Cuando El 129 despertó era el 4 de octubre de 1968. Pensó que se encontraba en un hospital pero, al abrir los ojos, lo que vio estaba lejos de serlo. Su teniente, Miguel Dueñas Orozco, le preguntó si estaba en condiciones para regresar a las inmediaciones de Tlatelolco. Todavía vestía su uniforme de soldado y tenía vendajes en la cabeza. Respondió que sí y, luego de acicalarse, atravesó el umbral de una puerta que lo llevó a un escenario con luces apagadas.
No estaba en un hospital sino al interior de un teatro, el Teatro Blanquita de la Ciudad de México.
Aquel recinto, uno de los más relevantes de su época, daba espacio a una nutrida cartelera, espectáculos de revista, comedia y conciertos de personajes como María Victoria, Lola Beltrán o José Alfredo Jiménez. Tenía escasos ocho años de haberse reinaugurado, luego de que el regente Ernesto Uruchurtu lo había clausurado por “no cumplir las normas de seguridad”.
Lo cierto es que el teatro llevaba una década sufriendo el acoso de las autoridades –dice el historiador Arturo Ríos– por incitar a lo “corriente, vulgar y de practicar el sexo a los hombres” en sus noches de vodevil.
En agosto de 1960 Margarita Su López –bailarina y empresaria teatral–, junto a su esposo Félix Martín Cervantes, había logrado retirar la clausura. Margo habría comprado el terreno con dinero que ganó en la lotería y el teatro había iniciado bajo el nombre de Teatro-Salón Margo. En su reapertura decidieron mejor usar el nombre de su hija, Blanca Eva, mejor conocida como Blanquita, estampado en una bella marquesina, sin intuir siquiera que ocho años y dos meses después sería ocupado por militares y presos políticos.
El lugar fue tomado de manera pacífica durante una semana por las Fuerzas Armadas la noche anterior al 2 de octubre, lo mismo el Hotel Brasilia frente al recinto cultural. El objetivo era usar estos espacios para interrogar a los universitarios que protestaban, así como transeúntes detenidos en las manifestaciones. Un conflicto que inició unos meses antes, entre el 22 y 23 de julio de 1968.
El 129 dice que no hubo negociaciones, o las desconoce, los edificios fueron tomados por mandato y debido a su conectividad con la zona de conflicto: estaban a 1.5 kilómetros del conjunto habitacional de Tlatelolco, diseñado por el arquitecto Mario Pani.
Durante las protestas del 2 de octubre, y los días posteriores, militares realizaron detenciones arbitrarias, hubo operativos que controlaban con presencia militar. El 129 formó parte de éstos y dio su testimonio a DOMINGA. Esta es la crónica de aquellos días de represión y de la Guerra Sucia, el testimonio que entrega uno de los victimarios.
‘El 129’ formó parte del operativo Batallón Olimpia
A pocos meses de formar parte del Ejército, lo llamó su teniente para configurar un primer pelotón contrainsurgente en la denominada primera sección del Batallón Olimpia.
Era un grupo parapolicial creado por el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, que tenía como objetivo defender las instalaciones de los Juegos Olímpicos y capturar a líderes estudiantiles que rechazaban el gasto que implicaba el evento deportivo, que ascendía a 60 millones de pesos. La tarea no era cualquiera y el blanco eran los estudiantes.
El 129 viene de su número asignado en las Fuerzas Armadas. Fue adoptado como mote a tal grado que lo mandó a grabar en la cacha de su pistola y en una silla de caballo. Su trabajo, como parte de una de las cuatro secciones del Batallón Olimpia, consistía en amedrentar a los detenidos para evitar un motín.
A la Plaza de las Tres Culturas llegaron tanquetas militares, camiones comerciales y hasta un tanque de guerra. El 129 esperaba instrucciones dentro de un camión cuando una bala impactó en el cuero del tapiz y en el trayecto logró herirlo. Aquella bala lo habría lastimado en la cabeza. Perdió el conocimiento por un día entero.
–Tendríamos en ese momento 40 minutos en acción, estábamos disparando desde el camión cuando me pasó eso— dice. Hoy sabemos que también había militares francotiradores–. Me llevaron de inmediato al médico para atenderme. Desperté al día siguiente sin saber en dónde estaba, me quise levantar y me dolía la cabeza. Me dijeron “no te muevas”.
Cuando el gendarme despertó, los manifestantes detenidos aún estaban ahí, en el Teatro Blanquita.
Llevaron a los estudiantes al Campo Militar 1
El 129 tiene 79 años de edad y está jubilado en Estados Unidos. Acepta dar su testimonio sobre este periodo de la Guerra Sucia. Recuerda que con escasos 18 años se enlistó a las Fuerzas Armadas para “colaborar con la construcción de un mejor país”, asegura. Aunque los resultados de lo ocurrido sean otros.
Dice que fue reclutado por su habilidad con las armas de alto calibre y su altura de 1.79, dice orgulloso. Durante aquella semana de 1968, tuvo que patrullar las inmediaciones y el interior del Teatro Blanquita.
—Éramos los encargados de la vigilancia interior. Para que no hubiera un levantamiento entre las personas que teníamos detenidas en el Teatro Blanquita. En la parte del frente, es decir, el hotel Brasilia, el teniente de caballería Mario Coronado López era el encargado de los interrogatorios que instalaron en la recepción. Si la persona interrogada estaba comprometida en alguna circunstancia con el movimiento, iba directamente al Campo Militar 1. Ahí lo entregábamos a una volanta de militares. Había mucho lugar para el tormento.
El 129 se detiene a explicarme sus obligaciones. Detuvieron a los manifestantes sobre la avenida Eje Central Lázaro Cárdenas, los ingresaban al Teatro Blanquita para tomar sus datos personales, ahí se resguardaban, para luego ser trasladados al Hotel Brasilia. Ahí eran torturados en violentos interrogatorios. Se buscaba recabar datos personales, antecedentes penales o nexos con los movimientos estudiantiles, de unas 7 mil a 10 mil personas detenidas –calcula– en las protestas del 2 de octubre y los días que siguieron.
Al ingresar al Hotel Brasilia, los militares cuestionaban a los civiles, no les daban alimento y los obligaban a escuchar música durante largos periodos de tiempo. Cuando no podían retenerlos más, ya sea por debilitamiento físico o porque no lograban sacarles nada, simplemente se les dejó abandonar el lugar. Aunque no a todos.
—De ahí, a quien íbamos viendo que estaba demasiado afectado, por tanto tormento, lo volvíamos a interrogar para saber si podíamos darle libertad o se entregaba a otro batallón que definiera qué iban a hacer con él.
Los archivos desclasificados del Teatro Blanquita
Aunque las declaraciones del 129 corresponden a la semana de aquel 2 de octubre, los militares llevaban al menos una década de interés en lo que ocurría al interior del Teatro Blanquita. Documentos liberados por decreto presidencial en 2019, a los que tuvo acceso DOMINGA, que datan de los años 1963 y 1976, corroboran la insistencia que tenían por conocer las entrañas del Teatro Blanquita.
Luego de aquel octubre, algunos de los militares involucrados fueron reclutados para que formaran parte de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la agencia de inteligencia, lo cual obligó a las autoridades a profesionalizar a su equipo policíaco dando un segundo aire al aparato represor del gobierno. Ellos sumaban a sus filas a nuevos talentos y ese fue el caso del 129.
El primer registro al que se tuvo acceso está fechado el 31 de julio de 1963. Cinco años antes de Tlatelolco. El teatro fue objeto de investigación por la presencia de José Cruz Villalpando, integrante de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), un grupo laborista.
Las fichas y legajos sobre el evento narran que intentaban averiguar qué decían los discursos de la CROM en el marco de su convención 26, la cual realizaban todos los años. Así que la DFS inició indagatorias contra el inmueble y sus propietarios.
Otro de los objetivos de los militares en el Teatro Blanquita fue el actor Joaquín García Vargas, mejor conocido como “Borolas”. Los documentos cuentan que militares asistieron a un monólogo que ofreció en el teatro el 18 de septiembre de 1976.
El cómico durante una presentación denunció el problema de la devaluación del peso, pidiendo que su sueldo mejor se lo dieran en dólares. Esta información fue recabada y entregada a la DFS. Pero sus trabajos de espionaje no se limitaron a las carteleras.
Los trabajadores del teatro también eran perseguidos incluso fuera de la Ciudad de México. Por ejemplo, el 3 de junio de 1975 los militares reportaron desde Guadalajara, Jalisco, que Josefina Muñoz de Morales, empleada de mantenimiento y quien trabajó para Margo Su, había procreado una niña de 6 años de nombre Ana Luisa Morales Camacho, aunque no dicen el nombre del padre.
Según la indagatoria, los militares detuvieron a un sujeto, Rogelio Muñoz Becerra, junto a otras personas y la hija de esta empleada. Dicho acto habría sido motivo de un expediente.
El documento finaliza asegurando que buscaban relaciones de las personas detenidas con la agrupación Liga Comunista 23 de Septiembre, una organización guerrillera marxista fundada en 1973 en Guadalajara, que intentaba unificar a los movimientos obreros y populares armados para una “guerrilla de guerrillas”.
‘El 129’ dice que la historia tiene errores
Tras los hechos del 2 de octubre, El 129 recuerda que al teniente Coronado López le otorgaron el grado de “capitán segundo” como condecoración por su servicio al Estado y después le perdió la pista. También a él le dieron una medalla que tenía grabada la insignia de las olimpiadas de 1968 en una de sus caras, que según cuenta, terminó vendiéndola por necesidad de dinero. En defensa de sus colegas, el militar dice que la historia tiene errores.
–Nosotros no llegamos disparando [a la Plaza de las Tres Culturas], como dicen algunos. Eso es mentira. El escuadrón estábamos en camiones, una fila de camiones, adelante un Jeep del Ejército con un coronel y otras tres personas dentro de ese vehículo. Lo que pasó ahí es que cuando estaban [los estudiantes] en el parlante, el coronel pedía que se retiraran y le dispararon. Posteriormente ordenó “a tierra y fuego a discreción”, esa fue la orden. Nosotros actuamos en consecuencia.
Sin embargo, hoy sabemos, gracias a los trabajos periodísticos y documentos oficiales que, a pesar de que Gustavo Díaz Ordaz encubrió la presencia del Batallón Olimpia argumentando que su trabajo era sólo el de custodiar las instalaciones olímpicas, la realidad es que sí existió un operativo de nombre “Operación Galeana” que intentó detener ilegalmente a miembros del Consejo Nacional de Huelga, acto que derivó en lo que ahora conocemos como la Masacre de Tlatelolco.
El delito por el que detenían a los estudiantes y activistas fue catalogado como “delito de disolución social” y hasta el momento se sabe que, al menos, según lo narran los datos de la Comisión de la Verdad, el saldo de muertos supera las 300 personas (para las fuentes oficiales oscilan entre 20 y 28 muertes), además de 700 heridos y 5 mil estudiantes detenidos.
La tropa nunca sabe
El 129 espera la última pregunta. ¿Sabes qué pasó con las personas que no aparecieron? Tarda en responder pero lo hace. Titubea pero sus palabras son sentencia.
Luego de la detención de los transeúntes y el interrogatorio con tortura, algunas de esas personas, principalmente quienes tenían mayor probabilidad de pertenecer a las agrupaciones estudiantiles, eran trasladadas al Campo militar 1, donde tienen más infraestructura para la tortura, asegura. Esa era la última de las últimas paradas, por lo menos para algunos.
Ahí eran cuestionadas de nueva cuenta, se les tomaban otra vez sus datos y declaraciones (ya para registro militar), se abría un expediente y posteriormente eran enjuiciadas por los propios militares encargados del operativo. El 129 reconoce que algunos que llegaron al Campo Militar 1 se dejaban en libertad, principalmente a menores de edad y adultos mayores. Era fácil identificar a quienes sólo iban a mirar pero no militaban en los movimientos.
Aunque dice no recordar cuántas personas movió del Teatro Blanquita al Hotel Brasilia, sí recuerda que a otros tantos les esperaba lo fatal. Le pregunto al militar sobreviviente del ‘68 y exintegrante de la DFS por el paradero de las personas desaparecidas.
–Fíjate sí lo supe. Hubo cremación en el Campo Militar 1, más no supe cuántos, [ni] qué cantidad […]. Lo que yo supe fue que se usaron crematorios [para desaparecer los cuerpos]. A uno sólo le dicen qué es lo que debe hacer, no vas contando los cuerpos ¿sabes? La tropa nunca sabe –agrega.
Asegura que ni los militares o los detenidos pudieron identificarse entre sí debido al uso de máscaras y la fatiga de los interrogados, o bien, porque a los militares no les interesó quiénes eran aquellos que los preparaban para la muerte. Simplemente no hay rastro.
El Teatro Blanquita, el edificio que albergó a la mayoría de las estrellas relevantes de la cultura popular mexicana, se encuentra casi en el abandono. Es una diva en decadencia que logró sobrevivir al prejuicio de un regente, luego a los militares pero no a la modernidad. Al nombre de la hija de Margo Su y del recinto le faltan dos letras, sus luces están apagadas igual que aquel 4 de octubre cuando El 129 recobró la conciencia. La historia de este palacio del vodevil y la bohemia se une a la de un crimen de Estado.
GSC/LHM