En 2014 conocí a un hombre que había sido pandillero en Los Ángeles y a causa de sus actividades criminales había transcurrido 15 años en una prisión de máxima seguridad en California. La historia de ese hombre se transformó en un libro que publiqué en 2017, El asesino que no seremos. Edwin hoy es un profesor de inglés y arte en Ciudad de México y al poco tiempo se volvió un gran amigo que me ha enseñado mucho, un bizarro maestro espiritual tatuado.
Al contarme de sus vivencias en el encierro, siempre se refería a la prisión como “la universidad”, una escuela de formación avanzada en la que uno acaba aprendiendo a ser un mejor criminal.
En esto pensé hace unos días, cuando leí la noticia de la hermana Anna Donelli, la monja de la Congregación de Hermanas de la Caridad de las Santas Bartolomea Capitanio y Vincenza Gerosa, que fue detenida el pasado 5 de diciembre, en el marco de un mega operativo en contra de una de las familias criminales –los Tripodi– afiliadas a la organización denominada Ndrangheta, el poderoso grupo del crimen organizado de Calabria, la región que ocupa la punta de la península de Italia.
¿Pero qué tiene que ver la monja con esta idea de la universidad de la prisión? La hermana Anna, nacida en la ciudad de Cremona en 1966, en el norte italiano, llevaba 15 años trabajando en la cárcel de San Vittore de Milán y en la cárcel de Brescia como voluntaria. Su labor consistía en programas educativos y de asistencia espiritual a los presos y a jóvenes en condición precaria y de adicciones, para “sembrar esperanza y hacer vivir la amistad” en quién tiene que pagar un castigo.
Esto le habría permitido, según las investigaciones, establecer relaciones de confianza con los miembros de la familia Tripodi, tanto que se habría vuelto una mensajera para el clan dentro del penal. Es una investigación que le tomó tres años a las autoridades. Esos años en prisión podrían haber dado una formación criminal a la monja, a la vez que ella intentaba ocuparse de los presos dando apoyo espiritual.
Los detenidos de la prisión la querían. Pero es fácil querer a una monja en el encierro. Durante los partidos de futbol en las horas de aire libre, sor Anna Donelli hacía de árbitro, así fue cómo los reos le dieron el apodo de Collina, en alusión al apellido de Pierluigi Collina, el árbitro más famoso e icónico de Italia.
En San Vittore, famosa prisión construida a finales del siglo XIX y en la cual estuvieron presos, entre otros, el comunista Antonio Gramsci, el anarquista Gaetano Bresci (que mató al rey Umberto I en 1900) y el periodista Indro Montanelli, fue donde la hermana Donelli conoció a los socios del clan encabezado por la familia Tripodi. Las interceptaciones telefónicas a miembros de la familia confirmaron la relación con sor Anna y la confianza que le tenían y la mujer terminó bajo arresto domiciliario por el delito de asociación mafiosa.
Una monja arrestada por vínculos con la mafia ha causado sorpresa y desconcierto y la noticia ha dado la vuelta al mundo. Las investigaciones están en curso. Sor Anna Donelli no ha sido condenada, por lo tanto, se asume su inocencia hasta que se compruebe lo contrario. Sin embargo, me gustaría ofrecer cuatro escenarios que se me han cruzado en la mente en estos días para explicar una historia que parece tener poco sentido.
Anna Donelli se hizo monja después de una infancia y adolescencia difíciles
¿Por qué razón una monja en sus cincuenta y tantos años, que recién había ganado un premio a la virtud cívica como lo es el Panettone d’Oro –que cada año premia a figuras públicas por su labor social–, arriesgaría todo para ayudar a unos mafiosos?
Leo la motivación del premio que se le entregó en febrero: “Desde hace 15 años, la hermana Anna es voluntaria en San Vittore, para sembrar esperanza y hacer vivir la amistad a quienes, además de la condena, deben lidiar con la soledad y el desapego de las relaciones humanas. Con varios grupos de presos crea relaciones, incluso con partidos de futbol, alentando hacia nuevos caminos de vida”.
El texto sigue: “Con la sonrisa y la escucha establece puentes que continúan incluso fuera de la cárcel, para aquellos que no tienen trabajo, casa, familia. A este compromiso se suma el de llevar a las parroquias las hostias fabricadas por las detenidas en el laboratorio de San Vittore, para recordar que en prisión de la humanidad puede nacer el pan del perdón”.
En alguna vieja entrevista sor Anna había confiado que se había hecho monja a los 21 años después de una infancia y adolescencia difíciles, respondiendo “a la llamada de alguien que inesperadamente me eligió”, a pesar de que siempre se había sentido “como una nulidad”, según se aprende por la prensa italiana a raíz del escándalo. Una historia también salpicada de grandes tragedias, la suya.
En 2001 la religiosa perdió en un accidente –cortada por un tráiler– a su hermana gemela y madre de tres niños. Ese evento marcó su vida. Así explicaba su vocación: “No es que haya descartado la idea de una familia, pero en un momento dado apareció la idea de dar la vida a alguien que nunca me abandonaría. Solo mi hermana gemela (fallecida a los 34 años) me animó: intenté dejar de lado la idea, pero no se fue”.
Desde 2010 eligió frecuentar las cárceles y los suburbios, que le parecían “un gimnasio de humanidad que ha transformado mi mirada”, declaró en alguna ocasión.
Hace cinco años la hermana Donelli entrevistada para el semanal católico Famiglia Cristiana, afirmaba que la dirección indicada por Jesús le parecía el mejor camino para ella. Su arma para “caminar en el marco de Cristo” era principalmente el carisma, incluso cuando se trataba de recuperar a un chico en la calle a altas horas de la noche o de responder por la noche al grito de ayuda de una familia.
“Hasta hace unas décadas era obvio que las monjas a la hora de la cena estaban todas en casa, ahora menos. Pero en mi opinión, no das la vida sellando la tarjeta: ¿alguna vez has visto a una madre que no se levanta a la una si el niño llora o que pospone al día siguiente la ansiedad por un hijo adolescente que al amanecer no ha vuelto? Si no hay ósmosis entre el evangelio y la vida no sirve de nada, algunos malentendidos internos pueden ocurrir, pero se sigue adelante”.
Sobre el hábito –falda y velo gris y una camiseta azul celeste conforman el hábito de su congregación– Donelli había añadido:
“Será gracioso, pero lo que más temía era la conciencia de tener que llevar falda toda la vida: estaba acostumbrada a los pantalones, me gustaban las motos y jugar al futbol. Me di cuenta después de que el vestido ayuda porque te da la oportunidad de explicar y con los chicos saber jugar vestida así ayuda. Ahora arbitro partidos de futbol en la cárcel [...]. Pueden llamarme árbitro vendido y lo saben. Pero no lo hacen”.
Los interrogatorios con el juez de investigaciones preliminares
Admito que las monjas nunca me han gustado. Recuerdo que mi abuela Olga, nacida el 27 de julio de 1908 en Venecia, durante toda su larguísima vida –falleció a sus 102 años–, cada vez que veía a una monja decía a media boca, con todo el desprecio del que era capaz: “¡Putas!”
Después de quedar huérfana a los nueve años por la muerte de su padre en la Primera Guerra Mundial en 1917, mi abuela tuvo que vivir en un orfanato de monjas. Nunca quiso contar qué le habían hecho, pero si a sus cien años seguía odiándolas con tanto ímpetu, no la había pasado bien. Así crecí yo, con un prejuicio heredado hacia todas las monjas. Además, ese olor que recuerdo como agrio y rancio, que emana la ropa de las monjas, tan típico también del hábito de los curas, de alguna forma advierte de que algo no está bien ahí y reforzaba mi disgusto.
Pero volviendo con la monja de nuestra historia, la verdad no se va a conocer tan pronto. Quizás nunca la conoceremos. Los ministerios públicos están bastante convencidos, después de tres años de investigaciones, de que la monja sabía que estaba ayudando a unos criminales y que los jefes de la Ndrangheta confiaban ciegamente en ella. Esto se verá, se confirmará o desmentirá en los próximos meses. Es un caso abierto. Por lo pronto ella lo niega todo.
Durante las más de dos horas de interrogatorio con el juez de investigaciones preliminares, el 13 de diciembre pasado, negó que hubiera alguna relación de actividades criminales durante los encuentros que tuvo con miembros del grupo o socios de negocios de la familia Tripodi, detenidos en San Vittore. Se trató, según el abogado de la defensa, de reuniones y mensajes que, como todos los que llevaba, son nada más que una obra de caridad, mensajes humanitarios.
Pero el caso desató grandes reacciones porque se supone que la Iglesia católica está exenta de criminales, porque los religiosos son percibidos como personas buenas, aunque en los contextos religiosos es donde se cometen delitos infames, muchas veces encubiertos y escondidos durante décadas. Por el momento no ha llegado ninguna declaración oficial del Vaticano ni de las Monjas de la Caridad.
Según grabaciones telefónicas era una monja mensajera de confianza
La Fiscalía Antimafia de Brescia afirma que la hermana Anna habría sido la mensajera entre los detenidos por delitos de mafia y los miembros de la familia Tripodi que estaban fuera de la prisión. En interceptaciones telefónicas, Stefano Tripodi, el ‘boss’ de la familia, hablaba de la monja con sus socios y la describía como de total confianza: “si necesitan algo dentro, es de los nuestros”, decía.
Para el juez de investigaciones preliminares, Matteo Guerrerio, la relación entre la religiosa y los Tripodi “no parece ni ocasional ni insignificante. El hecho de transmitir mensajes y comunicaciones en las cárceles constituye sin duda una contribución causalmente relevante y eficiente a la conservación y fortalecimiento de la asociación, logrando llegar a miembros de la misma caídos en régimen de privación de libertad y ayudando a evitar posibles deserciones o colaboraciones”.
Para el fiscal jefe de Brescia, Francesco Prete (el destino de un hombre que se apellida Prete, que en italiano significa “cura”, y acaba encarcelando a una monja) ha declarado: “Sobre la religiosa, debemos verificar más, pero las investigaciones habrían revelado una contribución que ofreció en el intercambio de noticias dentro y fuera de la prisión”. La monja, ahora bajo arresto domiciliario en espera de juicio, habría estado “a disposición de la asociación [Ndrangheta] para garantizar la conexión con los socios detenidos en prisión”.
Frente a la sorpresa y la incertidumbre, luchando con mi prejuicio, voy a plantear cuatro escenarios, cuatro historias que quizás no son, pero que podrían haber sido, un puro ejercicio de imaginación, porque algo profundo es lo que mueve nuestra curiosidad. Cualquiera de estas hipótesis podría ser real. Ahí les van:
Hipótesis 1. Una historia de inocencia
La hermana Anna Donelli es una monja que ha tenido una vida difícil como los que crecen en una familia con problemas. Durante sus primeros años tiene que defenderse a sí misma y a su hermana gemela con todos los medios a su disposición. A los 21 decide abrazar a Cristo y se hace monja. A los 35 un desastroso accidente se lleva a su hermana, que deja tres hijos pequeños. Anna dedica su vida a los últimos, a los desamparados, a los que el mismo Jesucristo considera sus hijos predilectos.
Hipótesis 2. Una historia de compasión y devoción
Es la compasión hacia los débiles la base del mensaje de Cristo. Por ello la hermana Donelli decide dedicarse a los parias de la sociedad. Anna se sentía motivada por un impulso divino que le dijo que debía ayudar sin importar en fijarse en qué se le pedía. Se sentía guiada por Dios, cuyos caminos, se sabe, son inescrutables.
Después de 15 años trabajando en prisiones se deja convencer por un jefe mafioso que la plagia. Acepta fungir de mensajera a su pesar, porque los malandros han aprovechado su disponibilidad para llevar un discurso de amor a los presos. Juegan con su inocencia, su bondad, y ahora tiene las manos atadas y es demasiado tarde cuando se da cuenta de haber sido usada, de que tiene que enfrentar el abismo.
Hipótesis 3. Una historia de gángsters
En esta historia Anna es un personaje turbio, oscuro, que tiene una doble vida, un Dr. Jekyll y Mr. Hyde de las monjas. Por un lado, la caritativa hermana que lleva palabras de consuelo a los presos, que ayuda a los drogadictos en la calle. Por otro, una despiadada y calculadora criminal que, por su status de insospechable, utiliza el disfraz de la monjita bondadosa para llevar a cabo sus oscuros planes.
Es más. En esta historia me imagino a sor Anna como la cabeza misma de la organización. Un clan de la Ndrangheta, violento y poderoso, liderado por una monja despiadada. Me entusiasmo con la idea: una monja que lleva armas y drogas bajo el hábito, que por fuera sonríe pero que planea ejecuciones de traidores, tráfico internacional de cocaína, escondites secretos repletos de billetes.
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Hipótesis 4. Una historia de amor
La última es una historia en la cual la hermana Anna ha pasado una vida entre criminales, hombres rudos, violentos, protagonistas de un mundo despiadado en el cual tienen que jugar un papel preestablecido. Ella ha llevado la palabra de Dios entre estos hombres durante largos años, hasta el día en que su vocación ha vacilado y ha conocido al jefe de la familia Tripodi.
Un hombre duro, cruel, pero también fascinante, y que poco a poco empezó a manifestar interés hacia ella, una mujer antes que una monja. En un día de impulsos cedió a la llamada de la carne, y ha tenido un tórrido romance con el ‘boss’, al principio hecho de fugaces relaciones sexuales apasionadas, y después de tierno amor. Así, movida por el corazón, decidió ayudar a su inconfesable amante en sus actividades, volviéndose la mensajera de la mafia.
Epílogo: mi conclusión
Cuando se trata de contar una historia basada en la realidad tenemos la tentación de crear escenarios fascinantes, atractivos. La realidad es que como periodistas no tenemos permitido inventar escenarios, a menos de que quede claro que se trata de un juego de imaginación. La verdad es que la monja nos puede caer bien o mal, podemos tener prejuicios, estar del lado de los investigadores o la defensa, pero se trata de un juicio en curso, en el cual, como en todos, se tiene que suponer la inocencia hasta que se compruebe lo contrario.
No soy un defensor del clero y es verdad que me encantaría que se tratara de una historia de amor criminal, pero lo único que se puede afirmar es que para los investigadores hay elementos suficientes para acusar a una monja de ser parte de un grupo criminal; y para los defensores, un malentendido, ella es inocente. Quizás dentro de unos meses tengamos más elementos, pero lo más probable es que nunca sabremos lo que se mueve en el corazón sor Anna Donelli.
GSC/LHM