Ahí va, deambulando sin rumbo. Anda entre las calles de una ciudad —que no diremos— buscando un propósito, un camino. Está perdido: ya no siente ese poder que le daba ser parte del cártel más poderoso que hay en México. Siente miedo, pero también está feliz porque sigue vivo. A Juan Equis, como lo llamaremos para protegerlo del narco, del brazo de algún sicario, se le acabaron los días de lujo y mujeres; se le terminó el tiempo de ser “el primo” de uno de los líderes de plaza designado por la gente de Nemesio Oseguera Cervantes, El Mencho, cabeza del cártel Jalisco Nueva Generación.
A Juan le tocó saber cómo, tarde o temprano, la vida narca cobra facturas. Vivía en un pequeño pueblo de Colima, uno de los estados más violentos del país debido a la disputa por el territorio entre el CJNG y el cártel de Sinaloa. En los dos últimos años Colima ha sido el estado con la mayor tasa de homicidios dolosos por cada 100 mil habitantes: 26.72. La tasa nacional es de 7.13.
El primo de este hombre fue la entrada a un mundo que le pareció muy seductor:
“Cuando yo empecé a escuchar que se hizo famoso, fue cuando él cayó a prisión por cocinar cristal”.
Juan recuerda cómo adaptaron una casa como un narcolaboratorio y para ocultar el olor de la droga escapando por las ranuras de puertas y ventanas se les ocurrió poblar de gallos la azotea de la casa. La apuesta era que el olor de los animales distrajera la atención. No lo lograron porque el primo de Juan acabó tras las rejas.
“Estando en prisión conoció a unas personas muy allegadas al Mencho. Cuando salió, ya había conseguido un trabajo como líder, controlando la plaza, el municipio”, recuerda, una mañana fría en la que llevaba puestas las únicas pertenencias que le quedaron después de que tuvo que huir del cártel.
El primo de Juan se encargaba de recibir la droga y distribuirla para su venta entre los narcomenudistas. Tenía a su mando entre 30 y 40 personas, más una red de distribuidores.
Al inicio, Juan se mantenía al margen, pero poco a poco se involucró, seducido por la vida de su primo.
“Era muy querido por ayudar a la gente y porque tenía un gran poder. Ya lo miraba que andaba con fama, con mucho dinero, con poder y pues empezó a acercarse mucho a mí”.
Juan miraba cómo conseguía a las mujeres que quería, las “compraba” con dinero y costosos regalos, como motocicletas o una camioneta.
“Me sentía bien rodeado de lujos, nunca me hizo falta nada, me sentía respetado, me sentía a gusto”.
La vida narca. Así tuvo sus primeras encomiendas para el cártel: “Me mandó a entregar una camioneta que yo no sabía que iba cargada”. Llegó al lugar que le indicaron, apagó las luces del auto, abría los ojos grandes, pero no lograba ver entre la obscuridad, hasta que el silencio lo rompió el ruido de un comando que empezó a cortar cartucho, a cargar sus cuerno de chivo. “Eran como 20 o 30 personas. Me asusté”.
—Vengo a entregar esta camioneta… —gritó como si su vida dependiera de ello, a la vez que se tiró al piso con la cara descompuesta.
—Relájate, vienes con nosotros, levántate no pasa nada… —le dijo uno de los hombres armados.
Juan dice que esa fue una prueba que le puso su primo y la pasó. Así fue como siguió haciendo mandados, entre los que se incluía entregar sobornos para que las autoridades permitieran la operación del cártel.
—Yo sé que el gobierno está con ellos, porque me tocó llevarles dinero a los policías de parte de mi primo.
También le tocó estar detenido y que su primo lo rescatara de los uniformados. Evade contar detalles de sus líos con la ley, prefiere mantener la imagen de un hombre inocente que se involucró con el narco porque era más fácil eso que conseguir un trabajo decente.
***
En 2015, con la llegada del cártel de Sinaloa a Colima, se quintuplicó el número de homicidios dolosos y Juan sintió que podía acabar muerto. “El cártel de Sinaloa no llegó hablando, llegaba matando gente, matando a quien se pusiera”. Además se sintió traicionado por su primo: estaba seduciendo… a uno de sus antiguos amores.
Fue entonces que la familia de Juan en Estados Unidos decidió ayudarlo, darle una nueva oportunidad de enderezar el rumbo.
“Me sale más barato pagar para traerte para acá que comprarte un cajón de muertos”, le dijo su cuñado, y sus familiares lo ayudaron a cruzar la frontera. Huyó del cártel, de su primo, del otro cártel, y en Estados Unidos comenzó a trabajar en una lechería. Intentaba ser una nueva persona.
Como era de esperarse fue cuestión de tiempo para que le llegara la noticia de que su primo había sido asesinado. El día que lo conocí, Juan me mostró una foto de un periódico en internet: en la imagen estaba su primo muerto, tirado en media calle, rodeado por un charco de sangre. Para Juan todo se explica porque los “del cártel de Sinaloa les llegaron al precio a los que lo protegían”.
Se sintió aliviado de estar lejos de aquel pueblo de Colima y siguió trabajando en una lechería durante un año, hasta que un día un agente de migración, del ICE, lo interceptó en el camino y le pidió sus papeles. Ahí se acabó su sueño americano, e ingresó a uno de los centros de detención.
“Yo con el juez estuve, hablé y hablé, le enseñaba las muertes que estaban pasando cada día en mi pueblo. Le estaba pidiendo que me dieran asilo”.
Después de un año de estar detenido peleando su caso, en enero de 2018 las autoridades estadunidenses lo deportaron.
“Cuando llegué yo no sabía para dónde iba a ir, yo sabía que para el estado de Colima no”.
Su madre le contaba cómo por debajo de las puertas de las casas en el pueblo, el CJNG dejaba fotocopias con mensajes advirtiendo de una “limpieza social” y previniendo a la gente que no debía salir a la calle después de las 10 de la noche.
“Yo decía si están matando a todas las personas, ¿cómo voy a ir?”.
Juan extraña a su madre, pero sabe que si vuelve a Colima acabará muerto. “Ella sí tenía muchas ganas de verme y de abrazarme al igual que yo, pero le ganaba más su angustia y me decía que no fuera para allá”.
Juan ahora trabaja como repartidor de volantes para promocionar un restaurante. No puede volver a su casa, tampoco piensa que Estados Unidos sea opción en su vida. Ahora está desplazado y deportado en alguna parte del país intentado construir un nuevo camino.
Ni narco ni migrante ya…