Bastaron dos semanas para que la pequeña localidad de Petaquillas dejara la pax narca que vivía para transitar a tierra de sangre y plomo, convirtiéndose en un epicentro de violencia para Chilpancingo, que alcanzó a comerciantes de pollo y transportistas como consecuencia de una disputa por el territorio que mantienen organizaciones criminales.
A 20 minutos de Chilpancingo, las llantas de caucho postradas sobre el asfalto indican la llegada a Petaquillas. Una caseta de peaje artesanal se convierte en el único acceso a esta comunidad. Ahí, una decena de playeras blancas recién serigrafiadas con el águila nacional, y algunos ponchos color negro vigilan; jóvenes no mayores a los 21 años son los responsables de supervisar y dar aviso de quienes ingresen al poblado que hoy es disputado por Los Ardillos, Los Tlacos, y de manera más reciente Pueblos Unidos.
Petaquillas, al sur de Chilpancingo, se convierte en una localidad estratégica para el trasiego de drogas, pues conduce tanto a la región de La Montaña, como al puerto de Acapulco. Además, representa la ruta para abastecer y controlar la distribución de insumos básicos –como el pollo o el jitomate– a buena parte de los mercados públicos de la capital de Guerrero.
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El retén fue instalado apenas el 7 de junio pasado, después de que habitantes de la comunidad retuvieran y expulsaran a 25 militares bajo el argumento de supuestamente haber disparado contra la población y quemar viviendas. Semanas antes, en la localidad vecina de Quechultenango sucedió exactamente lo mismo, se manifestó la comunidad en contra de la presencia castrense.
Del otro lado de la carretera, un bajo puente sirve de base para cubrir de la lluvia a una treintena de elementos del Ejército mexicano, de la Guardia Nacional, y de la Policía del Estado, quienes han instalado un filtro de seguridad sobre la carretera.
Apenas hace tres años, el mismo grupo bajo el mote de policías comunitarios ya se habían instalado. Ahora se hacen llamar “guardia civil”, y aseguran, no tienen comandante ni financiamiento más que lo que obtienen del pueblo. No cuentan con armas a la vista, sólo botellas de refresco recortadas por la mitad para recolectar monedas. Y son precisamente los encargados del orden.
Al único al que responden es a Efrén Moreno Carrera, quien fuera comisario ejidal hasta la semana pasada luego de renunciar ante las amenazas que dijo haber recibido en días recientes, y que a su vez se ha opuesto a la presencia castrense en la región.
Las advertencias de un derramamiento de sangre llegaron en mayo, cuando la Policía Comunitaria General Heliodoro Castillo de Tlacotepec, señalada de estar relacionada con Los Tlacos, denunció la incursión de grupo delictivo de nombre Pueblos Unidos, en el corredor Petaquillas-Xaltianguis, y con ello, la advertencia de iniciar una cacería.
Y comenzó una guerra. El 31 de mayo Francisco García Marroquín, líder de la Unión de Transportistas del Estado de Guerrero (UTEG) en Chilpancingo, quien mantenía una rivalidad con el ex diputado local Servando Salgado por el control de las rutas, fue asesinado con seis tiros a plena luz del día.
La respuesta inmediata se dio el 6 de junio con la quema de por lo menos tres vehículos de transporte público; dos vans y un taxi de la ruta entre Chilpancingo y Petaquillas, y en las ‘narcomantas digitales’ publicadas en redes se amagó con extinguir a los transportistas al servicio de Los Ardillos, hechos que dejaron por tres días a Petaquillas sin transporte público, generando manifestaciones en el centro de la capital, por miedo a ser alcanzados por una bala y por la instrucción dada desde las cúpulas.
Ese mismo día, el Ejército fue expulsado de Petaquillas, y en la central de abastos de Chilpancingo fue asesinado un distribuidor de pollo, de nombre Tomás, encargado de surtir y cobrar en el mercado Baltazar Leyva Mancilla, hermano del propietario de la granja que días después sería perpetrada y cuñado de un jefe de plaza de ‘Los Tlacos’.
El día 9 se realizó un segundo ataque conta otro trabajador de la misma granja, y para el sábado 11 fueron ultimadas seis personas más, entre ellos una niña. De los hechos se deslindaron Los Tlacos y pidieron a los comerciantes volver a vender pollo, después de tres días de escasez en los mercados públicos de la capital.
Tras los ataques, el obispo emérito de Chilpancingo, Salvador Rangel Mendoza, declaró ante medios que la violencia tanto a transportistas como contra polleros, habría sido provocada por un tercer grupo criminal para generar un conflicto entre los dos grupos; "A mí me consta que sigue habiendo tregua", dijo.
Desde el púlpito se llama a la paz
El padre Rogerio Vargas, de la iglesia de San Agustín Petaquillas, ora para que las autoridades hagan todo lo que esté a su alcance para frenar la violencia, incluso si eso implica negociar con criminales.
“Estamos pidiendo en nuestras oraciones para que las autoridades en turno realmente hagan todo lo que es posible, porque a lo imposible, dije, nadie está obligado, pero si realmente pueden traer orden, porque yo digo: si tienen los recursos, si su labor es la política, dialogar con las personas que se tenga que hacer, llegar a acuerdos, yo creo que sí pueden hacer algo más”.
A la feligresía, que ha dejado de asistir al catecismo y a las reuniones de biblia, le pide no tener miedo: “debemos ser prudentes, pero no debemos dejar que el miedo nos controle, porque el miedo es una herramienta que han utilizado para controlar a los pueblos y comunidades”.
DMZ