Este no es el obituario de un narcotraficante, aunque lo parezca: la leyenda de un Rafael Caro Quintero intocable ha muerto para darle paso a la historia de un hombre común que ha sido detenido.
A las 2:30 de la tarde de este viernes, expiró la mística del capo sinaloense de quien se decía que jamás sería atrapado después de su liberación en 2013 de una prisión mexicana de mediana seguridad; que moriría como una especie rara en el ecosistema del crimen organizado, es decir, libre y viejo, fuera del alcance de quienes del otro lado de la frontera ofrecían 20 millones de dólares por su cabeza.
Se acabó ese relato fantástico que aseguraba que si volvía a su natal Sinaloa, al corazón del Triángulo Dorado, nadie lo podría detener; que era de los grandes capos que se podía dejar al gobierno de Estados Unidos con las ganas de verlo encerrado; que era tan grande y tan poderoso que, una vez libre, las Fuerzas Armadas de México le harían reverencias y le dejarían seguir su camino con un respetuoso saludo.
La enormidad de esa leyenda llamado Rafael Caro Quintero contrasta con lo mundano que fue su arresto: en la zona serrana del municipio sinaloense de Choix, un agente canino, “Max”, olió al llamado “Narco de Narcos” y con la nariz le aventó a un grupo de marinos. Así, por un perro raza bloodhound, perdió la libertad el hombre más buscado en el mundo.
La biografía que se ha dictado desde Sinaloa dice que fue el primero en los cárteles mexicanos en lograr tratos internacionales con grupos extranjeros y que puso los ojos en Colombia; el primero en mandar no kilos, sino toneladas de marihuana a Estados Unidos; el que se creía tan intocable que en un arrebato de arrogancia ordenó en 1985 asesinar al agente antidrogas estadounidense Enrique “Kiki” Camarena , por cuyo homicidio la DEA lo persiguió afanosamente por décadas hasta este 15 de julio.
El maestro de Joaquín “El Chapo” Guzmán. El que formó al “Güero” Palma. El hombre que, en recompensas estadounidenses, representaba el doble que Nemesio “El Mencho” Oseguera Cervantes y cuatro veces lo que Chuen Yip, el mafioso chino más buscado del mundo, ambos reyes del fentanilo a nivel global.
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Es la leyenda que causó un lío diplomático entre México y Estados Unidos cuando se descubrió el cuerpo torturado de Camarena; el que enamoró a Sara Cosío, sobrina del ex gobernador de Jalisco, y la expuso como su amante cuando fue arrestado en Costa Rica; el que después de su detención ofreció pagar la deuda externa de México a cambio de que le dejaran volver al campo donde floreció su niñez.
El señor más temido en las áreas de máxima seguridad del penal de “Altiplano”, a donde van los narcotraficantes más peligrosos del país. El que dicen que fue dueño de medio Caborca, Sonora, con sus restaurantes, casas y ranchos. El protagonista del corrido más famoso de la banda Los Invasores de Nuevo León. El capo que fascinó al actor Tenoch Huerta y que fue interpretado en la serie “Narcos” paseándose por centros nocturnos con mujeres sujetadas de la cintura cuando, se supone, estaba en prisión.
El que carga en su espalda el secreto de miles de asesinatos que jamás se resolverán. El que se calló cuando sus aprendices rompieron el pacto de no atacar a mujeres y niños y comenzaron a girar sus armas hacia familias completas e inocentes. El que ordenaba salvajes torturas que, incluso ahora, asquearían algunos criminales y que enseñaron a miles a actuar con violencia extrema.
Su leyenda estaba destinada a contar que convenció a todos de que el homicidio del “Kiki” Camanera era de orden local, no federal, y que merecía su libertad. Y que, cuando lo logró, fingió una personalidad apagada con tal de que las autoridades creyeran que su libertad no representaba peligro alguno para el país y lo dejaran en libertad, tal y como sucedió.
Le faltaban unos pocos años para lograr lo que pocos en el narcotráfico de su talla: evitar el destino del “Chapo” Guzmán que todos los días pierde un poco de cordura en su celda solitaria en Colorado, Estados Unidos. Tampoco caer en el infortunio de su socio Félix Gallardo, quien suplica desde Almoloya de Juárez, viejo y casi ciego, que se le perdone su pasado criminal. Simplemente, existir en la sierra viendo crecer la hierba y viendo crecer su leyenda.
Murió la leyenda y nace la historia de un hombre común que tendrá el mismo final que un sicario cualquiera: “El Narco de Narcos” pasará el resto de sus días en una celda.