Del sueño americano, a la pesadilla de estar en la cárcel

De nacionalidad hondureña, Miriam pide ser sentenciada y absuelta, pues afirma que no hay pruebas para incriminarla. Desde hace 7 años, lejos de sus dos hijos.

Miriam desde hace ya siete años que no ve a sus dos hijos (Yazmín Sánchez)
Cristina Gómez
Altamira /

La pesadilla de Miriam comenzó cuando decidió emigrar de Honduras, en busca del sueño americano. No llegó a Estados Unidos y terminó en un reclusorio mexicano, acusada de homicidio, secuestro y asociación delictuosa.

Lejos de su país, de su familia, y, lo que más desgarra su corazón, sin poder ver desde hace ya siete años a sus dos hijos. A sus 22 años, la desesperación por no tener dinero para dar de comer a sus pequeños, que en ese entonces tenían 4 y 1 años de edad, la empujó a emprender el viaje.

En casa, ella y su esposo no tenían trabajo y la situación era cada vez más angustiante.

“Solo quería trabajar por dos años y regresar a Honduras con dinero, poner un negocio”.

En una caravana, viajó de raid en moto hasta Guatemala y de ahí tomó un autobús hasta Chiapas, donde trabajó de mesera para un pollero pero solo le alcanzó para llegar a Ciudad Victoria. Sola y sin dinero, se le hizo fácil pedir aventón a tres jóvenes que iban hacia la frontera.

Apenas salían de la capital del estado cuando un retén de soldados a las afueras los detuvo porque la unidad en la que iban era robada y el propietario había sido asesinado.

“Por más que dije que no los conocía no me creyeron, me entregaron a los ministeriales y me golpearon hasta que yo por miedo firmé una declaración en la cual me declaraba culpable”.

Siete años han pasado y hasta ahora no ha recibido una sentencia. En estos años, pidió ayuda al Consulado de su país en México así como a la Comisión de Derechos Humanos.

“Yo no conocía a nadie aquí, yo solo quería que me llevaran a la frontera de Estados Unidos, pero no me creyeron o querían culpar a alguien y ya llevo aquí siete años y sin ser sentenciada”.

Menciona que del Consulado solo recibió una llamada telefónica para verificar que se trataba de una ciudadana de Honduras. Derechos Humanos la ayudó a contactarlos, pero nunca han ido a verla.

“Yo no tengo a nadie aquí. Mi mamá intentó venir a verme pe¬ro le negaron la visa, no sé por qué motivo”.

Busca siempre la forma de entretenerse, con deportes, con cursos que les brinda la dirección del reclusorio para olvidar sus penas aunque sea por momentos, pero lo más duro es cuando llega la noche, al no poder dormir pensando en sus hijos.


ELGH 

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