Por el banquillo de los testigos contra El Chapo han desfilado puñados de policías, guardacostas, agentes de la DEA y marinos que, básicamente, cuentan una y otra vez versiones de cómo han interceptado cargamentos de ladrillos de coca en compartimentos ocultos en barcos y camiones.
Algunos de esos paquetes llevaban impresa la marca XTRA, y no está claro cómo la defensa va a ligarlos con el sinaloense, cuya marcas conocidas eran Zafiro, Pacman, Clinton, Cóndor, Reyna y Corona, entre otras.
En todo caso la DEA estima que la organización comandada por El Chapo ha contrabandeado a Estados Unidos, principalmente hacia Los Ángeles y Nueva York, cerca de 200 toneladas de coca en un lapso de dos décadas. La mayoría se originó en Colombia, donde Juan Carlos Ramírez, alias Chupeta, fogueado en el cartel del Norte del Valle y en el de Cali, reinaba como proveedor supremo.
Cuando le preguntó la defensa que qué significaba el apodo, Ramírez sonrió con picardía y dijo que en Colombia eso significaba chupaleta, bombón o caramelo, aunque es igual de posible que el apodo responda a las hazañas sexuales del testigo, quien se encontraba con su último amante, un fisiculturista, cuando lo capturaron en Sao Paulo en 2007.
Las virtudes de la Chupeta no paraban allí; su testimonio fue una clase maestra en comercio internacional. Ramírez era meticuloso hasta enfadar: no se privó de explicable repetidamente a William Purpura, de la defensa, la diferencia entre pagos e ingresos. Realizaba controles sorpresa en sus instalaciones para asegurarse de la calidad óptima de su polvo, pedía crónicas precisas de cada una de sus entregas y apuntaba escrupulosamente cada operación en unos cuadernos de contabilidad que registraron desde ingresos por transacciones comerciales rutinarias hasta el costo de cada uno de los 150 asesinatos que encargó, incluyendo en el 2004 los de 35 familiares de su ex socio Víctor Patiño, alias el Químico, costándole el de uno de sus hermanos más de 300 mil dólares.
Su ejército de sicarios no lo privó de matar, personalmente, a un par de enemistades disparándoles en la cabeza a bocajarro. Cuando la defensa quiso contagiar la magnitud del horror, el Chupeta sólo dijo, lacónicamente, “No puedes ser líder de un cartel colombiano si no eres bastante violento”. A la fecha, se le han confiscado cerca de mil millones de dólares.
Cuando Ramírez conoció a inicios de los 90 a El Chapo en un hotel de Tijuana, habiéndolos presentado una pareja que sólo conocemos como “Cristina y Jorgito”, llegaron pronto a un acuerdo: Guzmán, siendo el más rápido y confiable de los capos mexicanos por su profesionalismo y por la red de complicidades que había tejido con policías y otros funcionarios públicos, le cobraría en especie, quedándose con el 40 por ciento de la coca —lo habitual no pasaba del 38 por ciento— que el colombiano ponía en México.
El Chupeta siguió enviando mercancía, en sus propios términos, con el beneplácito de El Chapo, a los Beltrán Leyva, al Mayo Zambada, a Nacho Coronel y al Güero Palma, entre otros, siendo los Arellano Félix los únicos vetados por el sinaloense.
El primer envío fue de cuatro toneladas, repartidas en cinco avionetas. Al aterrizar éstas en las pistas clandestinas del cartel de Sinaloa, la carga era escoltada hasta su destino por policías federales en la nómina del Chapo.
Ramírez estima que, entre 1990 a 1996, Guzmán ganó con el arreglo hasta 640 millones de dólares. Los vuelos eran tan numerosos que por 1992 la DEA envió aviones radares a interceptar los cargamentos —llamados “juanitas”—, ante lo cual a la Chupeta propuso parar los aviones y usar en vez botes cargueros o pesqueros: un camaronero colombiano se encontraba, en aguas internacionales frente a costas mexicanas, con su similar mexicano, procediendo a intercambiar al abrigo del altamar dinero por coca.
Acordaron hacerlo frente a las costas de Guerrero, donde Guzmán tenía los mejores acuerdos con la policía estatal, pero El Chapo pidió un aumento en su cuota, del 40 al 45 por ciento de la coca. ¿La razón? Que sus contactos en la marina, y sobre todo Guillermo González Caderoni, comandante de la judicial Salinista, le salían cada vez más caros.
Gonzalez Calderoni, años después, declararía que Raúl Salinas fue quien ordenó, a través de Juan García Abrego, el asesinato de Román Gil y Francisco Xavier Ovando, del equipo del ex candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas, y que sabía quién había asesinado tanto a Luis Donaldo Colosio como a José Francisco Ruiz Massieu. A nadie le sorprendió que poco después, en 2003, fuera ejecutado mientras manejaba su Mercedes en Mc Allen, Texas.
La atención al detalle de Ramírez lo llevó a viajar a México cada que algo salía mal, y no fueron pocas veces. Viajaba con documentos falsos o, a veces, sin ellos: El Chapo le ponía agentes federales a la puerta de sus aviones para escoltarlo a donde él quisiera apenas llegado a territorio nacional.
La primera vez fue cuando sus lugartenientes en Los Ángeles le avisaron que la coca que les llegaba no era la suya, que no era de la calidad de origen, que llegaba amarillenta o quebrada y que, encima, los kilos estaban incompletos; descubrieron que el daño se daba al cambiar la carga de manos en la frontera.
La segunda visita fue cuando el capitán de uno de los barcos mexicanos, habiendo recibido la mercancía, quiso probarla, y tanto le gustó que tuvo un ataque de paranoia, viéndose rodeado de fantasmas y de guardacostas gringos, ante lo cual procedió a hundir su embarcación con todo y las 20 toneladas de coca recién depositadas en sus entrañas; los buzos del cartel de Sinaloa tardaron cerca de un año en encontrar el sitio del hundimiento y en recuperar parte de la carga.
La tercera vez fue cuando, en una confusión entre lugartenientes, uno de los barcos no fue recibido por la gente de El Chapo, optando Chupeta por recurrir a los Carrillo Fuentes. Guzmán, sintiéndose traicionado, levantó a los hombres de Martínez en México hasta que se aclaró el malentendido.
La última fue cuando un barco con 14 toneladas de polvo, con un valor final de más de 40 millones de dólares, desapareció en medio de un huracán. El Chapo prometió pagar la carga a plazos. No lo hizo personalmente porque lo arrestaron en 1993, pero al seguir manejando el cartel desde la cárcel, su hermano Arturo y los Beltrán Leyva se hicieron cargo, pagando la deuda en menos de un año.
Ramírez continuó enviando barcos a México durante y después de su arresto en Colombia en 1996, cuando fue condenado a 24 años que, a punta de sobornos, no cumplió ni remotamente. Encima insistió en que la fiscalía colombiana borrara entero su historial policiaco, incluyendo sus fotografías de cargo.
Poco después huyó a Brasil, donde se sometió a varias cirugías plásticas para intentar desaparecer en el anonimato de una nueva cara, que en vez lo dejaron grotescamente desfigurado: implantes protuberantes en los labios, pómulos y quijada, nariz desproporcionadamente estrecha, ojos mal rasgados, trasplante de pelo, un hoyuelo hinchado en la barbilla y piel como a punto de reventar. A la corte llevaba guantes negros, de fieltro o lana, por un trastorno médico sin especificar.
Su carrera criminal terminó en 2007, cuando con ayuda de la DEA fue arrestado en San Paulo, declarándose culpable y siendo condenado a 30 años. Un año después fue extraditado a los Estados Unidos y encarcelado aquí, desde donde, en espera de penas reducidas, sirve como testigo de la defensa de cuanto antiguo socio pase por las cortes.