Desde las 4 de la mañana, cuatro células de siete sicarios cada una esperaban a Omar García Harfuch. Se apostaron en puntos estratégicos en el trayecto que va de Las Lomas de Chapultepec a la SSC, en la colonia Juárez.
Llevaban armas largas, incluido un rifle Barret calibre .50, granadas de fragmentación y hasta bloqueadores de señal de telecomunicaciones. Era la emboscada al superpolicía y responsable de la seguridad en la Ciudad de México, donde no se había dado una irrupción criminal de esa magnitud.
La inédita escena registrada en el centro del poder del país, en uno de los barrios más exclusivos, rodeado de sedes diplomáticas y cámaras de seguridad, era inimaginable en esta ciudad, pero una estampa tristemente común en Culiacán, Michoacán, Tamaulipas y un largo etcétera.
García Harfuch salió de su casa, como todos los días, en la parte trasera de su camioneta, acompañado de dos hombres de su entera confianza, sus amigos.
Dos camionetas le cerraron el paso y descargaron todo su arsenal. García Harfuch y sus hombres de inmediato repelieron la agresión que, según testigos, duró unos 20 minutos.
Dos de los escoltas perdieron la vida. Fue el precio de proteger a un hombre estratégico en la seguridad, quien ha dado grandes golpes a los cárteles de Jalisco y Sinaloa; ha detenido a ex gobernadores y ha desarticulado bandas internacionales que operaban en el país y que salvó la vida gracias a sus policías y resistió cuatro horas de cirugía por las heridas que le ocasionaron tres balas que no alcanzaron a cubrir sus hombres.
La camioneta solo era un reflejo de la batalla y, a pesar de tener el máximo blindaje, quedó solo para los peritos, junto con centenas de casquillos en el cruce de las calles Monte Blanco y Paseo de la Reforma.
Pero a pesar de los inhibidores con los que se apertrecharon los criminales, la contrainteligencia de García Harfuch pudo pedir refuerzos en la frecuencia de radio policial, que llegaron en minutos para repeler la agresión y también, conforme al protocolo, ordenaron reforzar la seguridad de Claudia Sheinbaum en Tlalpan.
Los refuerzos llegaron y fueron a la caza de los sicarios, quienes dejaron balas en casas aledañas y un arsenal de alto calibre en la camioneta de redilas con logos falsos y una suburban blanca, mientras un helicóptero sobrevolaba la zona y García Harfuch era atendido por la Cruz Roja para trasladarlo al hospital. También otros dos policías tuvieron que llegar al hospital, uno con seis y otro con ocho impactos de bala.
El poderoso Barret, el preferido de los narcos colombianos y del CJNG, quedó intacta y no acabó con la camioneta porque no se usó o la cercanía con el blanco no le permitió desplegar el poderío de sus balas.
Poco más de dos horas después, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, ofreció un mensaje, pocos detalles, solo reiteraba que lo que ella misma definió como atentado, se debía al éxito en la estrategia de García Harfuch, quien, sin embargo, la sorprendió a media conferencia tuiteando desde la antesala del quirófano, responsabilizando al CJNG del cobarde hecho.
Las cámaras de seguridad de la ciudad sirvieron para rastrear a cada uno de los sicarios en las inmediaciones de Las Lomas. También se localizaron bodegas, dos camionetas con equipos tácticos y armas y otros cuatro presuntos responsables.
Una vez detenidos, los sicarios originarios de Ciudad de México, Guadalajara, Nayarit, Chihuahua, Michoacán y Colombia, confesaron que hace tres semanas habían sido contratados.
Durante el resto del día las autoridades capitalinas en coordinación con la Federación fueron deteniendo a los autores materiales del atentado, al mismo tiempo García Harfuch se reponía en la cama del hospital, desde donde escribía en redes sociales: “Estoy bien… Seguiremos trabajando por la seguridad y mantener la paz en nuestra gran Ciudad de México”.
ledz