• Generación Z respalda a Sheinbaum y reprueba a líderes opositores

  • Otro de los políticos más populares es Jorge Álvarez Máynez.
México /

La tarde del sábado 6 de diciembre cayó con olor a fiesta y consignas que venían de una multitud que vota y castiga: más de medio millón de personas marcharon para respaldar al gobierno de Claudia Sheinbaum, rompiendo la narrativa de semanas anteriores, cuando dos movilizaciones atribuidas a la generación Z habían sido convocadas desde cuentas anónimas y ruidosas.

Esas imágenes de Reforma –una serpiente que no miente cuando le toman fotos desde el aire– dieron la vuelta al país y corrigieron de golpe la percepción de los distraídos: no, la juventud mexicana no estaba girando en bloque hacia la oposición; más bien estaba exigiendo claridad sobre quién habla en su nombre. Unas 600 mil personas en el Zócalo reordenaron el tablero político.

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Fue una marcha con estética propia: carteles hechos a mano, glitter rojo, pancartas que decían “El futuro vota” y un ánimo que mezclaba batucadas, rabia contra la manipulación digital y entusiasmo por un gobierno que consideran propio.

A diferencia de la generación millennial, que ha tenido que defenderse del cinismo colocándose en algún extremo de la polarización, la generación Z mexicana acepta la contradicción como método: marchan y memean, discuten la política sin mucha pasión, pero debaten reformas constitucionales como si fueran guiones de anime.

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La nueva ley del agua les gusta, por ejemplo. Les cae gordo que critiquen al asesinado alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, o a su viuda Grecia Quiroz. Quieren jornada laboral de 40 horas y buscan políticas públicas que faciliten el acceso a la vivienda. Sus demandas y causas son muy concretas.

En este clima dual –la calle y la red, la protesta y la contraprotesta– MilenIA analizó 116 millones de conversaciones digitales de personas entre 18 y 28 años ocurridas del 8 de noviembre al 7 de diciembre.

Los datos revelan la otra mitad de la escena: lo que esa multitud piensa cuando se queda a solas con la pantalla. Y ese espejo estadístico dibuja una tendencia clara: Sheinbaum es, por amplio margen, la lideresa política más querida por la generación Z.

Morenistas vs opositores; esto dicen los jóvenes

Entre la risa colectiva por los filtros de TikTok y los pleitos silenciosos de WhatsApp se esconde una convicción juvenil: a la presidenta la sienten cercana. Claudia Sheinbaum obtiene 70 por ciento de opinión positiva, triplicando a los referentes opositores mejor colocados. 

Sólo Jorge Álvarez Máynez, el ex candidato naranja convertido en tótem pop, logra igualarla con otro 70 por ciento de buenas vibras.


Los demás personajes con buena estrella entre la generación Z muestran una constante: representan eficacia, seguridad o frescura política. Laura Itzel Castillo (65 por ciento de respaldos) aparece como una figura que conecta con jóvenes más politizados y con una izquierda de memoria larga.

Omar García Harfuch y los jefes de Defensa y Marina –Ricardo Trevilla y Raymundo Morales– rondan el 60% de aceptación. Para una generación acostumbrada a vivir pegada a mapas de riesgo, esa aprobación no es menor: sienten que su seguridad no está entregada a funcionarios ligados con las mafias.

El caso de Marcelo Ebrard (55 por ciento de apoyos) es peculiar: la juventud lo considera confiable, eficaz, aunque ya no icónico. Quizá por eso mismo permanece estable, sin desplomarse ni repuntar.

Marcelo Ebrard, destaca entre los políticos más populares Foto: Cuartoscuro.

Luisa María Alcalde (50 por ciento de buenas ondas), en cambio, se coló al centro de la conversación digital: su presencia mediática, su estilo directo y la simpatía que genera entre jóvenes trabajadores la colocan como una figura en crecimiento, un fenómeno que se confirma en otro de los indicadores clave: es el tercer personaje más mencionado en redes, con 7.8 millones de conversaciones, sólo por debajo de Sheinbaum y Lilly Téllez.

Luisa María Alcalde tiene 50% de aprobación (Araceli López).

La conclusión de la Central de Datos e Inteligencia Artificial de Multimedios es sencilla: la generación Z mexicana construyó su propio panteón político, y en este predominan quienes representan aversión al cambio, corrupción y excesos.

Entre los menores de 28 años, no hay apoyo ciego: hay afinidad con quienes perciben como funcionales para su futuro inmediato. Los jóvenes estudian, observan y sí salen a la calle.

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La tabla media: hay morenistas con tarjeta amarilla

En el pelotón medio aparecen nombres híbridos: personajes a quienes la generación Z no ama, pero tampoco odia; políticos demasiado experimentados para seducirlos, pero no lo suficiente para repelerlos.

Los diputados Kenia López Rabadán (PAN) y Ricardo Monreal (Morena) se quedan en 45 por ciento de positivos, compartiendo un limbo de tolerancia: están presentes, pero no determinan el pulso emocional de la conversación.

Más abajo se ubican los senadores oficialistas Gerardo Fernández Noroña y Adán Augusto López, así como los panistas Ricardo Anaya y Jorge Romero, todos con positivos de entre 35 y 40 por ciento.


La generación que creció viendo memes como forma de catarsis los coloca en el espacio menos deseable: saben quiénes son, los consumen, los comentan, pero no los integran a su imaginario del futuro. Son figuras que no despiertan lealtad ni repudio, sólo cansancio, aceptación o indiferencia. Ellas y ellos siguen en el juego con sendas tarjetas amarillas. Un error más y podrían ser expulsados del reino sociodigital.

El verdadero sótano registrado por MilenIA, sin embargo, está reservado para quienes generan rechazo visceral. Los opositores Xóchitl Gálvez, Marko Cortés, Alejandro Alito Moreno y Lilly Téllez aparecen como antimodelos de la conversación juvenil.

Xóchitl Gálvez no es muy popular entre las juventudes (Araceli López).

La ex candidata presidencial mantiene su tendencia histórica: 25 por ciento positivo, 75 por ciento negativo, idéntico comportamiento al registrado durante la campaña federal del año pasado. Los jóvenes reconocen sus habilidades retóricas, pero cuestionan su autenticidad.


Marko Cortés, con el mismo balance (25/75), carga el desgaste acumulado del PAN, partido cuyo liderazgo interno no ha sabido conectar con juventudes diversas y desatentas de las posturas de los líderes de opinión del pasado.

Pero el fondo del fondo se lo disputan Alito Moreno (20/80) y Lilly Téllez (15/85): ambos recibieron auténticas rechiflas digitales, materializadas en hashtags burlescos, hilos de crítica y memes que los consideran símbolos de lo que la juventud no quiere: incongruencia, exceso de confrontación y oportunismo político.

En tanto, la presidenta Sheinbaum triplica las reacciones que genera Lilly Téllez, lo que coloca la agenda nacional desde un terreno de mayorías. Cuando Claudia habla, la conversación digital se multiplica; cuando Téllez grita, incendia, pero sin convertirse en tendencia aceptable.

¿Qué quiere realmente la generación Z? Un mapa del futuro inmediato

Si se observa el ranking de personajes más mencionados, la fotografía completa es todavía más reveladora: Sheinbaum encabeza con 26.2 millones de conversaciones, seguida por Lilly Téllez (8.7) y Luisa María Alcalde (7.8).

Detrás vienen Noroña, Harfuch, Xóchitl, Adán Augusto, Alito, Monreal y Anaya. Es decir: la generación Z no conversa sólo sobre la Presidenta; opina sobre el conflicto político, los límites del sistema, la seguridad pública y la autenticidad de los liderazgos.

La juventudes saben sobre las polémicas deAdán Augusto. 

La movilización del 6 de diciembre confirma lo que los datos ya sugerían: la generación Z no está en guerra con el gobierno; está en guerra con la manipulación. No le gusta que hablen por ella. No tolera la impostura. Y cuando siente que una causa no es genuina, la repele con creatividad, humor y una velocidad de reacción que desarma a cualquier operador político tradicional.

Lo que vimos en Reforma –más de medio millón de personas, muchos veinteañeros– puede leerse como un acto de fuerza civil, pero también como un mensaje: quienes votaron masivamente en 2024 por su primera presidenta esperan continuidad, pero también respeto, diálogo, resultados.

Para la oposición, el desafío es monumental: entender a una generación que no se alinea por ideologías clásicas, sino por afinidades emocionales y percepciones de eficacia. No basta con criticar; deben construir una narrativa que la generación Z quiera habitar.

Para el gobierno, el reto no es menor: mantener ese 70% de apoyo significa no traicionar el pacto generacional que hoy se forja en calles y pantallas. Una juventud que se moviliza, se organiza, se ríe del poder y lo vigila, es también la que decide quién permanece.

La política mexicana entró a una nueva etapa: ya no basta con el discurso tradicional; ahora mucho se juega entre datos, afectos y algoritmos. Y la generación Z –esa que sí marcha, analiza, trolea, vota y corrige– será la que escriba la próxima versión del país.

RM

  • Salvador Frausto
  • Es director de Investigaciones y Asuntos Especiales de Grupo Milenio, editor general de la revista digital ‘Dominga’ y coordinador de ‘MilenIA’, la Central de Datos e Inteligencia Artificial de Multimedios. Autor, entre otros libros, de ‘Los doce mexicanos más pobres’ (Planeta) y ‘El vocero de Dios’ (Grijalbo).

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