo intenso, la percepción de ser una amenaza grave respecto a su integridad física y psicológica y percibir un peligro real de perder la vida”.
El diagnóstico fue trastorno por estrés postraumático. Así, con todas estas secuelas, Aburto podría recuperar su libertad a más tardar el próximo 23 de marzo del año 2024, exactamente 30 años después del magnicidio.
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