Por 25 años, don Gilberto cuidó de El Gallito

Gilberto Manzola Martínez llegó a atender a más de una treintena de relojes de la capital poblana.

Gilberto Manzola Martínez | Andrés Lobato/Archivo
Rafael González
Puebla /

Durante casi un cuarto de siglo, el maestro Gilberto Manzola Martínez fue el encargado de “darle cuerda” y mantenimiento a los mecanismos de los relojes de torre más emblemáticos de la ciudad de Puebla, entre ellos el de la Catedral, de las juntas auxiliares Zaragoza y San Baltazar; así como de “El Gallito”, entre otros. Él fue el vigilante del tiempo de los poblanos.

América Leticia Manzola Guzmán, hija del don Gilberto, quien falleció a principios de este año, recuerda que su padre le dedicó 45 años de su vida a este oficio, en los que llegó a atender a más de una treintena de relojes de la capital poblana.

“Él ingresó a trabajar al ayuntamiento de Puebla y casi durante 25 años trabajó (cuidando) del reloj de El Gallito y de todos los relojes monumentales de la ciudad de Puebla”.

Recuenta que además del emblemático cronómetro donado por la colonia francesa en la conmemoración del centenario de la consumación de la Independencia de México, el 27 de septiembre de 1921, también atendía el del mercado La Victoria, “y también de algunos de la Fundación Jenkins, también trabajó para ellos (...) se iba a los pueblos a trabajar con los relojes monumentales, generalmente a los que pertenecen a las iglesias”.

Narra que esta labor fue heredada por su abuelo, Eugenio Manzola Cerón, quien “era relojero. Él estudió por su propia cuenta. Estoy hablando de los años, quizás, 40. Fue un autodidacta y le heredó el oficio a mi papá, pero ya mi papá por el año 73 estudió. Fue relojero por herencia”.

Fue tanto el amor que su padre llegó a profesar a estas máquinas, que a algunas les adaptó motores electromecánicos para cargar pesas como un reloj a cuerda, construyó uno y lo instaló en la fachada de su hogar: “Mi papá era una persona muy inteligente, muy creativa. Era un hombre muy osado también. Él hizo una máquina de reloj, él la hizo por su propia cuenta semejante a este sistema, es alemana”.

De igual forma, presume que su progenitor también construyó una lavadora de maquinaria, la cual posteriormente vende a otro relojero.

Cuenta que era tanto el sentido de responsabilidad de su padre para la óptima operación de estos relojes que llegó a construir y forjar algunas piezas cuando estas eran difíciles de conseguir.

“Piezas de cinco, diez kilos y él las mandaba a hacer y las colocaba. Era un hombre muy ágil, era un hombre muy hábil en su profesión y en la casa hay un reloj hacia la calle donde denota el amor por su profesión”.

Por ello, recordó que su padre atendió y reparó el reloj de El Gallito cuando perdió al emblemático animal que engalana la punta de la torre tras el terremoto del 15 de junio de 1999. Entonces, el gallo de bronce se cayó de su base.

“Se averió el reloj y él buscó la manera de repararlo. Recuerdo que nos comentaba que tuvo que hacer varias circunstancias y auxiliarse de herreros para reparar la máquina y pudiera funcionar”.

Añade que como tenía a los cronos correctamente ajustados, nunca tuvo complicaciones para que operaran.

América Leticia indicó que el material que don Gilberto acuñó y construyó fue donado hace casi dos meses al Museo del Reloj de Zacatlán, con el objetivo de que se exhiban las piezas mecánicas que empleaban los relojes de pulso en años anteriores.

Ella reveló su orgullo por don Gilberto Manzola, quien tenía el hábito de ajustar estos cronógrafos con la hora tomada del Meridiano de Greenwich y de la hora atómica del Observatorio Nacional.

Para dicha tarea, religiosamente, todos los días a las cuatro de la tarde sintonizaba su radio de onda corta en una emisora británica. Las campanadas del Big Ben marcaban la hora con la que ajustaba su reloj de pulso. Esto le permitía ajustar el tiempo de Puebla.

AFM

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