Para que Tomás Colsa McGregor, un joyero de 47 años, pudiera reunirse con Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos, primero fue trasladado al Radisson Paraíso Hotel, al sur de la Ciudad de México. Dos agentes de la Policía Judicial Federal le dijeron que ese hotel era propiedad de Carrillo, así que ahí permaneció unos días hasta que consiguió verlo.
Tomás Colsa vendía joyas carísimas a narcos de mediano calibre. Pero sabía que la única manera de colocar sus piezas era haciendo contacto con los narcotraficantes más poderosos del país. Eran los inicios de 1990.
Su objetivo era Amado Carrillo, el rey de la cocaína. Había hecho una fortuna gracias al tráfico masivo desde Colombia, que cargaba en aeronaves que él mismo pilotaba.
Había aprendido del negocio en Chihuahua y a su cartel le llamaron Juárez, como la capital de ese lugar. Pero en 1989, Carrillo había sido detenido y trasladado al reclusorio Sur, donde las rejas no frenaron sus planes criminales. El dinero le compró comodidades y jefes de alto nivel.
Según el expediente de la causa judicial, el joyero pasó una semana en una habitación del Radisson Paraíso, esperando una llamada. Hasta que el día llegó: habían conseguido acceso al reclusorio Sur para que se entrevistara con él. El narcotraficante sinaloense tenía comprado a dos jefes de seguridad del penal para lograrlo.
Ese día, Colsa le explicó que tenía un doctorado en Gemología, en pocas palabras, que era un experto en piedras preciosas desde 1982. Se sinceró y le dijo que quería comprar un lote de joyas y empezar un negocio a lo grande y él era el único que tenía ese dinero. Carrillo le dijo que sí y le pidió que se trasladara hasta Ciudad Juárez para que su compadre y socio, Rafael Aguilar Guajardo, un ex agente de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) convertido en narcotraficante, le diera el dinero.
Ese día recibió 100 mil dólares y viajó hasta Nueva York, donde compró piedras preciosas que más tarde vendería a otros narcotraficantes y a jefes policiacos de todo el país. Carrillo se convertiría en su mejor cliente: le compraba lotes de joyas de hasta tres millones de dólares. Sus joyas favoritas eran un brillante de corte marquise baguette y un reloj Piaget Emperador de 46 kilates.
El joyero escuchó confesiones en silencio, atestiguó las toneladas de drogas que llegaban a Quintana Roo, donde Amado se sentía tan protegido que se paseaba en las camionetas de la entonces Procuraduría General de la República (PGR). Se hospedaba en hoteles, como el Coral Beach, y desde ahí supervisaba las descargas con toneladas de cocaína que venían desde el Caribe.
La PGR le ofreció ser testigo protegido y, gracias a esto, se integraría el “Maxiproceso” con el que se acusó a 110 presuntos integrantes del cártel de Juárez en 1998.
Esta es una historia de ARCHIVERO para MILENIO, una declaración que marcaría la historia del narcotráfico en México, gracias a la investigación y desclasificación de expedientes que quedaron olvidados en cajones y viejas oficinas gubernamentales. Historias que nos llevan al interior de una vieja política de mentiras y traiciones.
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Las actividades de Amado Carrillo a la vista de todos
El negocio de Tomás Colsa McGregor arrancó con el pie en el acelerador. Fue gracias a Amado Carrillo que empezó a vender joyas a otros narcotraficantes, como Pedro Lupercio Serratos, entonces uno de los brazos derechos del Señor de los Cielos.
Las joyas impresionaron a Lupercio: aunque no tenía el dinero completo, le ofreció 50 millones de pesos, 300 mil dólares y un carro deportivo muy de moda por esos años, un Phantom 1990. Colsa declaró esto el 25 de marzo de 1997 ante la PGR y es parte de la causa judicial contra el Cártel de Juárez. El expediente fue obtenido por ARCHIVERO, contiene las declaraciones del joyero y de otros detenidos que hablan de nexos con artistas y jefes policiales.
En los siguientes dos años, Colsa anduvo de fiesta en fiesta, de bautizo en bautizo, eventos de los hijos de narcotraficantes del cártel de Juárez. Pronto se asoció al joyero con el jefe. Así, en 1992, vio cómo el Señor de los Cielos traía toneladas de droga desde Colombia, que descargaban en Quintana Roo, donde se hospedaba en hoteles que eran propiedad suya.
Fue ahí donde, según el joyero, conoció a Guillermo González Calderoni, el director general de Intercepción, Aérea, Terrestre y Marítima de la PGR, Guillermo González Calderoni, un funcionario respaldado por políticos y narcotraficantes a los que protegía. Calderoni, recuerda, lo escoltaba en su Cadillac blanco.
Para junio de 1992, declara, vio a Carrillo coordinarse con Calderoni para que aterrizaran cuatro toneladas de cocaína que venían distribuidas en cuatro aviones procedentes de la isla de San Andrés, en Colombia, ubicada frente a las costas de Nicaragua.
Recuerda que él y su compadre Lupercio miraban desde los ventanales del aeropuerto de Cancún cómo 10 elementos de la PGR simulaban un operativo a la vista del público, mientras los cuatro aviones cargados de cocaína aterrizaban. Los aviones se estacionaron frente a la estación de bomberos y a un costado del avión de la PGR, donde había aterrizado Calderoni, y el Learjet azul de Amado Carrillo.
Inmediatamente después subieron la cocaína a un tráiler blanco. A la par, otras personas recargaban el combustible de los aviones, que llegaron de Colombia, para que volvieran a casa. Según el joyero, Lupercio le dijo que la droga iba directa a Ciudad Juárez. Y le hizo una promesa: con esa venta le iban a comprar un buen cargamento de joyas. “Vas a recibir un buen dinero”, dijo.
Para noviembre de 1992 lo cumplió. Además, le prometió que le pagaría tres millones de dólares por joyas para los “regalos de Navidad”, lo mismo Ramiro Mireles Félix, otro narcotraficante que le entregó un millón. Por cierto, de Mireles el joyero declaró que sus fiestas eran una bomba que duraban cuatro días y donde incluso fue a tocar la reconocida Banda el Recodo.
Esa venta casi le cuesta la vida a Colsa: en febrero de 1993, en medio de una borrachera y una inyección de drogas duras, le gritó a Lupercio que era un ratero, nunca pagó el dinero de las joyas de Navidad. “¡Eres un hijo de tu chingada madre!”, le respondió Lupercio, colérico.
Y lo amenazó de muerte: le aseguró que nunca iba a pagarle. Aunque Lupercio lo perdonaría, tiempo después, el 29 de enero de 1993 intentaría asesinarlo en Guadalajara.
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La ruptura de los líderes del Cártel de Juárez
Tomás Colsa McGregor no tuvo otra opción más que volver a pedirle un favor a Amado Carillo, jefe de su compadre ahora convertido en enemigo. Se vieron en Ciudad Juárez, en El Rodeo, restaurante del que también era dueño. Ahí, tomó un teléfono y llamó a Lupercio:
“Mira, Pedro, vamos a mandar a una persona para que arregle tus pendejadas”, le dijo sobre un mediador que intentaría dialogar con él para que no matara al joyero.
En ese mismo restaurante, el joyero presenciará la ruptura de los líderes fundacionales del cártel. Rafael Aguilar Guajardo, socio y amigo que le ayudó a fundar la organización criminal, en medio de una pelea le sorrajó una cachetada a Amado Carrillo.
Este se quedó en silencio, se dio la media vuelta, le hizo una señal a su escolta y abandonó el lugar. El 12 de abril de 1993, Aguilar sería asesinado en Cancún y, según la versión de Colsa, fue Carrillo quien lo asesinó como venganza.
Ese mismo mes, el joyero finalmente fue detenido y encarcelado en un hotel de la Ciudad de México, donde, según declaró, le plantaron drogas porque se negó a pagar a la Policía Judicial Federal derecho de piso por sus ventas de joyas a los narcotraficantes. Sin embargo, fue absuelto del cargo de portación de drogas en septiembre de 1994.
Cuando salió de prisión, a través de Martha, hermana de Carrillo, Colsa volvió a pedir audiencia con su jefe. Ella le contó que ahora su hermano vivía en Cuernavaca, Morelos. El Señor de los Cielos le dio trato VIP y le mandó un avión privado hasta el aeropuerto de Guadalajara. Fue trasladado a un lugar llamado Rancho la Luz, en Tetecala, una especie de hacienda y residencia de verano. Ahí vivía su esposa Sonia, sus dos niños y su cuñado. El lugar era escoltado por una cincuentena de personas, entre personal de la Policía Judicial Federal y de la PGR.
Otra vez, como en 1990, le contó que tras su detención su situación económica “era muy grave” y necesitaba 50 mil dólares para ayudarse a salir adelante. No quería regalado el dinero: era un intercambio por joyas preciosas. Según la declaración de la PGR, Colsa vio ahí al gobernador de Morelos, Jorge Carrillo Olea, quien se bajó de su Grand Marquise, escoltado por cuatro patrullas del estado. Carrillo le habría dado un abrazo afectivo al Señor de los Cielos. Por supuesto que el gobernador negó las acusaciones, sin embargo, en 1998 renunció al cargo.
Volviendo a diciembre de 1994, Carrillo sufrió un atentado al interior del restaurante Ochoa Bali Hai, en avenida Insurgentes Sur, en la Ciudad de México. Según el testimonio del joyero, fue Pablo Chapa Bezanilla, fiscal especial para esclarecer los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu.
“El licenciado Chapa Bezanilla ayudó a Amado Carrillo y a su gente a salir de ese problema”, dijo Colsa ante la PGR.
El joyero cuenta un pasaje polémico que entrelaza el mundo del narcotráfico con el del espectáculo. Dijo que el 14 de febrero de 1996 volvió a encontrarse con Carrillo en una de las habitaciones del hotel Crown Plaza, de Monterrey. Pero apenas platicó 10 minutos con él porque salió corriendo.
“Iba a verse con la artista de televisión, Gloria Trevi, ya que Amado Carrillo le comentó que se encontraba sumamente enamorado de esta artista”, declaró.
Eso sí, antes de que se fuera, le vendió un reloj Rolex Cellini con incrustaciones de brillantes y rubíes por un valor de 40 mil dólares, cantidad que pagó en efectivo.
La colusión de Amado Carrillo no solo involucró a policías de poca monta y artistas de moda. El joyero estuvo en distintas reuniones con Javier García Morales, hijo de Javier García Paniagua –ex titular de la DFS, la agencia de espionaje mexicana– y medio hermano del actual Senador electo, Omar García Harfuch.
García Morales era un influyente miembro del PRI en Guadalajara. Durante sus años involucrado con el narcotráfico, el joyero incluso se hizo compadre suyo y, por eso, una de las reuniones ocurrió en su propia casa, en Paseos del Prado 1224 en Guadalajara, donde acordaron cómo sería la descarga de aviones y entregas de cocaína. El joyero también dijo que presenció reuniones con los generales del Ejército, Mario Arturo Acosta Chaparro y Francisco Quirós Hermosillo, operadores de la llamada Guerra Sucia.
El final del joyero
Esta confesión la haría a las 18:45 horas del 25 de marzo de 1997. Tomás Colsa dijo que estaba casado, que era católico, comerciante de joyería fina, licenciado en Administración de Empresas, y doctor en Gemología. La PGR ofreció convertirlo en testigo protegido y, gracias a él, se integraría el “Maxiproceso”, ahí se menciona a la mayoría de los narcotraficantes famosos, así como a mandos policiacos y gobernadores priistas.
Pero Amado Carrillo no alcanzaría a ser juzgado: tras ocho horas de cirugía murió en un quirófano de Polanco, intentando operar su rostro para evadir a la justicia el 4 de julio de 1997. Ese mismo año, los tres médicos fueron asesinados y sus cuerpos abandonados en una carretera.
Tomás Colsa McGregor, el joyero, el 5 de julio, un día después de la muerte de su jefe, fue asesinado cuando bajaba de un camión de pasajeros en la Ciudad de México.
MO