“Presidente, presidente… fue en 2002, cuando era jefe de Gobierno, autografíamela por favor”, dice un señor detrás de la valla, a la mitad del recorrido que Andrés Manuel López Obrador hace saludando a cientos de personas que lo aclaman y que, una tras otra, le cuentan sus aflicciones.
El hombre le enseña un bonchecito de fotos antiguas. El Presidente se da el tiempo para verlas.
Alrededor la gente lo aclama, “¡Presidente, Presidente!”, alarga los brazos, se amontona con el cubrebocas a medio poner.
López Obrador acaba de salir de un acto en Conagua en Lerdo, Durango. El Sol cae fortísimo en el terreno árido de la carretera.
Está contento porque uno de sus proyectos emblemáticos para el norte del país quedó destrabado: el programa Agua Saludable para La Laguna. Ambientalistas y agricultores se oponían. Hasta un amparo tramitaron.
El 15 de agosto el mandatario vino a dar un “manotazo en la mesa”. Instruyó a los gobernadores de Coahuila, Miguel Riquelme, y José Rosas Aispuro, de Durango, a hacer política, a convencer a dialogar con los inconformes.
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Se sumaron Conagua, Segob y los alcaldes de los nueve municipios laguneros. Más de un mes después la oposición se diluyó. Convencieron a los disidentes y ahora el mandatario viene a decir “manos a la obra”. Por eso está contento. Se le ve. Y también se ve que ya extrañaba su alimento espiritual: el contacto con la gente.
En su discurso narró un episodio sobre el general Lázaro Cárdenas. De él dijo: “No hay presidente que le profese más amor al pueblo que Cárdenas”.
“La voz del pueblo es la voz de Dios. Hay quienes no quieren escuchar. Se molestan cuando tienen que escuchar a la gente; cuando buscan los votos sí son buenos para hacerle la barba al pueblo, pero una vez que tienen los cargos ya no lo quieren escuchar”.
En esta visita a La Laguna, el mandatario urgió a concluir los megaproyectos de su gobierno en diciembre de 2023, pues en 2024 el país estará “muy caliente” por el inicio de la sucesión presidencial.
“Tenemos que hacerlo en poco más de dos años (...) en 2023 el país va a estar bastante caliente, políticamente hablando; van a estar los candidatos para 2024”.
Y así, sin que la pandemia haya terminado, antes de irse bajó de la camioneta para estrechar manos, sentir el amor del pueblo y prometer soluciones a cada problema.
Hacía más de un año que no hacía eso. La pandemia lo había obligado a frenar su impulso de tocar a las multitudes. Pero algo cambió.
La gente, eufórica tras la valla de seguridad, intenta resumir lo más rápido sus peticiones; el mandatario pasa lento, pero no se detiene. O casi no se detiene.
“¡Necesitamos ayuda en la ciclopista!”, “¡No tenemos agua!”, “¡Está preso injustamente el profesor Hugo Schulz!”
López Obrador, el hombre que se alimenta del clamor popular. La gente lo adora. Harto de más de año y medio de distancia social, toma a una viejita con cubrebocas que le pide una foto y le besa la mejilla. Contento, levanta las manos para despedirse y se va.