Juan Carlos “N”, el feminicida confeso de Ecatepec, robaba celulares, joyas y dinero de sus víctimas para luego venderlas, con lo que de 2012 a la fecha de su captura, hace dos semanas, obtuvo 7 mil 600 pesos. En ese periodo mató a 10 mujeres. Cuando una de sus víctimas tenía poco dinero, decía: “En su bolsa tenía 50 míseros pesos, me molesté mucho. De inmediato la llevé al baño y adentro le di en la madre con el cuchillo directamente en la yugular. Su celular lo vendí en 400 pesos, eso costó la vida de esa basura”.
A continuación, extractos de su declaración ministerial ante agentes de la Fiscalía General del Estado de México en presencia de Gerardo Hernández Jiménez, uno de los dos abogados defensores de oficio.
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Me gusta que me conozcan como El Terror Verde, así me pusieron en la milicia, donde trabajé nueve meses; estaba adscrito en el Segundo Batallón de Guardias de Cuerpos Presidenciales. Ahí aprendí la llave con la que asfixiaba a mis víctimas. Comencé a matar a los 22 años, actualmente tengo 33. Como carne humana desde hace mucho tiempo porque me gusta, hay muchos tipos de carne, hay de primera, segunda y tercera clase. Depende del sabor, depende de la mujer. Entre más bonitas y buenonas, primera clase.
Me comía el muslo de la pierna en carne de res, empanizado en bisteces, tamales. Los preparaba mi esposa, pues yo no sé cocinar. Ella también tenía que comer. Menos mis hijos, temía que a mis hijos les fuera a dar algún mal del prion. He leído sobre eso, que es comer carne de la misma especie. Tengo cuatro hijos de 10, seis y cuatro años y uno más de 10 meses con mi esposa Patricia. El 10 de enero de 2012 recuerdo que me burlé de que apenas habían pasado tres días del Día de Reyes y estaba disfrutando a mis hijos, y una de mis víctimas en Ecatepec no.
Cuando tenía como 22 años andaba con una chava de 19 años, yo la iba a visitar a su casa a las cinco de la mañana, porque su mamá entraba a trabajar a las cuatro al Metro. Me enteré que ella andaba con otro y eso me molestó mucho, por lo que tomé una extensión de luz blanca y la asfixié. La dejé recostada en su cama. Supe que inculparon al otro cuate. Nadie sospechó de mí.
A otras víctimas las ejecuté en otros municipios del Estado de México y otras en la Ciudad de México. Me chingué a tres prostitutas en tres hoteles de la Ciudad de México. Las contactaba por los anuncios de los periódicos. Una fue en el Hotel Tultitlán: era una mujer muy bonita, preciosa. Y como yo escuchaba que a una mujer bonita hay que desmadrarla a golpes, fue que la golpeé con mis puños en su cara en reiteradas veces hasta destrozársela. Ahí la dejé. También ejecuté a una femenina que le decían La Jicaleta de Tepito, ella vivía en la calle Tenochtitlan, en el barrio de Tepito. Fuimos novios, a ella la maté dentro de su domicilio con un cuchillo debido a una riña de pareja.
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Conocí a mi esposa Patricia “N” en 2008 en el bar La Cueva. Salimos y al poco tiempo nos fuimos a vivir a la colonia Jardines de Morelos, en Ecatepec. En enero de 2012 hice un letrero de mi puño y letra, el cual decía que solicitaba chica para cuidar a una persona enferma pagando 200 pesos cada tercer día, e hice otro letrero, el cual era trabajar en una tienda de regalos y el tercer letrero lo hice a computadora, en el cual decía que era para atender tiendas de regalos. Los pegué dentro de la Central de Abasto de Ecatepec. Esos letreros tenían mi número telefónico.
Ese mismo día recibo una llamada de una mujer, nos citamos al otro día. Me arreglé, me bañé, me alisté, pues tenía una cita con la muerte.
Estaba parada a lado de la tienda de El Neto, error mío, porque ahí hay cámaras, pero El Neto me ayudó porque no quiso dar los videos. La llevé a mi casa y le dije que era un secuestro, que cooperara y con un lazo le amarré las manos y los pies. Mi esposa me vio, era su primer bisne, estaba consternada. Le quité 50 pesos y un teléfono celular negro, también le agarré las nalgas.
Mi esposa se salió de la casa y yo convencí a la chica de que cooperara. La desamarré solo de las piernas para disfrutarla y termine en cinco o siete minutos, después la volví a amarrar, le dije que llegaba mi mudanza, que la tenía que meter al baño y ahí la iba a encontrar la dueña; me creyó y en el baño le tapé los ojos y ahí con mi cuchillo le di en la yugular. Mi esposa, al entrar, estaba histérica y no me quería ayudar, pero le dije que me apoyara, que viera cómo estaba la economía y que además podía desconocerla alguna noche. Entonces ella cooperó y comenzó a cuidar, es así que la tuvimos que cortar a la mitad para meterla en un tambo de cartón de un metro.
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Aprovecho para someterlas con la misma llave, les doy vuelta a una mano, sienten mucho dolor y no se pueden zafar. Las someto en el sillón, la cama o el piso y les explico lo mismo a todas: que es un secuestro, que su marido me mandó a matarlas, con tal de que me crean, y procedo después a robarles lo que traen. Las mató con un cuchillo, con un corte directamente en la yugular y la carótida, era un cuchillo café, mango de madera ergonómico. Lo mandé a hacer hace como 10 años con un herrero, parecido a los que dan en el Ejército.
Las llevo al baño y ahí comienzo la faena de descuartizar. El baño de mi último domicilio no es ni pequeño ni grande, pero me permite estar maniobrando, un trabajo muy cansado, pero placentero, hay una taza blanca y después todo está libre, está en obra negra. A veces abuso sexualmente de ellas, pero otras no, porque le tengo asco a la gran mayoría de las mujeres, las odio, tuve malos eventos en mi infancia que me hizo tener mi mamá en su momento.
Corto sus muslos y saco bisteces. Otro tanto de la carne es para los perros, la grasa la tiro. Y los huesos y el resto los incinero en un tambo hasta que no quede rastro de ellas. Yo le decía “mi horno”, lo mandé adaptar con un herrero y lo tenía en mi azotea. Los corazones de las víctimas los guardaba en frascos con alcohol para ofrecerlos a mi Santa Muerte, tengo tres corazones en mi departamento. Los músculos eran para alimentar a mis perros, los huesos eran para la venta a un santero al que solo sé que le dicen El Bones y lo veía en el Mexibús: me daba 500 pesos por ellos.
Me quedo con la rabadilla y el tórax y los meto en cubetas con cemento para que no apeste o los guardaba en el refri.
A veces tenía relaciones consensuadas con ellas. Les gustaba. Pero me hacía enojar que no me cobraran, que sangraran. Había momentos en los que después de matarlas tenía contacto con sus parientes, me daban de comer, me daban despensa, a veces me apoyaban con dinero y yo le di en la madre a sus hijas. Pero sobre mí no dudaban...
No tengo remordimiento alguno, que quede asentado: lo hice y lo volvería hacer.
“Yo, monstruo”
Historias / Juan Carlos “N”, multihomicida confeso de Ecatepec
“Recibo una llamada de una mujer, nos citamos al otro día. Me arreglé, me bañé, me alisté, pues tenía una cita con la muerte y tenía que acudir bien”.
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