Alcoholismo: ‘Se debe tocar fondo para que haya un cambio’

Lo primero que hay que derrotar es el miedo. En estos tiempos resulta asombroso encontrar a personas como ella, quien asiente al comentario y acepta platicar luego.

La escena sucedió hace tiempo, a mitad de la pandemia. (Alejandro Evaristo)
Alejandro Evaristo
Pachuca /

Un joven de quizá unos 20 años se acerca. Apenas unas cuantas prendas gastadas y roídas cubren su cuerpo. Se sienta en la entrada, fuera del local. Permanece en silencio. Está sucio y es evidente que ha bebido.

La propietaria del lugar termina de preparar los alimentos de la única mesa ocupada a esa hora de la mañana. Los sirve, le observa. Le ofrece una de esas sonrisas que salen del alma pero él no la ve porque está de espaldas y perdido en quién sabe qué pensamientos.

Apenas reacciona cuando ella le habla. No, no ha comido nada desde hace días, solo ha estado tomando.

Pasaron unos minutos y ella le extiende un plato con tacos, también le da un refresco. Le pregunta cómo está hoy. Él no responde. Apenas puede sostener el alimento entre sus manos temblorosas y la ve. No dice nada, pero el agradecimiento es evidente.

Una lágrima alcanza a asomarse en los ojos de la mujer, pero la enjuga de inmediato porque llegan más clientes.

En estos tiempos resulta asombroso encontrar a personas como ella, quien asiente al comentario y acepta platicar luego, cuando esté menos ocupada.

La escena sucedió hace tiempo, a mitad de la pandemia.

La ayuda 

Alcohólicos Anónimos (AA) es una organización mundial con miles de casos de éxito y recuperación. Ella asiste a sesiones varias veces por semana desde hace 11 años porque sufre una enfermedad llamada alcoholismo y está decidida a salir adelante con ese apoyo, aunque es consciente de algo: “los grupos de autoayuda funcionan para quien lo quiere porque todos lo necesitamos, pero no todos lo queremos”.

Para salir adelante, dice, es necesario tocar fondo y la comodidad o el pretexto de una familia puede ser un gran obstáculo para ello porque “lo primero que hay que derrotar es el miedo y luego el ego (…), si uno pierde la familia entonces ya hay algo que detectar, algo que cambiar. Mientras uno no pierda nada estamos en la zona de confort, entonces hay que tocar un fondo para que haya un cambio”.

Por eso entiende a quienes se encuentran en una situación similar o peor, sin juzgarles: “el chiste no es culpar, no es sobajar al ser humano, sino aceptar la responsabilidad y corregirla para ya no volver a repetir las mismas cosas”.

El programa, como ella le denomina, permite un reacondicionamiento mental para vivir de un modo diferente, para evitar dependencias y forjar un carácter, conocerse a uno mismo.

“La gente habla como le va en la feria”, sostiene, por eso hay quien prefiere mantener su comodidad.

En su caso tocó fondo dentro del grupo de AA. Llegó creyendo que los demás necesitaban ayuda y pensaba que todo mundo estaba mal. La realidad le golpeó el rostro: “uno ve los defectos de los demás, pero no los propios. Ahí me invitaron a hacer un inventario de mi propia vida y ahí es donde empiezo a reflexionar”.

Se reconoció como ser humano, cayó en la cuenta de haber sido en su niñez víctima y con los años haberse convertido en victimaria “por lo que uno aprende en casa: neurosis, gritos, golpes, un modo de vivir donde dices pues es normal que la familia beba, es normal que se golpeen terminando una fiesta, es normal, o eso lo ve uno normal porque es lo que está uno acostumbrado a vivir”.

Hija de un padre alcohólico, madre de familia y emprendedora, es un gran ser humano con una sonrisa siempre a flor de labios, por eso resulta increíble la confesión: le gusta estar sola “porque desde niña las personas que me rodearon, mi núcleo familiar, mi sociedad desafortunadamente me hizo daño. No me gusta convivir con nadie, pongo una coraza. Entonces de repente llego a ese lugar donde veo gente que ha vivido cosas igual que yo, que entiende por qué me deprimo, por qué de repente de todo y de nada ya no quiero hacer nada cuando hay miles de cosas por que salir adelante”.

El proceso

“Hay que seguir un sencillísimo programa de 12 pasos, 12 tradiciones y 12 conceptos. Desafortunadamente algo que caracteriza al ser humano es la crítica, ves el problema de todo mundo, menos el tuyo. Y se te va, empieza a pasar el tiempo, dentro de este proceso yo me caso, pierdo una familia por el afán de que esa persona hiciera lo que yo quería porque yo creía estar en lo correcto, cuando aquí te dicen espera, vive y deja vivir”.

Cada persona, señala, es libre de hacer lo que quiera, aun cuando por creencias y prejuicios personales otros consideren que se trata de una situación incorrecta; se lástima el ego y ahí empieza el problema con la mente, porque es posible cambiar el comportamiento exterior, pero la mente no.

Y le ha costado trabajo aceptar lo dicho en el grupo en el sentido de que enfrentan una enfermedad trifásica física, mental y espiritual. Aceptó padecer alcoholismo, con el tiempo asimiló también enfrentar algún tipo de padecimiento mental porque una persona cuerda no atentaría así contra su vida, con el consumo de alcohol, tabaco y otras sustancias. Se trata de un proceso lento.

“Yo no acepté la enfermedad de mi pareja y tuve que perder una familia. En consecuencia, por no saber sobrellevar mi carácter entro en una depresión y pierdo todo, pierdo mi negocio, no podía convivir con mis hijos, no podía convivir con la familia por mi alcoholismo y quise suicidarme. De repente te das cuenta que un amorío te noquea más que el alcohol y las drogas y entonces el problema ya no está aquí -dice llevándose la mano al pecho-, está aquí”, y se toca la cabeza.

Hay lógica en su argumento: “no es que el amor sea malo, es que uno no sabe amar”.

Señala que solamente quien ha enfrentado el problema sabe lo que una persona necesita: “yo así lo veo, no es que sea un vicioso en la calle, es una persona que padece una enfermedad en el alma; dicen por ahí que por que la mayoría de personas no puede dejar de beber y de alcoholizarse, porque tiene una gran necesidad de Dios, pero a un alcohólico y a un drogadicto no le puedes hablar de Dios. ¿Cómo lo manejas? A través de la ayuda, a través de un servicio y poco a poco le vas infiltrando que solamente un poder superior lo puede sacar de las garras de donde está”, sentencia.

Y agrega: “yo creo en Dios, sí, pero no pertenezco a ninguna religión. Yo he adaptado una creencia dentro de un programa de AA y hablar uno de espiritualidad no es hablar de religión, al final de cuentas va más allá”.

Recuerdos 

Conoce historias, las ha vivido de cerca y lejos. Una de ellas es de una prostituta. Le impactó porque hubo demasiado abuso, “demasiadas cosas que yo jamás me imaginé que pudieran suscitarse. Yo no digo que la haya ayudado, pero sí le serví de apoyo para poder desahogar lo que creo yo que a nadie le iba poder contar. Era una mujer joven que tenía como 28 años con una carrera ya muy fuerte de alcohol, de drogas, estaba devastada porque no había una autoestima, pero sí mucha devaluación y el poder al día de hoy verla trabajando, verla viendo por sus hijos, el ver que había sido víctima porque muchas voces le habían dicho ‘es que tu no mereces esto y no mereces una vida bien’. Solo fue cuestión de decidir que ella no merecía esa vida”.

Recuerda otro caso, el de una persona que en búsqueda de ayuda ofreció sus hijos al diablo y estuvo a punto de matarlos en un sacrificio para poder salir adelante. Por fortuna llegó una transformación y no lo hizo.

“No considero que hayan salido porque yo los haya ayudado, yo no ayudo a nadie. Ellos me ayudan a mí al ver que puedo servir para algo (…) me ayudan a mí al ver que al menos tu historia sirve para un alguien más. Para ver que hemos sufrido a lo mejor de manera diferente pero hemos podido chisparla”.

- ¿Se trata de un problema social?

Escucha y se toma el tiempo suficiente para responder: “creo que actualmente la mayor enfermedad es la mental. Estamos tan torcidos, tan tronados que ya no hay empatía por nadie. ‘¿Lo están golpeando? fílmalo, ya no lo ayudes porque te vas a meter en problemas’. Nos hemos vuelto demasiado egoístas”.

Recuerda que como parte del servicio en el grupo de AA, le ha tocado limpiar y cambiar el pañal a alguien a quien no conocía, “llegar a lugares donde huele a muerte, a suciedad, porque son despojos de la sociedad y uno dice nadie los quiere y no porque sean alcohólicos y drogadictos porque tienen familia ya sin sentimientos, con un gran resentimiento”.

Experiencia personal 

Su padre solo una vez le dio una nalgada, pero ella lo odiaba infinitamente porque era un alcohólico: “lo odié por todo lo que vi y lo que oí de él, estuve en los últimos momentos de su muerte odiándolo y eso me hizo odiar a muchos hombres, me hizo vengarme pendejamente, ‘para que se les quite’, porque tienen un gran resentimiento hacia un alguien cuando en realidad mi papá no me había hecho nada, la que permitió los abusos, la que nunca se fue, la que aguantó todo fue mi madre y tampoco la juzgo. A la mejor en algún momento la culpé y dije ella tiene la culpa, para qué le aguantó tanto. Pero hoy entiendo que el miedo es un arma muy poderosa”.

Los alcohólicos, agrega, dicen que “el miedo es una hebra corrosiva que entra en nuestra alma y es una de dos, o te paraliza o te impulsa; entonces cómo la manejas. Ellos te enseñan a eso, así la manejan, ¿tienes miedo? Va, ¿para qué lo vas a ocupar?, ¿tienes ego?, ¿para qué lo vas a ocupar? Todo es bueno, si no Dios no lo hubiera puesto en nuestras vidas”.

Recuerda el refrán “el hambre te tumba pero el orgullo te levanta” y entonces asegura que el orgullo es bueno, pero no para devastar a la gente, no para humillarla, sino para que te ayude a ti y eso es lo que hacen los grupos de AA, equilibrar tus emociones.

“Cuando yo me quise quitar la vida, ese día le marqué a un alcohólico y le dije sabes qué, acabo de llegar al lugar donde mi pareja estuvo con la que anda, veo la escena, los condones, la cama, los videos, y mi primer pensamiento fue ‘mátate’, de esas cosas que te hablan en tu cabeza, ‘mátate, ya no hay nada, para qué vivir, él era tu todo, él tenía el negocio, él era el que estaba contigo, era el único que confiaba en ti’. Yo les llamo como demonios en tu cabeza hablándote. Y le marco a esta persona y me dice ‘va, lo vas a hacer, dale, pero qué crees el niño se va a ir con su papá’. Mi hijo tenía 3 años, y ‘obvio se va a ir con esa mujer, y esa mujer por el solo hecho de que sea hijo tuyo no lo va a tratar como uno de ella ¿eh?’ En ese momento yo ni siquiera pensaba en mis hijos, porque lo que digo más amar es a lo que más he dañado”.


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