Petatlán: ‘El Gavilán’ regresa y cobra venganza en la gallera del ‘Ruso’

Tras su irregular liberación en 2022, el ave rapaz ajustó cuentas con su cuñado durante una pelea de gallos, atacando como le gusta: por la espalda y de sorpresa.

Bravo Barragán es un tipo violento y peligroso | Diseño Especial
Ciudad de México /

El acta de nacimiento del autor intelectual de la masacre de 13 personas en Petatlán, Guerrero, asienta un nombre: Edilberto Bravo Barragán, pero en la Costa Grande del estado pocos saben o recuerdan completo ese nombre y apellidos. En cambio, le llaman El Gavilán, alias que guarda un macabro sentido: al igual que las aves depredadoras, este criminal vive en conflicto permanente con los seres humanos.

Una ficha elaborada en 2019 por la Fiscalía General de la República (FGR) para el programa Impunidad Cero, a la que MILENIO tuvo acceso, lo perfila como un hombre que hoy tiene 51 años, violento, bravucón y que elige a los más débiles como sus presas. Alguien orgulloso de que, antes de despedazar a sus víctimas, las atrapa y las hiere tanto como sea posible. La estampa de una especie rapaz que no parará de matar hasta el final de sus días.

El documento es también un retrato del hábitat donde se mueve El Gavilán: la Costa Grande de Guerrero, un territorio cuyos cacicazgos políticos del siglo pasado se transformaron en los liderazgos criminales de la actualidad, donde las relaciones de poder se establecen entre capos y políticos mediante compadrazgos –sin afectos– y donde el Poder Judicial opera bajo las instrucciones del crimen organizado, según plantea el Poder Ejecutivo.

Bravo Barragán es, en efecto, un ave de tempestades. La ficha ubica a las ramas de su árbol genealógico como militares de bajo rango que torturaban, desaparecían y asesinaban a campesinos con el pretexto de salvaguardar la seguridad nacional. Soldados del partido hegemónico del siglo pasado. Abuelos y tíos adiestrados por las brigadas blancas que implantaron el terror en las zonas rurales del estado para darle a caciques amplias franjas del territorio y sus recursos naturales.

Su padre, un tal N. Bravo, trabajó codo a codo con el cacique más poderoso de Petatlán en el siglo pasado, Rogaciano Alba Álvarez, un fallecido narcotraficante que se presentaba como representante de ganaderos. Desde Zihuatanejo y hasta Copala, se sabía que Don Roga trabajaba para el Cártel de Sinaloa, el Ejército y el Diablo. Al primero le vendía marihuana, al segundo armas para pelear contra “la guerrilla” y al tercero su alma para matar impunemente a activistas de derechos humanos, como la abogada Digna Ochoa, presunta víctima suya, entre muchas otras.

“Creció entre asesinos, ¿cómo no se iba a volver uno?”, ironiza un miembro de la Guardia Nacional que a principios del sexenio estaba desplegado en Zihuatanejo. “Su familia tenía o tiene una casa ahí por San Jeronimito, mero Petatlán, y ahí donde era el patio decían que había campesinos enterrados. Desde chico andaba cerca de la muerte”.

El niño que en los años 70 jugaba sobre fosas clandestinas creció hasta convertirse en un adulto despiadado cuyo sello es matar con alevosía a hombres, mujeres y niños como si se tratara de gallos, gallinas y pollos en un corral. El Gavilán regresó para imprimir su huella justo en un palenque donde se libraba una pelea de gallos. Y en la que habría estado un ex aliado del que se sentía traicionado.

Técnica rapaz: atacarlos por la espalda

Bravo Barragán surcaría su propia ruta: a diferencia de su padre, se alió con el cártel de Los Caballeros Templarios después de varios viajes a Michoacán para llevar a Guerrero nuevas semillas que engendraran variaciones más potentes y adictivas de la marihuana tradicional. Eran los años del boom de la marihuana Acapulco Golden y el joven Edilberto quería picotear algo de los millones que dejaba el trasiego de marihuana de mejor calidad.

De aquellos años, a principios del siglo, proviene su apodo El Ave. Bravo Barragán contaba que era porque cruzaba la Sierra de Petatlán con avionetas cargadas de mota, aunque otros narran una versión menos fantasiosa: siempre estaba volando, bien high, drogadísimo con el producto que ofrecía a dealers en la zona Diamante de Acapulco.

Sólo la marihuana le cortaba las alas a esa personalidad violenta. Sin ella, y a merced del alcohol y la cocaína, su furia se perdía en alturas pavorosas. Ordenaba secuestrar rivales, torturar policías rebeldes, matar a deudores y desaparecer cuerpos en los ríos del pueblo ayudado de piedras, como hacían los militares. Era como si alimentara a sus ancestros con la sangre de sus víctimas. Le llamaron El Gavilán por actuar como pájaro asesino.

“Hay una historia que se cuenta por acá: que le gustaba tanto su apodo que le pedía a su gente que estudiara cómo mata un gavilán para hacerle lo mismo a sus rivales. Y que así aprendió a agarrarlos por la espalda. Le gustan las emboscadas tipo militar”.

La modesta riqueza que acumuló lo hizo resaltar en Petatlán, tierra de casas precarias y húmedas a la orilla del Pacífico. Dos relaciones definirían su vida con otros hombres sobresalientes, según la ficha creada en la FGR: su cuñado y narcotraficante Oliver Sánchez Coria, El Ruso, y el político petatleco, ex alcalde de Zihuatanejo y hoy presidente estatal del PRI Alejandro Bravo, quien ha negado tener amistad con ellos.

Pero, de acuerdo con el informe del gobierno federal, uno era su brazo armado y otro el brazo político. El primero proveía la base social; el segundo, apoyo institucional. Así, El Gavilán pudo sobrevolar la caída de Los Caballeros Templarios y planear la fundación de su propio grupo criminal llamado Guardia Guerrerense… hasta que en 2016 agentes de la Policía Federal se adelantaron a uniformados estatales y lo aprehendieron junto a sus guardaespaldas. La investigación de un empresario secuestrado los llevó hasta su guarida, una casa de playa en Petatlán, supuestamente propiedad de un exalcalde.

El Gavilán estuvo seis años preso. Los mismos que pasó El Ruso cooptando la estructura de la Guardia Guerrerense para ponerla al servicio del Cártel Jalisco Nueva Generación. Los poco más de 50 años de sentencia por secuestro contra Bravo Barragán suponían una jaula perpetua, pero una serie de eventos desafortunados permitieron su libertad y, por ende, la masacre del 6 de enero en un palenque, donde cayeron muertas seis personas y 21 más con heridas más o menos serias.

Juez y El Gavilán, apenas tres grados de separación

En septiembre de 2022, el magistrado del Tribunal Superior de Justicia del estado de Guerrero, Benjamín Gallegos Segura, ordenó la excarcelación del Gavilán. Su argumento es que no había pruebas suficientes contra él, a pesar de que el presidente del Tribunal Superior de Justicia de la entidad, Raymundo Casarrubias Vázquez, aseguró que su fama criminal era bien conocida. Un tecnicismo abría la pajarera.

Menos de tres amigos separaban al juez del criminal beneficiado con la orden de devolverle la libertad: el magistrado Gallegos Segura había sido designado por órdenes del entonces gobernador priista Héctor Astudillo, cuyo jefe de Oficina era Alejandro Bravo, supuesto “compadre” y vecino del ‘Gavilán’ no sólo en los informes de la FGR, sino también en los dichos del obispo emérito de la diócesis Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel Mendoza.

La decisión del magistrado sacudió a Palacio Nacional. Su nombre y su decisión llegó hasta la mañanera del presidente Andrés Manuel López Obrador para exhibirlo, pero de poco sirvió: ‘El Gavilán’ volaba libre ya sobre la Sierra de Petatlán y con las garras afiladas para recuperar el grupo criminal que, según él, le fue arrebatado por su cuñado.

“Algo aprendió en la cárcel porque en la Costa Grande dicen que ya tiene tratos con gente en Colombia y en Ecuador. En esa zona los narcos no salen ni de Guerrero, a lo mucho van a Michoacán y se regresan, pero hacen tranzas fuera del país. Y que con ese dinero quiere recuperar a la mala lo que le robó ‘El Ruso’”, asegura el miembro de la Guardia Nacional.

El 6 de enero de 2023 fue su primera cacería en el año. Cerca de las 20:20 horas, sus pistoleros acribillaron —entre las 13 víctimas mortales— a dos adolescentes de 16 años, además de herir a 21 personas durante una exhibición de gallos a la que, según ellos, asistiría gente del Ruso. La parvada atacó como les gusta a las aves depredadoras de la categoría de Bravo Barragán: por sorpresa, por la espalda y aprovechando la debilidad de sus presas –como don Lázaro Torres Chávez, de 70 años, herido de bala en las piernas.

En los últimos renglones de su ficha criminal, el gobierno federal alerta sobre el estado del Gavilán: prófugo, armado y peligroso. Debajo de su plumaje corre sangre de asesinos y un ecosistema que lo cuida de no convertirse en presa. Vuela bajo, confiado en que el gobierno aún no construye una jaula lo suficientemente angosta y remachada para atrofiarle las alas.

FR

  • Óscar Balderas
  • Oscar Balderas es reportero en seguridad pública y crimen organizado. Escribe de cárteles, drogas, prisiones y justicia. Coapeño de nacimiento, pero benitojuarense por adopción.

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